Pero el complejo sistema electoral americano, que exige obtener, al menos, 270 de los 538 delegados que proporcionan los cincuenta estados de la Unión -California, 55, el colegio electoral más goloso para los aspirantes-, puede deparar sorpresas. Como en 2016, cuando Trump se hizo con el Despacho Oval con 2 millones de apoyos menos que su contrincante, Hillary Clinton. Y se complica aún más por el terreno embarrado en el que se batirán ambos contendientes -con visiones casi antagónicas sobre el futuro del país- y una marcada preferencia del voto ciudadano por la economía. Ocho de cada diez decidirán su sufragio bajo este parámetro, con EEUU sumida en una recesión histórica, del 32,9% en el segundo trimestre, y dudas sobre el despegue del ciclo de negocios post-Covid.


El terreno preelectoral americano no será precisamente una alfombra roja. Todo lo contrario. La contienda entre el presidente y aspirante republicano, Donald Trump, y su contrincante del Partido Demócrata, Joe Biden, se jugará en un espacio pantanoso. “Serán unas elecciones feas”, titulaba hace unas jornadas The Economist en una de sus valoraciones de campaña. En medio de un conflicto de alta intensidad social. Con los votantes de Trump en lucha directa frente a los manifestantes del movimiento Black Lives Matter en ciudades como Portland (Oregón), muertes de ciudadanos afroamericanos en detenciones policiales y asesinatos de supremacistas blancos en protestas ciudadanas que se han desplegado a lo largo y ancho de la mayor potencia mundial. Derechos civiles frente a ley y orden. Es una de las dicotomías que separan las dos visiones que los contendientes en las urnas ofrecen sobre el futuro de EEUU. Sobre los próximos cuatro años de mandato presidencial. Pero gran parte de los ciudadanos y electores americanos muestra su preocupación por un clima de enfrentamiento cívico que podría llegar a desencadenar una crisis constitucional en toda regla. No es la primera vez que unos comicios presidenciales han tenido que soportar una atmósfera parecida. En el pasado, recuerda el semanario británico, en 1968, uno de los aspirantes, Robert Kennedy, fue asesinado en plena campaña. O en 1912, cuando el entonces ex presidente Theodore Roosevelt fue alcanzado en el pecho por un disparo mientras realizaba un discurso en Wisconsin. En la cita del próximo 3 de noviembre, la especulación se ha adueñado del resultado electoral. Las apelaciones de Trump al voto por correo por la crisis de la epidemia del coronavirus han hecho saltar las alarmas de fraude. El presidente ha dejado claro que no le gusta esta opción para que los ciudadanos depositen sus sufragios. Mientras el clima de campaña recuerda episodios de recientes contiendas electorales con aspectos escabrosos, como el complejo, lento y dudoso recuento en Florida que llevó a George Bush, hijo, a la Casa Blanca frente a su rival, Al Gore, o las supuestas interferencias de Rusia en 2016, sin esclarecer en toda su dimensión, que aupó a la Administración Trump al poder.

 

Requisitos presidencia Estados unidos

 

La división social ha hecho mella en el electorado estadounidense. Hasta el punto de que gane uno u otro aspirante, la mitad de la población no estará conforme con el resultado. Los votantes demócratas ven a Trump como una amenaza para la democracia. Entre los republicanos, su líder goza de una ratio de aprobación del 87%. Las primeras encuestas tras la nominación de los dos aspirantes por parte de sus respectivas formaciones otorgaban a Biden una ventaja promedio de ocho puntos en intención de voto. Incluso un estudio de opinión, de Reuters/Ipsos, publicado a finales de la semana pasada, a partir de una muestra realizada entre el 3 y el 8 de septiembre, revela que el 52% de los votantes planea apoyar al líder demócrata, frente al 40% que se inclina por el dirigente republicano. Doce puntos de ventaja. Con tan sólo un 5% de indeciso y otro 3% por otro aspirante independiente y un menor número de electores influenciables -aquéllos que son proclives a alterar el sentido de su sufragio- en relación a las anteriores presidenciales. Otra señal de la polarización que se ha instalado en EEUU en los últimos años. Pero las espadas están en alto. Porque la crisis sanitaria puede precipitar el voto por correo, en medio de una polémica sin parangón sobre las exclusiones en el censo electoral por la supresión de minorías en varias actualizaciones de registros de votantes, lo que ha añadido dudas sobre si resulta legal el voto previo a la cita electoral y cuántas personas deberán supervisar los sufragios postales. Las críticas de Trump a esta alternativa de voto tampoco contribuyen a alcanzar la pax americana interna.

 

Biden tiene una eleccion estable en las estadisticas

 

Por si fuera poco, media decena de estados, determinantes en las últimas contiendas, podrían revertir la tendencia, favorable a Biden. Florida ha sido clave en varias de ellas. En las de 1999, que aupó a Bush, hijo, y también en las legislativas, mid-term, de 2018, en las que los demócratas recuperaron su mayoría en la Cámara de Representantes y los republicanos conservaron su peso en el Senado. Y que darían 91 delegados si todos ellos se decantaran por uno de los dos. En las traslaciones por partidos, las encuestas otorgan en estos momentos 183 electores a Biden como seguros, 29 probables y 66 aún indecisos, frente a los 88 seguros, 37 probables y 44 ligeramente favorables para Trump. En total, la suma de los apoyos demócratas ya le otorgaría la presidencia a Biden, con 278 delegados. Pero los 91 sin clara inclinación abren un abanico de posibilidades para el actual presidente. No en vano, acapara el 62% del voto rural y los estados del interior se han mostrado más propensos a dar su respaldo al GOP, el Grand Old Party (GOP) republicano. Y el histórico sello demócrata de los estados de una y otra orilla de EEUU, donde están las grandes urbes del país y que concentran una ideología social más cosmopolita y progresista no siempre les ha servido a los cabezas de cartel de esta formación para alcanzar el poder ejecutivo. Entre otras ocasiones, en 2016, cuando Trump se hizo con las riendas del país con 2 millones menos de votos. La afluencia a las urnas también será determinante. En 2016 acudieron a votar el 58,1% -138 millones- pero las críticas a la gestión del Covid-19, que se ha cobrado 200.000 vidas y, por supuesto, el enfrentamiento social en el país, con un proceso de destitución al presidente -un impeachment, por graves acusaciones de abuso de poder a Trump- a comienzos de este año, ha incrementado la predisposición de los electores de acudir a las urnas el 3 de noviembre. Después de que, todavía en la actualidad, el 40% de los simpatizantes demócratas piensa que los comicios de 2016 debieron haberse repetido por la injerencia de Rusia en el resultado final.

 

Estados clave en las elecciones

 

Biden y Harris, el ticket aspirante

El aspirante demócrata logra la nominación de su formación tras dos intentos previos de ser su cabeza de cartel, tras derrocar en las primarias a una veintena de aspirantes. El subconsciente colectivo americano le otorga capacidad de negociación y habilidad para conectar con la clase trabajadora. Aunque su lema enlaza con la clase media y reclama una restauración de América para recuperar su liderazgo global. Su experiencia como vicepresidente de Barack Obama le ha reportado los mayores índices de confianza entre el electorado demócrata. También su defensa, cada vez más intensa, de fortalecimiento de los derechos laborales y de las medidas dirigidas a combatir el cambio climático, donde contrincantes internos de su formación como los senadores Bernie Sanders o Elizabeth Warren, monopolizaron las propuestas en uno y otro terreno. Pero su elección como acompañante en el llamado ticket demócrata ha sido Kamala Harris, la tercera mujer en integrar una fórmula presidencial. Primero fue Victoria Woodhull, en 1872, incluso antes que se permitiera el sufragio femenino, y mucho más próxima en el tiempo, Hillary Clinton, en 2016. Harris es senadora por California desde 2017 y es la primera en postularse como vice y primera mujer afroamericana en formar parte de un ticket para la Casa Blanca. Su candidatura aporta a Biden el impulso y la juventud de la que carece para impulsar la refundación del Sueño Americano que pregona. Harris es una política sobradamente reconocida en todo el territorio por sus críticas a Trump. Y, dada la veteranía de Biden (77 años) apunta a que podría optar a la presidencia en los comicios de dentro de 2024.  

En la era del Me Too y del Black Lives Matter, Harris cumple con el protocolo exigido. De padre jamaiquino y madre india, ejerció de abogada y llegó a ser Fiscal General de California; de nuevo, la primera mujer en ostentar dicho cargo. Aunque fue la segunda electa como senadora por su Estado. Disputó las últimas primarias demócratas y, desde su escaño en el Senado, ha apoyado la legalización del cannabis, la atención médica de pagador único, la ley DREAM para el apoyo de los menores extranjeros residentes en EEUU, así como la reducción de impuestos a las clases media y trabajadora. Aunque defiende el aumento de la presión tributaria sobre el 1% de los contribuyentes con mayor riqueza. Se declara inmersa en el ala centrista del partido, aunque, como Biden, ha adoptado una parte del discurso del creciente impulso socialdemócrata que se ha instalado dentro de la formación. De igual modo, reniega de pertenecer al establishment, el arma favorita que utilizó Trump contra Hillary Clinton hace cuatro años.
El guion del presidente tiene unos rasgos diferencialmente opuestos
. Trump ha dado sobradas muestras de su ideario. Ha reducido notablemente la presión fiscal sobre empresas y las grandes fortunas. También sobre los inversores. Mientras focalizaba su acción ejecutiva contra cualquier vestigio de la Administración Obama. Desde las reformas sanitarias, hacia un sistema de salud universal, a las regulaciones encaminadas a la protección medioambientales y, sobre todo y muy especialmente, en materia de inmigración. Superó un impeachment, por sus presiones a Ucrania para desvelar negocios supuestamente turbios de la familia de su ahora rival, Joe Biden a cambio de ayuda financiera estadounidense, que fue auspiciada por la Cámara de Representantes, pero paralizada en el Senado, órgano que actúa como juez en este tipo de procesos de destitución de presidentes. En su periplo en la Casa Blanca también se ha sucedido las guerras comerciales, con subidas de aranceles, la construcción de un muro en la larga frontera con México para contener los flujos de inmigrantes, ha cancelado tratados de control y desarme armamentística y ha sido un auténtico dique contra las iniciativas legislativas e internacionales sobre cambio climático. En su mensaje para lograr la renovación de su mandato prevalece su compromiso de retirar tropas estadounidenses en el exterior.  
Junto a Trump, permanece Mike Pence, su vicepresidente. Toda una referencia para el votante conservador americano. Antiguo gobernador de Indiana, donde firmó, en 2015, una norma que ha sido catalogada de discriminatoria para aceptar a parejas homosexuales. Incluso llamando al boicot de las leyes federales favorables a este colectivo. Bajo su mandato ejecutivo, este estado se convirtió en el primero en prohibir el aborto. Iniciativa legal que fue más tarde revocada por un juez federal. Pence ha acaparado decenas de miles de dólares en donaciones como valedor del ideario conservador. Los simpatizantes republicanos le tienen una fe ciega y le otorgan una sólida reputación. Consideran que Pence es el político más capacitado para convertir en normas federales la agenda social en un segundo mandato.

La Gran Pandemia domina el debate político

Crisis sanitaria, versus recesión económica. Es la gran dicotomía en la que se han enfrascado los aspirantes. Pero cargada de realidad. Biden achaca a Trump haber reaccionado demasiado tarde y con escasos medios ante la pandemia del Covid-19. Habla de catástrofe sanitaria, un mensaje que sintoniza con el parecer mayoritario de los ciudadanos, según los sondeos, en los que la voz de los encuestados descuenta que el día de las elecciones EEUU habrá sobrepasado el cuarto de millón de fallecidos por coronavirus. Un mensaje que, inmediatamente, el líder demócrata lo relaciona con la coyuntura: “La economía no volverá a su cauce de prosperidad hasta que no se supere el virus”. Considera que es el principal punto débil de su rival. Para Trump, en cambio, el despegue del PIB y el retorno a la normalidad productiva es su gran baza. Defiende su insistente decisión de volver a la actividad en pleno pico de contagios. La economía es el único factor en el que domina a Biden en los sondeos. Con un desempleo en dobles dígitos. La pasada semana se solicitaron todavía más de 884.000 coberturas de desempleados, un dato peor de lo esperado, con lo que se eleva a 13,3 millones de trabajadores con algún tipo de beneficio. En los últimos seis meses, más de 60 millones de residentes en EEUU han pedido subsidios por cese laboral. Mientras el PIB, que se contrajo un 32,9% en el segundo trimestre, parece haber alcanzado el punto intermedio de recuperación, tras la debacle de haber perdido un tercio de su capacidad productiva por la Gran Pandemia. Así lo atestiguan en Goldman Sachs, después -aseguran- de 19 semanas de caídas de actividad, cuyos indicadores predictivos hablan de que la vuelta del periodo estival ha reanimado el consumo, la rúbrica esencial y motor de la primera economía global, que totaliza dos terceras partes de las ratios de crecimiento. El e-commerce y el lenta, pero persistente, retorno a los puestos laborales están impulsando las compras y la afluencia a restaurantes y centros comerciales.  

Quizás estas señales ayuden a Trump a recuperar el diferencial en la intención de voto que detectan las encuestas. Porque, también según los sondeos, como uno reciente de Gallup, el 48% de los estadounidenses aprueban su política económica. De ahí que, en recientes entrevistas en plena campaña, haya valorado como su mejor aval presidencial su condición de “buen gestor”. Con una notable salvedad. En estados claves para su reelección, como Wisconsin, Michigan, Carolina del Norte, Arizona o Pennsylvania, baja hasta el 39%. En cualquier caso, a los estrategas de Biden les tiene en vilo esta percepción social. Sobre todo si, antes de los comicios, la tasa de desempleo se reduce del 8%. Por eso, su rival demócrata prefiere debatir en términos futuros. Sobre el patrón de crecimiento post-Covid. Es decir, en torno a un cambio de paradigma que impulse la innovación y las medidas para combatir el cambio climático bajo el prisma de la neutralidad energética.

 

La economía es la principal preocupación para los votantes

 

 

Preocupaciones de los votantes de Trump: salud y coronavirus


                                                 
Y no es un asunto baladí. Porque estudios como el del think-tank Pew Research descubren con datos de opinión, que la economía es la máxima prioridad de los votantes. Un 79%, casi ocho de cada diez estadounidenses convocados a las urnas, así lo admiten. Por delante de la emergencia sanitaria, las designaciones a la Corte Suprema, otro asunto espinoso, la batalla contra el Covid-19, la violencia criminal o la política exterior. Entre doce temas de preocupación. Pero tampoco es un aspecto novedoso. La economía se sitúa permanentemente en el top-one de la lista de valoraciones previas a unas elecciones presidenciales. En cambio, las propuestas preferenciales del programa electoral de Biden aparecen al final de la clasificación y lejos de los niveles que registra la coyuntura económica. Aunque todos ellos tienen una substancial mejor valoración entre los simpatizantes de la formación demócrata.