Primero el FMI, en octubre, en su cumbre otoñal, avanzó el retardo del dinamismo económico español. En noviembre, fueron las perspectivas de la propia Comisión Europea la que registraron este decalaje. Y, ya en diciembre, la OCDE ha emitido el último dictamen que corrobora que la senda de crecimiento del PIB hispano atraviesa parajes pedregosos. Este ejercicio no será el que marque la plena recuperación. Tras el hundimiento del PIB, con una recesión del 12%, de 2020. La Gran Pandemia sigue instalada en el sistema productivo de la cuarta economía del euro. Tampoco se proclamará en 2022. Sino en el siguiente ejercicio. Aunque el despegue ha tomado ya vuelo. Para el año que está a punto de terminar, los expertos de la OCDE estiman una subida del 4,5%; nada menos que 2,3 puntos por debajo de su estimación de verano, fase que coincide con la pinza del energy crunch en Europa y del colapso del comercio y la logística mundial, en la que han surgido por las latitudes industrializadas el fantasma de la estanflación. Mientras que el recorte, menos pronunciado, de 1,1 puntos, para 2022, deja la predicción del club de los socios de rentas altas en el 5,5%. 

La clave que señalan las tres instituciones es el retorno al dinamismo del consumo de hogares y la inversión empresarial. Es decir, el vigor de la demanda interna. En contraste con la aportación del sector exterior, que seguirá contribuyendo, una crisis más, a la aceleración de un nuevo ciclo de negocios. En este caso, y pese a los cuellos de botella del transporte marítimo y los cierres de fronteras y confinamientos por la variante Ómicron, con un crecimiento de las exportaciones del 11,7% que compensa el aumento del 11,4% de las importaciones y anticipa un saldo que otorga combustible al PIB. 

Aunque la lectura de la OCDE también deja algún que otro retazo de optimismo a medio plazo. En particular, su concesión del galardón de PIB industrializado más dinámico el próximo ejercicio (con su predicción del 5,5%) y el de 2023 (3,8%). Eso sí, dentro de un clima de “alto riesgo” sobre la factura del gas -notablemente en Europa- y la cesta de la compra, que dará alas a los IPC de los socios monetarios y provocará mayores desequilibrios en la demanda de consumo y en la creación de empleo. De manera “más persistente que lo observado hace unas semanas”; por la congestión logística y la expansión de Ómicron, explicaba Laurence Boone, economista jefe de la OCDE, quien precisó a las autoridades políticas que su labor de contención de los efectos sobre la economía del Covid-19 “aún no ha terminado”. Porque, a su juicio, precisan todavía “repensar sus políticas fiscales y gastar recursos de forma más sabia para añadir potencial de crecimiento y acelerar la transición energética”.    

La actividad hispana ya navegaba con cierto retardo. El aumento del 2% inter-trimestral entre julio y septiembre así lo atestigua. Con una inflación del 5,6% en noviembre. Aunque con fuerte creación de empleo; hasta el punto de que la tasa de ocupación no sólo ha recuperado los niveles previos a la epidemia, sino los de 2008, antes del credit crunch. Con el paro encadenando nueve meses de descensos por primera vez en la historia y una adecuada ejecución de fondos europeos a tenor de las últimas valoraciones de Bruselas. El comportamiento del mercado laboral deja, no obstante, un dato excepcional. Se han restablecido los niveles de empleo previos al Covid-19, si bien permanece un 2% de empleados en ERTE o prestación de autónomos, ya que la tasa de ocupación ha superado los 20 millones de la población activa. 

Ante esta tesitura, varias voces relevantes del sector exterior español, el más sometido al rigor de la crisis comercial y logística, explican su diagnóstico de situación frente a un fenómeno que, sólo en EEUU, ha propiciado un desembolso de la Administración Biden -que ha elogiado el nexo de concordia con el sector privado para la resolución del colapso- de 17.000 millones de dólares. Hasta el momento. A través de una partida dirigida específicamente desde su presupuesto a una receta de alivio de la congestión comercial para atender la demanda de la campaña navideña y que ha permitido que puertos emblemáticos y neurálgicos como Los Ángeles, hayan recibido en las últimas semanas una veintena más de mercantes por encima de las previsiones. Aunque una parte substancial del cheque -unos 4.000 millones- estarán destinados a la construcción de más muelles y a modernizar y adecuar la gestión de datos logísticos. Además de la llegada de la parte del pastel del plan de infraestructuras de la Casa Blanca, de un billón de dólares finalmente, que se empleará en los puertos logísticos del país.   

Mientras que, en Europa, se manifiesta una especie de rivalidad competitiva, con puertos como el de Ámsterdam o Amberes con varios días de espera de buques y el francés de Le Havre beneficiándose de los cambios de rumbo de última hora de los mercantes. España, el socio de la UE que más contenedores moviliza, opera sin grandes altercados. Algeciras y Valencia, los dos principales, no registran atascos notables. Entretanto, el Gobierno acaba de destinar unos flujos de inversión de 4.500 millones de euros durante los próximos cinco años para adecuar puertos. los y actualizarlos. Aunque está por ver aún -en Europa, España y países como Reino Unido- una resolución inmediata a la escasez de camioneros. De unos 400.000 en todo el continente, según perspectivas del sector. 

CEOE. Gregorio Izquierdo, director de Economía de la patronal española, considera que con las medidas adoptadas a nivel mundial para contener el avance de la pandemia se frenó, y en algunos casos, se paralizó la actividad de muchos sectores. La posterior recuperación, apoyada en la vacunación, está siendo muy intensa en varios países, sobre todo en los más avanzados, a lo que se une el ahorro embalsado y el notable aumento que ha experimentado el comercio electrónico. Como consecuencia, “se ha producido un rápido aumento de la demanda”. Sin embargo, la recuperación de la actividad no ha sido tan intensa, la vacunación lleva diferentes ritmos según países y la aparición de nuevas variantes de la COVID-19 limita la recuperación de la producción, lo que genera desajustes entre la creciente demanda y una oferta aún inferior a la previa a la crisis en muchos sectores. 

El transporte también se ve afectado por estas circunstancias. Así, el transporte marítimo, que supone alrededor del 80% del transporte mundial, ha enfrentado problemas de personal en puertos chinos, entre otros, debido a las medidas para evitar contagios, y por meteorologías adversas que han retrasado la salida de productos hacia el resto del mundo. No hay que olvidar que China es la gran fábrica mundial actualmente. También hay un efecto látigo, al haber retrasos en los pedidos de las empresas, disminuyen los stocks de estas. Esto genera pedidos adicionales para compensar, lo que sigue aumentando la demanda e intensificando los desequilibrios. De igual manera que existen problemas en puertos de destino, con importantes atascos, uno de los más señalados en Los Ángeles, que de nuevo introduce retrasos en las cadenas de distribución. Ahora, con la apertura del puerto las 24 horas del día se está aliviando poco a poco el problema. Aunque no es sólo el puerto, luego hay que redistribuir por tierra estos productos con desajustes en almacenes y centros de distribución y a ello se une la escasez de camioneros, al menos temporalmente, para dar salida a toda la carga que llega. 

Sin duda -señala Izquierdo- “estos desajustes y retrasos en las cadenas de distribución terminan afectando a la producción de muchos sectores, lo que resta dinamismo a la recuperación”. Además, el encarecimiento de materias primas, de metales y de la energía tampoco ayudan. Los costes de transporte se encarecen, los barcos pueden ir más lentos para ahorrar combustible, y este incremento de costes y menores niveles de productos genera tensiones en la inflación a nivel mundial. “La solución no será inmediata”, admite, y los desajustes llevan tiempo corregirse. “Los próximos meses no son favorables para ello, pero esperamos que, a partir del segundo trimestre y, sobre todo, en la segunda parte del próximo año, la situación se vaya normalizando y el crecimiento y el comercio mundial recuperen dinamismo”. 

De momento, desde la CEOE se elude la estanflación. “Los principales bancos centrales insisten en la transitoriedad del incremento de los precios, debido a un cúmulo de circunstancias y desajustes, que se espera que se vayan corrigiendo a lo largo del próximo año”. También es la tesis actual de los principales organismos internacionales, como el FMI, la OCDE o la Comisión Europea. El problema -explicita Izquierdo- “es que en algunos países la inflación está alcanzando unos niveles sensiblemente elevados, no tanto en la UE como agregado, donde, a pesar de estar por encima del 4%, la inflación subyacente está contenida, pero sí en EEUU, donde el IPC supera el 6% y la subyacente está en el 4,6%”. Además, no todos los bancos centrales disponen de la misma capacidad de acción, y en algunas economías emergentes se pueden ver obligados a actuar antes que las avanzadas ante situaciones de cierto descontrol. 

Por ello, el riesgo vendría de que la inflación se mantuviese elevada durante bastante tiempo, que se generen efectos de segunda ronda y que terminen afectando a las expectativas de largo plazo de los agentes, ya que esta situación aceleraría el endurecimiento de las políticas monetarias por parte de los bancos centrales. De hecho, desde el pasado verano algunos países ya han comenzado a incrementar sus tipos de interés, entre ellos Noruega, República Checa o Polonia, en Europa, y también varios países de Latinoamérica, entre los que destacan Chile, Brasil, México o Perú. Además, Nueva Zelanda ha subido tipos por dos veces y, próximamente, se pueden unir el Banco de Inglaterra, el de Canadá y el de Australia. Por su parte, en EEUU, la Fed ha comenzado a recortar sus programas de compras de bonos, aunque de momento insiste en que los tipos permanecerán bajos. Tampoco se espera que el BCE vaya a subir tipos a lo largo de 2022. En cuanto a la coyuntura, la Comisión recientemente ha publicado sus previsiones, aumentando en dos décimas, hasta el 5%, sus estimaciones de crecimiento del PIB para la UE y la Eurozona en el presente año, debido al buen comportamiento del segundo y del tercer trimestre. Pero también ha revisado en dos décimas a la baja, hasta el 4,3%, el crecimiento de 2022, por los efectos de la elevada inflación y las limitaciones a la producción derivadas de los cuellos de botella en las cadenas de suministro. Todo ello sin considerar que los rebrotes y las variantes de la pandemia tengan un impacto sensible sobre la economía, ya que, de ser así, las previsiones del próximo año pudieran reducirse.

Para España, tras los últimos resultados publicados por el INE y con los problemas señalados en el horizonte, la Comisión Europea ha recortado notablemente las previsiones hasta el 4,6% para el presente año y el 5,5% para el próximo. Estas últimas estimaciones están en línea con las que veníamos manteniendo desde CEOE, donde ya señalábamos que el crecimiento sería menor que el que se apuntaba hace unos meses. Nuestras estimaciones son que en 2021 el PIB español aumentará un 4,8% y que durante el próximo año crecerá un 5,0%, recuperando los niveles precrisis ya entrados en 2023. “Con estos elevados niveles de crecimiento (máximos en las últimas décadas) y a pesar de la alta inflación, en principio transitoria, no se puede hablar todavía de estanflación”, justifica el director de Economía de la patronal.

Para Izquierdo, sin embargo, “las restricciones a la movilidad derivadas de la pandemia han provocado una aceleración del proceso de digitalización. Las empresas, las administraciones públicas y la sociedad en su conjunto han reforzado su apuesta por la digitalización en múltiples ámbitos como el comercio, el trabajo con la generalización del teletrabajo, la educación, los trámites administrativos, las relaciones sociales y hasta en el día a día de todos los agentes económicos. Y muchos de estos cambios han llegado para quedarse y seguirán una vez que se haya superado la crisis sanitaria. Desde la UE, para favorecer la recuperación de la economía, se han puesto en marcha un programa, el Next Generation EU, cuyos principales pilares son precisamente el impulsar la transformación digital y la transición energética de los países de la zona. Estos fondos suponen una gran oportunidad y deben aprovecharse para dinamizar la inversión pública y privada y favorecer estas transiciones que permitan mejorar la productividad de las economías y su crecimiento potencial.

Con respecto a los baches que puedan estar encontrando estas transformaciones distinguiría entre la digital, que, como se ha señalado, se ha visto impulsada por la pandemia, y que deberá encontrar su equilibrio una vez se supere. En este sentido, los problemas del mercado laboral en Estados Unidos pensamos que son temporales, influidos por la propia pandemia, generosas ayudas al desempleo, la logística derivada de la enseñanza en casa y el recelo de algunos trabajadores a volver de forma presencial en determinados sectores. Por lo tanto, estos problemas se irán solucionando en los próximos meses. Por otro lado, “la transformación energética también enfrenta problemas coyunturales, como dificultades en la producción y en los transportes y suministros de materias primas, pero también otros desajustes que puede llevar más tiempo superar. Los cambios energéticos aumentarán la demanda de unas fuentes energéticas al tiempo que penalizará el uso de otras, y en este sentido debe hacerse compatible esta transformación por la que se está apostando, sin que ello dañe la competitividad de las economías europeas”. 

En definitiva -apuntala Izquierdo- “no creemos que con estos cambios estemos ante una batalla entre la Vieja y la Nueva Economía, sino que nos encontramos en una transformación económica a nivel mundial, a la que todos los agentes económicos deberemos adaptarnos en mayor o menor medida”. El funcionamiento de las economías no es un proceso estanco, sino que las mismas están en una evolución continua, como ha sucedido a lo largo de la historia económica. No obstante, “esos cambios no se producen de la noche a la mañana, sino que lleva su tiempo implementarlos”. Precisamente, los fondos europeos se han diseñado para contribuir a impulsar dichos cambios en la UE, con una mayor digitalización y una transición energética, aunque esta última también “debe de ser compatible con el mantenimiento de la competitividad de nuestras economías, de forma que, en el futuro, probablemente en pocos años, si los fondos se aprovechan de forma adecuada y eficiente, seamos testigos de una economía más digitalizada y sostenible”.

Cámara España. Raúl Mínguez, director del Servicio de Estudios del organismo cameral nacional, cree que, desde luego, los problemas logísticos provocados por las interrupciones en las cadenas de suministro están afectando la senda de la recuperación. Los riesgos son elevados y se han ido incrementando en los últimos meses. La complejidad de las cadenas de suministro y el actual contexto en el que se desenvuelven -dice- “hacen difícil prever un horizonte de recuperación”. Cabe recordar que las cadenas de suministro son enormes redes complejas que conectan a fabricantes, exportadores, importadores y proveedores a través de transporte ferroviario, por carretera y por mar. Y que el tráfico marítimo transporta el 90% de productos comercializados, de los cuales el 60% lo hace en contenedores de acero, controlados hasta en dos terceras partes por 5 compañías. Una situación, por tanto, compleja y no exenta de vulnerabilidad. 

En cualquier caso, y previsiblemente -matiza Mínguez- estos problemas logísticos generados por los cuellos de botella se prolongarán “más allá de la mitad del próximo año”, ya que el grado de incertidumbre en el que nos manejamos actualmente es elevado, y el riesgo más importante sigue siendo la evolución de la pandemia, y en particular de las nuevas variantes del virus Covid-19. Por ello, “todo parece indicar que esta situación se prolongará en los próximos meses, afectando la disponibilidad, los plazos de entrega y repercutiendo en los precios finales de los bienes”. Entre los más perjudicados figuran “aquéllos que tienen cadenas de suministro más largas y globales (electrónicos, textil o automoción), en las que cada eslabón se sitúa en una parte distinta del planeta”. Por tanto, “es de esperar que este aumento de los costes repercuta en los precios finales de los productos industriales y algunos bienes de consumo”, tal y como viene ocurriendo desde inicios de este año en algunas ramas industriales (productos metálicos, madera y mueble, manufacturas de plástico y la industria química, entre otros).

Para el director del Servicio de Estudios de Cámara España, “desde el punto de vista empresarial y sin ahondar en materia de política comercial, las posibles soluciones a esta crisis de suministro pasan no solo por la mejora en las infraestructuras, sino también por innovación, inversión en tecnología y digitalización del transporte de mercancías, es decir, por la mejora en la eficiencia de los procesos”. 

En su opinión, sin embargo, “aún es prematuro hablar de estanflación”, ya que, para que ocurra, la economía debe estar estancada -con bajo o nulo crecimiento-, y la inflación descontrolada; situaciones que “no se está produciendo”. Si bien el crecimiento real se sitúa por debajo del previsto, y la inflación está superando las predicciones, tanto a nivel europeo como en nuestro país, es de esperar que este escenario sea transitorio y los precios se estabilicen en el medio plazo. Por supuesto, todo ello condicionado a una serie de acontecimientos, también inciertos, como la persistencia de los problemas con las materias primas o los componentes, que afectan a la producción. 

Para Mínguez, otro elemento a tener en cuenta es la importante expansión monetaria llevada a cabo por los bancos centrales durante el último año y medio para tratar de contrarrestar los efectos de la pandemia sobre la economía, que está contribuyendo al contexto inflacionario, si bien, por ahora, este incremento de los precios no parece haberse trasladado al componente subyacente del IPC, que crece a un ritmo mucho más contenido, lo que lleva a esperar un comportamiento inflacionario más moderado en el futuro. En resumidas cuentas -explica- “el contexto incierto actual lo es para todos los agentes, bancos centrales incluidos”. Lógicamente, sus decisiones influyen sobre ese contexto, alterándolo, y es precisamente por ello que deben moverse con cautela. Su posición les permite analizar los datos antes de actuar y así evitar precipitarse con el posible cambio de la política monetaria. 

Respecto al dinamismo de los procesos de digitalización y de neutralidad energética, en plena crisis logística y energética, Mínguez no achaca este contraste a una batalla entre la vieja y la nueva economía. A estas alturas, ya nadie duda de las virtudes de la digitalización, que mejora y hace más competitivos los procesos productivos. Más bien al contrario. En este contexto, el binomio digitalización-sostenibilidad resulta esencial tanto para la recuperación como para las relocalizaciones industriales, el ahorro de costes y la lucha contra el cambio climático. Resulta indispensable aprovechar las sinergias positivas entre ambos fenómenos para caminar hacia un modelo productivo eficiente, resiliente y sostenible, capaz de sellar el reto de descarbonización. 

La transición ecológica debe, necesariamente, ir acompañada de la digitalización de nuestros sectores productivos, y hacia allí se dirigen Europa y con ella España, potenciada por los Fondos Nex Generation EU, explica Mínguez, para quien, al mismo tiempo, supone “una oportunidad para reindustrializar Europa”, toda vez que la pandemia ha puesto de manifiesto la mayor fortaleza y estabilidad de las economías más industrializadas. La industria 4.0 es un claro ejemplo de ello. Transforma la manera de fabricar, de distribuir, de gestionar la cadena de suministro y reduce el impacto sobre el medioambiente. Elimina residuos y produce con componentes de proximidad. Al tiempo que genera nuevos perfiles profesionales y nuevas oportunidades de negocio. Por ello -aclara- “no se trata de un fenómeno pasajero, sino de una apuesta hacia modelos de negocio más sostenibles, competitivos y rentables”, impulsados por recursos de la UE, un proyecto que supone una auténtica transformación. El incremento de la competitividad empresarial, la optimización de la cadena de suministro hacia un modelo bajo en emisiones o las mejoras en la eficiencia energética son algunos de los objetivos en los que se está avanzando rápidamente y que resultan clave para esta transformación.

A su juicio, el liderazgo asumido por la UE en este sentido representa una oportunidad para nuestras empresas, dado que refuerza y promueve el camino ya iniciado hacia la neutralidad climática, debiendo acompasarse asimismo de la necesaria preservación de la competitividad del tejido productivo.  

Grupo Antolín. Desde la multinacional española de la industria auxiliar del automóvil se admite que “las cadenas de suministro están atravesado un momento complejo como consecuencia del impacto de la pandemia en las economías de todo el mundo”. Se ha producido una disrupción en la cadena de suministro con la escasez de productos esenciales, como los semiconductores, el alza generalizada de los precios de las materias primas y un aumento de los costes logísticos. Esta crisis, a la que se une el fuerte aumento de los gastos energéticos, ha destapado la fragilidad de un sistema construido durante décadas y basado en la fuerte dependencia de pocos países, especialmente asiáticos, para la fabricación de productos y componentes clave para el mercado global. Los expertos señalan que esta excesiva concentración obliga a replantearse todo el sistema para lograr un reequilibrio de la cadena de suministro con el objetivo de contar con una base de proveedores más amplia, diversificada y robusta.

Fuentes de la firma asumen que “no se va a producir la rápida recuperación que se presagiaba a principios de año, tras el golpe que sufrieron todas las economías en 2020 por las medidas de los gobiernos para hacer frente al virus”. Por lo que respecta a la industria automovilística, este año se dejarán de producir cerca de diez millones de vehículos respecto a las previsiones iniciales debido a la crisis de los chips. De esta forma, la recuperación total del sector tardará más de lo esperado. No se espera que la industria alcance las cifras prepandemia hasta 2023. Por lo que, Grupo Antolin -dicen las mismas fuentes- “confía en que, cuando la situación de la industria se normalice en los próximos meses, la elevada demanda de coches produzca un crecimiento sostenido de las ventas mundiales a medio plazo”. La crisis actual es de oferta -matizan-, lo que está provocando que los plazos de entrega de los vehículos se hayan alargado hasta niveles históricos. 

Y precisan que, ya antes de esta crisis, el sector automovilístico estaba en pleno proceso de transformación hacia una movilidad más sostenible y basada, además, en todo el potencial de la digitalización y las nuevas tecnologías aplicada tanto a los productos como a los procesos. La crisis ha acelerado estas tendencias con unos consumidores más sensibles ahora a los temas medioambientales y sociales y en un contexto en el que las regulaciones sobre emisiones de los vehículos se están volviendo más estrictas. “La industria se está adaptando a estos cambios y requerimientos de una forma acelerada lo que, sin duda, va a hacer que siga siendo en el futuro, como lo ha sido a lo largo de toda su historia, un ejemplo de innovación, liderazgo tecnológico y competitividad”.

Cesce. El Área de Riesgo País y Gestión de Deuda de Cesce, la compañía de seguros de crédito a la exportación se asegura que los problemas logísticos actuales y en concreto la saturación y retrasos en el trasporte de mercancías en los puertos comerciales es un problema mucho más complejo y difícil de resolver a corto plazo de lo que se cree. Es cierto que en parte tienen como causa factores específicos fáciles de detectar -explican-, relacionados directamente con medidas de contención contra el Covid-19, aunque también por diversos factores provocados en última instancia por la desigual pero rápida recuperación de la demanda mundial, que favorece el consumo de bienes, especialmente duraderos, frente a los servicios, algo a lo que nuestra estructura productiva no es capaz de adaptarse con rapidez. Entre los factores específicos es fácil señalar el impacto que está teniendo la política de “tolerancia cero” en materia sanitaria por parte de China, responsable de casi un tercio de las manufacturas mundiales, que provoca medidas muy drásticas ante contagios que, vistos desde Europa, parecen insignificantes. Así, ante contagios de pocas docenas de personas, el puerto de Yantian en China permaneció semicerrado durante un mes y medio en mayo y junio de 2021, mientras que Ningbo se cerró en agosto. Además, está la política de cuarentena de 21 días para cualquier persona que quiera entrar en China, lo que dificulta cubrir con personal foráneo puestos determinados en los puertos.

En cualquier caso, el problema más grave de fondo -matizan- son los que tienen que ver con el fuerte ascenso de la demanda y que la oferta, en muchas ocasiones por falta de inversión en los últimos años, no es capaz de cubrir. Así, por ejemplo, sucede en sectores tan diversos como el flete marítimo, los semiconductores, el carbón o el gas y otras materias primas, que son los que a su vez generan cuellos de botella en otros sectores. El caso del flete es paradigmático; después de años de exceso de oferta de buques y precios del flete muy bajos, el fuerte ascenso de la demanda de transporte de mercancías ha provocado una escasez que difícilmente se va a subsanar a corto plazo. En gran medida por el plazo relativamente largo que lleva la construcción de buques y por la incertidumbre a la hora de invertir por desconocer cómo de permanente es esta situación. Estas características son comunes en los sectores intensivos en capital como los antes señalados y se retroalimentan a lo largo de la cadena productiva. Así, por ejemplo, los problemas con el suministro de carbón en China han provocado cortes en el suministro eléctrico que, a su vez, han sido un factor determinante en el parón en la industria manufacturera china en el tercer trimestre (tan solo un 0,1% de crecimiento intertrimestral). Otro factor que también influye en este escenario es la escasez de mano de obra en los países desarrollados para cubrir puestos en los puertos o de transportistas de mercancías, lo que ha provocado una fuerte congestión en los puertos, especialmente en EEUU.

Así pues, la solución llevará cierto tiempo y pasa, por un lado, por el control definitivo de la pandemia, lo que evitará nuevas restricciones en los puertos, y la progresiva normalización de los patrones de consumo, que debería permitir una mayor demanda de servicios frente a la que ahora se dirige a los bienes. No obstante, las previsiones apuntan a que los problemas se podrían agudizar en los próximos meses, pero deberíamos notar una mejora a partir del primer trimestre de 2022 y posiblemente estén resueltos durante la segunda mitad de 2022, si bien es cierto que estas previsiones están sujetas a un altísimo grado de incertidumbre.

En la sala de máquinas de Cesce se precisa que, “detrás la subida actual de precios hay factores transitorios que la explican, relacionados con los problemas en la cadena de suministros y el coste energético, pero también otros vinculados al incremento de la demanda, que parecen pueden ser más persistentes en el tiempo”. La situación, pues, resulta muy compleja para los responsables de la política monetaria. ¿Actuar ahora de forma decidida, poniendo en riesgo la recuperación, o esperar y correr el riesgo de tener que actuar más adelante de manera aún más drástica y provocar una recesión? En la medida en que pensemos que las tensiones inflacionarias son transitorias, deberíamos esperar a que la situación se resuelva por sí misma. 

En cualquier caso, la situación en estos momentos parece muy distinta para la Reserva Federal que para el BCE. Las presiones de precios en EEUU son mucho más evidentes (inflación del 6,2% en octubre) y están provocando un fuerte ascenso de los salarios a tasas de dos dígitos. Mientras que en Europa la inflación parece que está más influenciada por el alza del precio de la energía (la inflación subyacente está en el 2,1% en octubre) y hasta el momento no parece que haya un traslado a los salarios. Así, la FED ya ha anunciado su programa de tapering o reducción de compras de activos, que debería terminar en julio de 2022, y a partir de ahí podríamos registrar ya las primeras subidas de tipos. No obstante, el previsible agravamiento de la inflación en EEUU en los próximos meses generará una fuerte presión sobre la FED para acelerar este calendario. En Europa se espera que el BCE anuncie en diciembre su programa de tapering, que podría dar comienzo alrededor del segundo trimestre de 2022, pero no tendríamos subidas de tipos hasta por lo menos 2023. Evidentemente, todas estas previsiones están nuevamente sujetas a que, al menos en parte, las tensiones de precios se alivien a lo largo del año que viene.

Sobre el proceso de digitalización, en el área de Riesgo País y Gestión de Deuda se precisa que la tecnología es la gran esperanza como solución a muchos de los problemas que ahora mismo amenazan la recuperación. El avance digitl en la producción y almacenamiento sostenibles de electricidad permitiría una rápida reducción en los costes energéticos y con ello no solo reducir el coste de la transición energética, sino también traer grandes beneficios en términos de generación de empleo y aumentos de la productividad. Todo ello mejoraría las perspectivas de crecimiento y sería, al mismo tiempo, muy positivo para el control de la inflación. Lo mismo se puede decir de muchos avances tecnológicos en materia de inteligencia artificial, biomedicina, realidad virtual, o incluso vinculados al transporte. 

Pensemos, por ejemplo -dicen en Cesce- en la revolución en términos de costes que supondría para el sector del trasporte, tan aquejado en estos momentos por la falta de mano de obra, la total automatización de los vehículos por carretera. Además, la Inteligencia Artificial promete mejoras de productividad en sectores de servicios hasta ahora vedados a la automatización. Estos avances podrían ser además un factor clave para afrontar con éxito el reto demográfico que amenaza con provocar escasez de mano de obra cualificada y ejercer una fuerte presión sobre los sistemas de pensiones en la OCDE. En muchos terrenos tecnológicos, parece que nos encontramos a las puertas de grandes avances que pueden suponer un cambio drástico en nuestras economías; sin embargo, es difícil saber la velocidad de estos cambios y si podemos contar con ellos para resolver por sí solos los problemas que ahora mismo amenazan la recuperación.

Banco Sabadell. Carlos Dalmau, director de Internacional de la entidad bancaria, hace hincapié en que la interrupción del tráfico marítimo, caso del Ever Given, fue uno de los indicadores, pero no el más importante. “Debemos elevar la mirada y hay otras realidades que han afectado principalmente, uno de ellos es el encarecimiento de los fletes marítimos, si anteriormente embarcar un contenedor de 40 pies suponía un coste de 2.000 dólares, en julio de 2020, este coste se elevó hasta los 10.000 en agosto pasado. “La base de esta elevación de precios estuvo que durante el Covid las navieras asistieron a una reducción de la demanda por la caída del consumo y el cierre de los puertos”, primero en China y posteriormente en Asia -matiza- “llegando a Europa y finalmente América”, momento que aprovecharon para dar de baja las navieras a los buques que por su antigüedad no podían cumplir la normativa medioambiental de la UE y que entrará en vigor en 2023. Tienen que incorporarse nuevas unidades, pero es un proceso a medio plazo. Por tanto, se cruzan varios aspectos. En primer término, un incremento de la demanda del transporte marítimo que ha sido exponencial desde el inicio de las campañas de vacunación y el final de los confinamientos del Covid por “la dificultad de absorber con la capacidad naviera actual”. En segundo lugar, por el desfase de la situación de los contenedores en los diferentes puertos internacionales, que necesita un plazo de tiempo de maduración. Y, como no hay dos sin tres, tampoco se debe olvidar el aumento de los precios de combustible que supone una parte importante del coste del transporte marítimo. 

Todos estos problemas de suministro “no se van a resolver pronto, pero las industrias en general han trabajado arduamente para asegurarse estocaje suficiente para su comercialización, lo que descuenta que pueda mantenerse durante 2022 y principios 2023 estas dificultades que antes hemos mencionado. Sin embargo -afirma Dalmau- “las mejoras tecnológicas de las empresas y la digitalización deberían contribuir a gestionar mejor las cadenas de valor”. La nueva tendencia cada vez más implantada es que las empresas están trabajando más en clave internacional (las exportaciones españolas están en crecimiento 2021 en dos dígitos) que actuando en local. Algo que, a su juicio, “significa que muchas implantaciones asiáticas de firmas europeas producen para el mercado local asiático y las diferentes implantaciones Norteafricanas”. O que centros europeos produzcan cada vez más para el mercado geográfico de proximidad, “incorporando el concepto de cadenas de suministro resilientes y minimizando el coste energético y aplicando normas de sostenibilidad y eficiencia”.

Desde la Dirección de Estudios del Banco Sabadell, tampoco se lanzan riesgos de estanflación. A su juicio, “España y la zona euro están dejando atrás la crisis”. Las perspectivas de crecimiento son buenas, apoyadas por los efectos positivos de la campaña de vacunación, la puesta en marcha del Next Generation EU, el ahorro acumulado por familias y las condiciones favorables de financiación”. Sin embargo, “la recuperación económica no está exenta de retos”, como los nuevos rebrotes del virus, los cuellos de botella, la escasez de semiconductores y el precio de la energía. Cabe destacar que varios miembros del BCE (de Guindos, Schnable y Knot) han señalado que los nuevos rebrotes del virus y el endurecimiento de las medidas de contención asociado a los mismos tendrán un impacto más limitado sobre la actividad que en anteriores ocasiones.

“La reapertura de las diferentes economías está generando un entorno de inflación muy distinto al de antes del Covid”, aseguran en el centro de investigación del Sabadell. De este modo, la inflación se ha convertido en uno de los principales focos de atención y en la mayoría de países, ha repuntado con fuerza, “en ocasiones superando los máximos de varios años”. En la zona euro, la elevada inflación no se ha traducido en efectos de segunda ronda sobre los salarios, por el momento. “La elevada inflación debería tener un carácter relativamente temporal, aunque, eso sí, más persistente de lo esperado en un primer momento”, consideran. De este modo, debería moderarse en 2022, especialmente en la segunda mitad de año, en un contexto en el que el shock energético y las disrupciones sobre la oferta deberían perder centralidad. Recientemente “se han observado señales tentativas de mejora en ambos casos”. 

Así, los precios de los contenedores, los volúmenes de carga y la congestión en algunos puertos han mostrado ciertos signos de relajación y algunas empresas de logística consideran que lo peor habría quedado atrás. Por otra parte, los precios de la energía en Europa se han atenuado después de que Rusia asegurase un aumento del suministro de gas. El aumento de la inflación ha llevado a los mercados financieros a recalibrar sus expectativas de tipos de interés oficiales. Así, por ejemplo, se llegaron a descontar hasta dos subidas de tipos para 2022 para el BCE. La presidenta del BCE, C. Lagarde, y otros miembros de la institución (incluso los más hawkish) consideran muy poco probable que se den las condiciones para subir tipos en 2022. Lagarde considera que la política monetaria no debe sobre-reaccionar a las actuales disrupciones en la oferta (por ejemplo, cuellos de botella) al no poder influir directamente en ellas.

En este contexto de elevada inflación, se ha comenzado a vislumbrar un giro de los principales bancos centrales. En particular, se espera una subida inminente de tipos por parte del Banco de Inglaterra, mientras que la Fed pretende acabar con su programa de compras de deuda pública y corporativa a mediados de 2022. El BCE también ha anunciado una reducción del ritmo de compras del PEPP (programa de pandemia) y seguramente lo finalice en marzo de 2022. En cualquier caso, el BCE debe avanzar de forma muy paulatina en su estrategia de salida para evitar sobre-reacciones e inestabilidad en los mercados financieros. “El BCE debe velar por mantener unas condiciones de financiación favorables y evitar la fragmentación de los mercados financieros para apuntalar la recuperación económica”, recuerdan desde el Servicio de Estudios de la entidad financiera.

Desde el que, en este caso, ven una batalla estructural entre la Vieja y la Nueva Economía. Pero con “algunos matices”. Y quizá por ello, sea oportuno distinguir la naturaleza de algunos de estos problemas. La escasez de trabajadores -dicen sus analistas- “no es una cuestión nueva para muchas economías, puesto que siempre existe un déficit de oferta local para abastecer las necesidades de fuerza de trabajo en determinados sectores”. Sin duda -prosiguen- la pandemia ha acentuado este problema, en la medida en que muchos trabajadores, bien por reticencias sanitarias, bien de movilidad o de otro tipo, no se encuentran ahora disponibles y se acumulan vacantes. En condiciones normales, “esta escasez debería ser resuelta por el propio mercado, gracias a la movilidad de trabajadores o por ajustes salariales al alza, aunque éstas se encuentran limitadas por la rentabilidad de los sectores y la capacidad de trasladar mayores costes”. Por tanto, ante una eventual erradicación del Covid-19, y siempre y cuando exista libertad de circulación de bienes y factores, no hay razones para pensar que estas tensiones no fuesen apaciguadas.

Ahora bien, el problema también reside en las expectativas, precisan, ya que en algunos sectores donde se observan fricciones también presentan una escasez estructural de trabajadores disponibles por la incidencia del cambio tecnológico y la transición ecológica, que se han acelerado tras el Covid. “La digitalización está cambiando la demanda de perfiles profesionales, con nuevas ocupaciones antes inexistentes y relegando a un segundo plano a otras, digamos, más tradicionales”. Y he aquí la influencia de la digitalización, que en cualquier caso “cabe interpretar como una tendencia de fondo que estaba presente ya con anterioridad al Covid, y que ha causado tensiones que también se mantendrán en adelante”.

Respecto a los precios de la energía observados en los últimos trimestres, especialmente los del gas, también se prevé que el repunte tenga una duración temporal y que vaya normalizándose especialmente a partir del primer trimestre de 2022. No obstante, también supone una alerta de que el proceso de transición ecológica puede aumentar la volatilidad de los precios de la energía y repuntes abruptos de sus precios pueden volver a producirse. El motivo es que las inversiones en energía renovable se encuentran muy lejos de las necesarias para alcanzar los objetivos de descarbonización, mientras que la inversión en hidrocarburos se ha reducido de forma notable en los últimos años. En este sentido, en momentos de repunte de demanda, la oferta puede necesitar precios más altos para responder.