Nadie estaría hablando ahora de Argentina si el pasado 23 de enero el peso argentino no hubiera sufrido su mayor depreciación de la última década. La divisa argentina recortaba un 15% en la madrugada del jueves y los nervios se apoderaban de inversores y mercados, que caían con fuerza el viernes. Economistas, analistas, políticos e incluso los propios argentinos exclamaban esa manida frase de “se veía venir”. Pero, ¿qué ha pasado en el país latinoamericano?

Dicen los expertos de Goldman Sachs que desde el comienzo del año, “la demanda de divisas 'duras' se ha traducido en un aumento de la volatilidad y un debilitamiento significativo de los tipos de cambio oficiales y paralelos en Argentina”. Para más INRI, el Banco Central se ha convertido temporalmente en uno de los principales abastecedores de dólares al mercado, lo que ha acelerado la pérdida de reservas internacionales. Tal es el poder de la autoridad central que, cuando decide no intervenir, como ocurrió la pasada semana, es capaz de provocar la mayor depreciación diaria del peso en más de una década. Y ante esta situación, la solución del Gobierno sólo pasa por relajar algunas de las restricciones existentes para la compra de dólares por particulares.

Pero de este escenario “la cuestión más urgente es que los dólares -a la paridad oficial- son relativamente baratos”, apunta la firma estadounidense. Algo que el banco central está ahora tratando de corregir mediante la aceleración del ritmo de la depreciación del peso, aunque en el contexto actual de inflación elevada la aceleración de la depreciación no puede resolver el problema, sobre todo, señala Goldman Sachs, “si tenemos en cuenta sus posibles efectos de 'traspaso' a los precios internos”.

Justifica el Gobierno argentino que el levantamiento parcial del hasta ahora férreo control sobre el tipo de cambio responde a que la moneda se ha acercado a un valor más "justo". No obstante, el riesgo principal es que el miedo se apodere de los argentinos y aumente su demanda de dólares bajo la percepción de que el peso está sobrevaluado todavía. “Esto obligaría al banco central a elegir entre la venta adicional de reservas internacionales -probablemente a un ritmo acelerado- para defender el punto de vista del Gobierno, o bien, dejar que la moneda se ajuste aún más con el riesgo de una mayor inestabilidad nominal”, afirman desde Goldman Sachs.

Poco es el margen de maniobra que le queda al Gobierno de Fernández de Kirchner “a menos que comience a corregir las fuentes de inestabilidad crecientes con un conjunto más amplio y coherente de políticas macroeconómicas”, según el bróker estadounidense. “Cada vez le será más difícil controlar la evolución de las variables nominales, incluyendo el tipo de cambio, sin afectar aún más la actividad económica”, añaden estos expertos.

Otro punto de vista es el que aporta el director general de Carax-AlphaValue, Pablo García, que sugiere que no debemos olvidar que la relación entre el peso argentino y el dólar norteamericano está ficticiamente intervenida con controles de cambio e intervención directa, por lo que “los movimientos bien podrían deberse a una argucia más de la denostada Cristina Fernández de Kirchner buscando la típica depreciación/devaluación competitiva para hacer más atractivas las exportaciones argentinas en el exterior. Para este experto, el riesgo de un “corralito” es evidente, “sobre todo por la falta de credibilidad del Gobierno argentino, que ha llegado a culpar a la petrolera Shell de los ataques contra el peso”. Pero lo que preocupa verdaderamente a García es “el contagio a otras divisas emergentes”.

También ha manifestado su opinión sobre el conflicto el economista español José Carlos Díez. Este analista pone énfasis en el problema de inflación y falta de competitividad de Argentina y los desórdenes monetarios y de balanza de pagos en las fases expansivas del ciclo. En el último artículo en su blog de Cinco Días, “El economista observador”, Díez explica la situación y señala que “las soluciones son complejas y no fáciles de asumir” (las reservas actuales tan sólo rondan los 30.000 millones de dólares). Para este experto es “imprescindible la estabilización interna de precios y bajar el nivel de importaciones”, además de “un pacto social en el interior y la solicitud de una línea de crédito en el exterior (Fondo Monetario Internacional).

En cualquier caso, y esto sería importante para los mercados, José Carlos Díez minimiza el efecto contagio debido a que, tras el default de 2002, Argentina no ha recibido dinero exterior (“nadie le presta dinero”) y las consecuencias internacionales son menos evidentes.

Pero, ¿tendrá algún efecto sobre las empresas españolas? Mantiene AlphaValue que no entre las grandes: “Hay que decir que Argentina no tiene un peso específico demasiado relevante en los blue chips españoles (destacan Telefónica que genera entorno al 6% de sus ingresos totales en Argentina, BBVA hace el cerca del 4% de los ingresos, Banco Santander apenas el 3%; y la participación aún del 12% en YPF de Repsol)”.

Para la firma francesa quizá el impacto es más relevante para algunos valores mencionados como Prosegur (que tiene el 19% de sus ventas en Argentina) y Día (11% de las ventas totales en Argentina), sin olvidar Endesa, Codere, Abengoa, Prisa, Meliá Hotels o Duro Felguera.

M.D.