Hay que recuperar al minorista… que llega ya un 100% tarde
El problema es que este entusiasmo solo aparece en un momento concreto del ciclo: cuando la bolsa ya ha subido todo lo que tenía que subir y si no todo, una gran parte. 
Ahí está el Ibex 35, en máximos históricos, (¡¡17.000, ya!!) que no se tocaban desde 2007 y ha costado un dolor recuperarlos. Los beneficios empresariales, en cifras récord en términos nominales, aunque los márgenes son otra cuestión. Pero de nuevo activa el discurso de “atraer al pequeño inversor”: tarde y mal. 

Durante la última década, España ha acumulado un rosario de decisiones políticas abiertamente hostiles hacia el ahorro, la inversión y la actividad empresarial. No es una lista suelta, sino una estrategia que transmite un mensaje inequívoco al inversor medio: aquí no hay reglas estables. Se ha impuesto una tasa extraordinaria a las transacciones financieras, como si las operaciones bursátiles fuesen un lujo y no el combustible del crecimiento. Una tasa energética a las eléctricas, diseñada con retórica populista, pero que en la práctica encareció la inversión en redes y renovables. Se liquidaron de facto las sicavs, demonizándolas como instrumentos de evasión cuando eran vehículos plenamente regulados en toda Europa. Se han alterado los incentivos fiscales del ahorro a largo plazo, golpeando a los planes de pensiones y reduciendo su atractivo precisamente cuando más se debería fomentar el ahorro previsional. Se lanzan globos sondas constantes sobre nuevos gravámenes para “grandes patrimonios”, “beneficios extraordinarios”, “capital improductivo”… o a los dividendos, que hay ganas indisimuladas de atacarlos.

Detrás de este patrón hay algo más profundo: España no tiene un problema de educación financiera; tiene un problema de confianza institucional. De seguridad jurídica.  
El pequeño inversor no entra antes porque vive en un país donde la fiscalidad cambia cada seis meses, donde se juega constantemente con nuevos impuestos a los dividendos, a las transacciones o a los beneficios “extraordinarios”, donde el regulador es hiperexigente con el pequeño y condescendiente con el grande, y donde la inseguridad jurídica contamina hasta la decisión más simple.

Sí, es cierto que las caídas de negociación diaria han sido tendencia en el mundo, pero es un drama que el mercado doméstico mueva un tercio de hace 5 años. 
Suponiendo que en el medio plazo se tomaran medidas de incentivo para que la sociedad genere ahorro y traslade el que tiene depositados en cuentas a acciones, llega ya con más de un 100% de repunte del índice perdido. 

La inversión necesita estabilidad, y la estabilidad es el bien más escaso del ecosistema institucional español. Desde luego, más escaso que el ahorro, que sí existe; lo que no existe es la convicción de que el marco regulatorio no va a mutar al día siguiente.

Por eso, cuando se habla de recuperar al minoritario, conviene preguntarse: ¿para qué? ¿Para que entre cuando el ciclo está maduro? ¿Para que compre seguridad a precio de euforia? ¿Para que sea el último en subir al tren y el primero en bajarse cuando llegue la volatilidad?

Por cierto, un pequeño dato: la OPA del BBVA ha fracasado, entre otras cosas, por un actor no contemplado: el minoritario. Qué bueno sería que todas las compañías tuvieran una enorme capa de accionistas particulares, como Sabadell.