Tras años de abandono, Estados Unidos vuelve a poner el foco en América Latina. El pasado mes de noviembre la Administración Trump publicó su Estrategia de Seguridad Nacional en la cual se plasma, entre otros, el objetivo de recuperar la influencia en la región de América Latina. Las tensiones en Venezuela o las presiones políticas en los procesos electorales de países como Argentina evidencian este giro mediante el cual Trump busca tener gobiernos más afines en la región como forma de legitimar y fortalecer sus ideales.

La publicación de la Estrategia de Seguridad Nacional se ha recibido en la comunidad internacional como el corolario de Trump a la doctrina Monroe. Esta política exterior fue desarrollada durante las primeras décadas del siglo XIX por el expresidente estadounidense James Monroe, quien buscaba asegurar la influencia de su país en todo el continente. Su aprobación mantenía a América lejos de injerencias por parte de las potencias europeas.

La doctrina Monroe, en sus inicios, fue bien recibida por parte de los países latinoamericanos. Sin embargo, con el paso de las décadas y el aumento de la influencia estadounidense en el plano internacional, diferentes presidentes fueron añadiendo matices a esta política exterior. Las diferentes modificaciones, concretamente la añadida por Theodore Roosevelt a principios del siglo XX, han servido de excusa para legitimar intervenciones estadounidenses en varios países del continente a lo largo de la historia. 

Uno de los casos de intervencionismo de Estados Unidos en América Latina fue el apoyo de su gobierno, en un contexto de Guerra Fría, a las dictaduras latinoamericanas en las operaciones del Plan Cóndor, cuyo objetivo consistía en acabar con los gobiernos de izquierdas en el continente. Bajo este pretexto se llevaron a cabo torturas, desapariciones forzosas e incluso asesinatos en países como Chile, Bolivia o Ecuador, entre otros. 

Durante las primeras décadas del siglo XXI la política exterior estadounidense dejó de focalizarse en Latinoamérica para centrarse en otras prioridades como las tensiones en Oriente Próximo o la competencia con China. Sin embargo, con la segunda legislatura de Donald Trump el foco internacional de la Casa Blanca ha vuelto a la región latinoamericana, con el objetivo de mantener la influencia estadounidense en todo el continente. Este giro se debe a que Trump considera que los grandes problemas que afectan a su país tienen sus raíces en los países latinos. De esta manera, culpa a estos territorios de la migración, la delincuencia y el consumo de drogas que experimenta Estados Unidos. Además, Washington ha observado cómo cada vez hay más inversiones chinas en una región que solía ser parte de la esfera de influencia estadounidense.

El caso más representativo son las amenazas a Venezuela, donde Estados Unidos ya ha desplegado tropas frente a sus costas. Trump acusa a Maduro de liderar el Cártel de los Soles, una organización dedicada al narcotráfico y culpa a Venezuela de la droga que llega a territorio estadounidense. A pesar de que la droga que llega a Estados Unidos no pasa por Venezuela y que no hay pruebas que incriminen a Maduro como líder de la organización, el Pentágono ya ha bombardeado29 lanchas dejando más de 100 víctimas. Esta falta de pruebas y la incongruencia en las decisiones de Trump que ha indultado al expresidente de Honduras, Juan Orlando, quien estaba condenado por narcotráfico, muestra cómo la droga es tan solo una coartada para tratar de legitimar su injerencia.

El petróleo de Venezuela, muchas veces utilizado para justificar la intervención, tampoco es la razón principal del despliegue militar estadounidense. Estados Unidos es el mayor productor de crudo del mundo y, a pesar de que le puede ser útil para ciertos derivados, Washington no depende del petróleo venezolano. Estas dinámicas nos revelan que el objetivo de Trump no son los recursos petroleros ni acabar con el tráfico de drogas. El magnate busca controlar el continente y recuperar la esfera de influencia estadounidense, la cual se ha ido reduciendo con los años dejando espacio para inversiones e incursiones de empresas chinas.

Venezuela no es un caso aislado, los objetivos estadounidenses en América Latina también pasan por acabar con el régimen de los Castro en Cuba y poner fin a la dictadura socialista de Nicaragua, liderada por Daniel Ortega. Para la administración Trump acabar con estos gobiernos supone poner fin al socialismo en la región de América Latina. Esta estrategia de la acción exterior de la Casa Blanca está liderada por el secretario de Estado Marco Rubio, de raíces cubanas.

Los indicios de este cambio de prioridades en la política exterior estadounidense se han observado durante los primeros meses del segundo mandato de Trump. La promesa de comprar la deuda pública argentina si Javier Milei ganaba las elecciones legislativas, las amenazas de hacerse con el control del canal de Panamá, las intenciones de cambiar de nombre al golfo de México o la presión a la justicia brasileña tras la condena al expresidente Jair Bolsonaro por su intento fallido de golpe de Estado. De una manera u otra, estas presiones muestran cómo las decisiones estadounidenses en la región van más allá del beneficio económico, motivadas principalmente por los intereses políticos.