La Casa Blanca llegó a amenazar con salir de la institución llamada a gobernar la globalización del comercio y boicoteó todos los intentos de restablecer el panel de arbitraje que dictamina las denuncias contra el libre comercio. La tarea de Iweala será ingente. Restablecer los intercambios de mercancías y servicios y los flujos de capital en el ciclo de negocios post-Covid implica atender a un enfermo herido de gravedad por la Gran Pandemia y sometido a tensiones geopolíticas de gran calado.
La OMC exhibió todo su vacío de poder con la dimisión, por sorpresa, en plena epidemia del Covid-19, en agosto pasado, de Roberto Azevêdo, quien adujo “cuestiones personales” aunque, en el fondo, nunca disimuló su rechazo al “unilateralismo agresivo” de EEUU y la instauración en el seno de la organización que dirigió desde 2013, del America, first, del proteccionismo que se instaló en la Casa blanca durante el mandato de Donald Trump. Azevêdo -ingeniero, político y diplomático- fue el negociador comercial de Brasil en la Cumbre de Doha, la última gran ronda de liberalización de bienes, servicios y capitales, antes de asumir las riendas de la OMC, que dejó oficialmente el pasado 1 de septiembre, un año antes de que expirara su segundo mandato. Los casi seis meses de ostracismo, alimentado por la incertidumbre sobre quién sería el inquilino del Despacho Oval, han impulsado su relevo al frente de la institución apenas unas semanas después de que Joe Biden fuese oficialmente proclamado presidente estadounidense. La ex ministra de Finanzas nigeriana, Ngozi Okonjo-Iweala, que recibió sucesivos vetos desde la Administración Trump -incluso en su periplo de transición de poderes- tendrá la compleja tarea de devolver a la institución su papel de juez y gendarme del libre comercio, que le fue retirado por el bloqueo de la Casa Blanca; especialmente, desde el ecuador del mandato de Trump.
La visión unilateralista de Joe Biden dará alas a Iweala para restablecer el status quo de la OMC. Es una condición sine qua non para reconducir las funciones y competencias de esta institución, que le han llegado a confiscar en el último bienio. Pero no es una garantía de éxito. La pérdida de imagen de la organización con sede en Ginebra requerirá un lifting de altura. Como muestran varios botones. Desde la sanción a Europa por los subsidios a Airbus que la Casa Blanca trasladó a otros productos como el vino, el queso, el aceite o las aceitunas, por comercializarse en los vuelos comerciales de líneas aéreas europeas; sin tener en cuenta, paradójicamente, que Boeing recibió durante décadas ayudas federales o que, dentro de los programas de estímulo fiscal para frenar la recesión generada por el Covid-19, EEUU favorece con recursos milmillonarios a las grandes aerolíneas estadounidenses. Hasta expandir disputas -conflictos comerciales- a otras latitudes -desde China, a India, Sudáfrica y numerosas naciones en desarrollo- por supuestos casos de recepción de ayudas estatales a industrias de sus sectores exteriores. Todos ellos bajo las denuncias oficiales del Alto Representante del Comercio estadounidense, bajo la acusación general de que estas subvenciones atentan contra los intereses de las empresas americanas en el exterior. Sin entrar a valorar siquiera el perjuicio manifiesto que las subidas arancelarias que ha impuesto la Casa Blanca el último bienio han ocasionado, en este caso de forma inequívoca, a los sectores exteriores de la UE y de otros mercados, tanto rivales, como el chino o el turco, o aliados, entre los que se hallan no pocas naciones del ámbito anglosajón.
Quizás una de las decisiones más prioritarias de Iweala sea la de poner el epitafio a la doctrina del “unilateralismo agresivo” con la que Trump ha pretendido rescatar la estrategia de los años ochenta y noventa de EEUU por la que Washington se arrogó la posibilidad de imponer tarifas -instrumento por antonomasia contra el libre mercado- en aras de garantizar -irónicamente- los mercados abiertos. En esta ocasión, la justificación se basaba en la preservación de la seguridad nacional. Argumentario al que el ex presidente americano dedicó toda una letanía de tweets en los que acusaba a la OMC de falta de legitimidad mientras bloqueaba la renovación de sus cargos y dejaba en un limbo su panel de arbitraje, donde se dirimen las disputas comerciales entre los 164 socios del club desde hace más de un cuarto de siglo. Y en cuyos juicios -con dictámenes o laudos de obligado cumplimiento-, para más inri, EEUU ha ganado el 85% de los casos en los que ha tomado parte y que han acabado en la jurisdicción de la OMC desde entonces. Puede que no sea perfecto del todo -aducen los expertos-, pero este modelo de resolución de disputas, que incluye un cuerpo de apelación, la corte de justicia de más alta instancia en materia de comercio internacional, ha creado altas cotas de equilibrio en las relaciones comerciales del planeta.
Pero este instrumento judicial sólo dispone de un miembro activo desde diciembre de 2019 -por una decisión exclusiva de Washington-, por lo que es incapaz de conseguir el quorum necesario para escuchar alegaciones en disputas comerciales. Sin este estamento en estado operativo cualquier país que pierda sus litigios en el mecanismo de disputas puede bloquear de manera efectiva la decisión y hacer que el conflicto languidezca sin fecha de caducidad. No por casualidad, y con el fin de contrarrestar el bloqueo americano, China, la UE y otros países miembros de la OMC -con las notables excepciones de EEUU y Japón-, anunciaron el pasado 30 de abril la puesta en marcha de un órgano alternativo de arbitraje.
Fue una de las razones que motivó la retirada de Azevêdo, meses más tarde. Porque la parálisis ha sido prolongada. Desde finales de 2019, los siete jueces que se encargan de resolver posibles conflictos se encuentran en régimen de observadores. Todos ellos han dejado de ejercer su labor de árbitros. De desarrollar su autoridad; de velar por el cumplimiento de las reglas de juego del libre flujo comercial. Una situación inaudita en la historia de este organismo multilateral. Desde entonces, pues, el panel de resolución de conflictos está oficialmente cesado en sus funciones. Por decisión de EEUU. Una situación que deja en un limbo el cumplimiento del fair play comercial que se autoimponen sus países signatarios al aceptar el ingreso en la OMC y que, a juicio de los observadores internacionales, invita al anarquismo; en medio de una histórica recesión por el Covid-19. Durante la cual, además, se ha reproducido una escalada de las hostilidades entre mercados, con subidas arancelarias en numerosos sectores productivos que impiden el normal funcionamiento de los flujos de comercio y ocasionan un déficit de abastecimiento a los sistemas productivos. Y con el comercio sumido en una gran depresión.
Iweala dispone del prestigio, la experiencia y la imagen de excelente gestora y posee dotes de alta ejecutiva. Son sus cartas de presentación. Las credenciales que le otorgan personalidades que han tenido una intensa labor de cooperación en el pasado reciente como la presidenta del BCE, Christine Lagarde, para quien la ex titular de Finanzas nigeriana, de 66 años, con la que se fogueó durante su etapa como directora gerente del FMI, es la figura más idónea para sacar a la OMC de su crisis de identidad. Para desbloquear los vetos y restaurar el diálogo del comercio internacional, para abordar la paz geo-estratégica entre China y EEUU, para afrontar la reforma de las reglas del juego del comercio global y para frenar las ínfulas proteccionistas que afloraron antes del Cvoid-19 y que se han acentuado tras la Gran Pandemia.
“Lo que la OMC necesita es alguien que tenga la capacidad de dirigir los cambios en el rumbo correcto, que conozca la larga lista de ventajas que proporciona el comercio a los negocios y que valore la trascendencia de los tiempos actuales, de crisis sanitaria y económica, para poder avanzar en esta hoja de ruta inexorable”, dijo la pasada semana al ser designada directora general de la institución. Iweala también tiene en su currículum 25 años de trabajo en el Banco Mundial, donde alcanzó el cargo de directora gerente, como especialista en desarrollo. Además de estar, según reza su biografía oficial, en las juntas directivas de Standard Chartered Bank, Twitter y la Alianza Global para las Vacunas. O de tener hilo directo con dirigentes demócratas estadounidenses y, de forma especial, con Robert Zoellick, su jefe al frente del Banco Mundial y arquitecto de Comercio con Barack Obama. Iweala obtuvo la nacionalidad estadounidense hace dos años.
La propia OMC pronostica una contracción del comercio de bienes y mercancías del 9,2% a lo largo de 2020, aunque augura una recuperación este ejercicio del 7,1%, mientras alerta del alto grado de incertidumbre sobre la evolución de la pandemia y las respuestas de las autoridades gubernamentales y monetarias. “La recuperación del comercio sigue siendo considerablemente frágil”, admitían sus expertos en su diagnóstico de situación más reciente. Dudas que corroboran desde el mercado. El indicador de actividad de manufacturas ISM en EEUU, barómetro que deja señales sobre el grado de disrupción de las cadenas de valor de este sector, cayó en enero desde el 60,7% al 58,7% en términos intermensuales. Se mantiene en tasas positivas.
Cualquier ratio por debajo del 50% marcaría recesión. Pero revela “la acumulación de inventarios y el tránsito de cargueros y contenedores aún lejos del alto rendimiento en los principales puertos del país” así como críticas por los altos costes de embarque y las restricciones logísticas que emanan de empresas exportadoras americanas. Los pedidos de importación incrementaron ligeramente, del 54,6% al 56,8%, la mayor cota desde abril de 2018, cuando se iniciaron las hostilidades en el orden arancelario, mientras los contratos de exportación aumentaron también en otras 10 áreas productivas, con lo que son ya 18 los segmentos de actividad con sus parámetros exportadores en positivo.
El optimismo moderado también se ha instalado en el sector exterior europeo. Pero con suma cautela. El IFO alemán y el INSEE francés han emitido indicadores con señales de mejoría. En el caso de Francia, con un sondeo entre empresas exportadoras que se sitúa en los niveles previos al Covid-19; en concreto desde marzo de 2020. En las dos locomotoras del euro el acuerdo sobre el Brexit y la elusión de un divorcio duro han impulsado las expectativas. Pese a los registros de embarques, aún por debajo del promedio anterior a la epidemia, y a los obstáculos que desvela el segmento logístico en el tránsito de mercancías y servicios transfronterizos por el mercado interior.
Las señales más preocupantes, sin embargo, proceden de China, la economía que sorteó el PIB negativo en 2020 entre las mayores potencias del planeta. Su indicador CFLP señala un freno de la actividad exportadora. Marca un nivel 50,2 en enero, al borde del límite entre la expansión y la recesión, tras descender de la cota 51,3 de diciembre. Este barómetro registra su estadio más bajo desde agosto de 2020. Y las importaciones descienden hasta el 49,8 como consecuencia del confinamiento de varias ciudades del país. El comercio navega entre dos aguas; unas turbulentas y otras de cierto sosiego y retorno a la normalidad, explica Christopher Rogers, investigador en Panjiva, una de las líneas de análisis de negocios de S&P Global Market Intelligence.