El Ártico, nuevo escenario de la competencia global

Durante las últimas décadas, el Ártico ha sido una región caracterizada por la cooperación internacional, las investigaciones científicas y una relativa calma geopolítica. Ahora, debido a los efectos del cambio climático, los recursos naturales que se encuentran bajo sus gruesas capas de hielo se han vuelto accesibles y el deshielo está dando lugar a nuevas rutas marítimas con un importante potencial económico. Estas oportunidades han convertido al Ártico en una región con un creciente valor estratégico, un lugar donde las potencias lucharán por aumentar su influencia.

La soberanía del Ártico está repartida entre los cinco países con salida a este océano: Rusia, Noruega, Dinamarca, Estados Unidos y Canadá. Al ser un conjunto de aguas, la jurisdicción sobre el territorio se establece según la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar. Así, estos cinco Estados, conocidos como los Arctic Five, tienen derecho a explotar los recursos que se encuentran dentro de su zona económica exclusiva, es decir, a doscientas millas náuticas –unos 370 kilómetros– de sus costas. Otros países como Suecia, Finlandia o Islandia no tienen soberanía para reclamar territorios árticos, pero debido a su cercanía y a su influencia, forman parte del Consejo del Ártico, el foro de decisiones conjuntas de la región.

El potencial del Ártico ha captado la atención de las potencias en los últimos años, pero esta región ya fue un escenario clave en el pasado. Durante la Segunda Guerra Mundial, y tras la invasión nazi de Dinamarca, Estados Unidos estableció bases en Groenlandia. Así, la isla más grande del mundo se convirtió en un territorio importante para los aliados, fundamental para el transporte entre los territorios estadounidenses y soviéticos. 

Sin embargo, fue durante la Guerra Fría cuando el Ártico se constituyó como una región clave. A la Unión Soviética le permitía conectar sus flotas del Pacífico con las del Atlántico y reducir la duración de las rutas marítimas. Por otra parte, para Estados Unidos, el Ártico se convirtió en su última línea de defensa contra el bloque comunista. Así, esta región reunió los factores necesarios en un contexto de tensión para convertirse en un territorio militarizado. Ambas potencias comenzaron a instalar bases militares y a desplegar armas nucleares como método de disuasión contra el bando enemigo. 

Finalmente, con la caída de la URSS y el término de la Guerra Fría, el Ártico se convirtió en un territorio caracterizado por la cooperación internacional y la colaboración científica. Sin embargo, en los últimos años el Ártico ha vuelto a captar el interés de las grandes potencias. 

Los efectos del cambio climático están dando lugar a nuevas oportunidades que promueven la lucha por el control y la influencia en la región. Se estima que bajo sus gruesas capas de hielo se encuentran alrededor del 30% de las reservas de gas y hasta el 13% del petróleo sin explotar del mundo. Pero los hidrocarburos no son lo único, la región es rica en materiales estratégicos para el desarrollo tecnológico y las energías renovables, como son el níquel, el cobre o las tierras raras. 

Además, el deshielo está haciendo navegable el mar Ártico durante más días al año y hay posibilidades de abrir nuevas rutas comerciales que acortarían las travesías, reduciendo notablemente el tiempo de viaje y sus costes. Por otra parte, la subida de la temperatura del agua del mar está haciendo que muchas especies de peces se trasladen hacia el norte, convirtiendo al Ártico en una gran reserva pesquera, con la prosperidad económica que esta actividad puede traer a sus territorios.

Todas estas posibilidades han puesto al Ártico en el punto de mira de las potencias. Rusia es el país con más kilómetros de costa ártica del mundo y por su litoral pasa la ruta marítima del noreste. Además, posee la flota más grande de buques rompehielos del mundo, incluyendo varios de propulsión nuclear. El Kremlin ve en el Ártico la oportunidad de recuperar poder e influencia en la esfera internacional y ya ha comenzado un programa de militarización en la región mediante la reapertura de bases militares y el despliegue de sistemas de defensa antiaérea.

Debido a la invasión de Ucrania y las consecuentes sanciones, Rusia necesita nuevas inversiones para financiarse y China busca reforzar su influencia en la región. Así, los dos países han comenzado operaciones conjuntas en el Ártico que benefician a ambos. Aunque actualmente China tiene una presencia limitada, su interés en la región crece. La gran potencia asiática podría ser una de las grandes beneficiadas de las posibles nuevas rutas marítimas, ya que reduciría mucho los tiempos de transporte entre Asia y Europa. 

Por su parte, Estados Unidos y los países occidentales también buscan ganar peso en esta región. Trump ya ha mostrado en varias ocasiones su interés en comprar Groenlandia, sus recursos naturales y su posición geográfica le permitirían al presidente estadounidense reducir la dependencia de materiales estratégicos de China y controlar las nuevas rutas marítimas. Además, con la reciente inclusión de Suecia y Finlandia a la OTAN, los equilibrios del Ártico han sufrido cambios. Ahora, cuatro de los cinco países árticos forman parte de la Alianza Atlántica, aumentando así la presencia militar en la región, donde ya se han dado algunas tensiones entre aviones rusos y occidentales.

A la vez que la región se militariza, el deshielo continúa aumentando el nivel del mar, amenazando ecosistemas enteros y liberando grandes cantidades de gases como el metano, que llevaban miles de años atrapados entre las gruesas capas de hielo. Sin embargo, las potencias se centran en las oportunidades lucrativas que ofrece el Ártico, una región donde buscan aumentar su poder e influencia global.