La volatilidad, además, ha deteriorado la liquidez, incluso en los mercados de bonos. La clave reside en mantener a la baja las presiones de encarecimiento crediticio, para lo que resulta imperioso que la pandemia empiece a estar bajo control y la hibernación económica culmine, advierte el informe de Estabilidad Financiera del Fondo Monetario.

El financial counsellor del FMI nunca resulta demasiado optimista en las citas de la institución que se celebran bajo coyunturas extremas, como la actual. Pero Tobias Adrian, en su speech de presentación del Global Financial Stability Report de primavera, que resume el clima inversor, ha descrito un road-map bursátil con un casi nulo margen para el triunfalismo. El Covid-19, dice Adrian, no sólo ha creado una “impredecible crisis sanitaria” a la humanidad; también ha dañado a la economía con una virulencia inusitada. Hasta el punto de generar un sentimiento de suma “incertidumbre” por su “severidad y calibre” que se suma al impacto que la pandemia provocó en febrero y marzo en los mercados. De ahí que -asegure- “cualquier intensificación de la crisis sanitaria” que escape al entendimiento de los mercados, que dan por descontado dos trimestres de recesión hasta retomar el despegue de la actividad que consolide el rebote bursátil, “podría amenazar la estabilidad financiera”. Desde el inicio de la epidemia, “los precios de los activos de riesgo han caído drásticamente”; hasta el punto de que, en el peor momento de la reciente fuga de capitales, “han experimentado pérdidas, en algunos mercados, que superan la mitad del valor que retrocedieron durante el tsunami financiero de 2008”. Aunque, los descensos generales en las bolsas globales superan el 30%. Con saltos en los spreads crediticios, especialmente la de las empresas con bajas notas de rating, y signos de elevado estrés en la evolución de los fondos de inversión a corto plazo, particularmente en los que operan en mercados con denominación en dólares. 

 

 

“La volatilidad se ha desplegado hasta niveles desconocidos desde el credit-crunch de hace un decenio”, lo que ha deteriorado “significativamente” la liquidez en los mercados, incluidos los que tradicionalmente se han considerado estables, como el de bonos en EEUU. Todo ello -afirma Adrian-, “ha contribuido a los abruptos movimientos en las cotizaciones de los activos”.       

Entre las soluciones para devolver la calma al sistema financiero global, el director de la división de mercados del FMI destaca la labor de los bancos centrales. En cuatro áreas de actuación. En sus maniobras para abaratar el precio del dinero, que han aportado “una guía para expandir sus programas de compra de activos”. En la provisión de liquidez adicional al sistema financiero, que incluyen los canales del mercado. El reforzamiento de sus provisiones de liquidez en dólares, en un número notable de autoridades monetarias y, finalmente, la ampliación de sus programas a mercados como el de bonos corporativos, que han ayudado a contener los precios sobre el coste crediticio a las empresas, aunque también a las familias, facilitando los cauces a la concesión de préstamos a valores razonables. “Hasta la fecha -calcula Adrian- han sido movilizados más de 6 billones de dólareshan sido movilizados desde los balances de los bancos centrales que, de ser necesario por la prolongación de la pandemia, pondrán más liquidez en los mercados”. Es decir, más dinamita monetaria. En línea con la declaración de intenciones de la presidenta del BCE y ex directora gerente del FMI, Christine Lagarde, que avanzó una política “sin límites” desde la institución reguladora europea para abordar la crisis del Covid-19. Como resultado de esta línea de gestión “el sentimiento inversor se ha estabilizado en las últimas semanas”, explica de forma taxativa Adrian, en las que “los activos de riesgo han recuperado una porción de sus descensos de finales de febrero y comienzos de marzo”. Aunque las condiciones financieras aún son más rígidas que a principios de año, matiza. Y el panorama no es muy alentador, porque a las dudas sobre la superación de la crisis sanitaria se une la incertidumbre sobre el momento del despegue de la actividad económica. 

“La ausencia de una fecha temporal en este punto de equilibrio entre la pandemia clínica y la coyuntural es la incógnita que ha creado un mayor aumento de los riesgos sobre la estabilidad financiera internacional”, aclara el informe del Fondo. Hay un 5% de posibilidades de que el PIB global retroceda más allá del 7,4%. Una de esas recesiones que ocurren una vez cada veinte años advierte Adrian, quien recuerda que hace sólo seis meses, en la anterior cita semestral del FMI, su reunión de otoño, la predicción marcaba un crecimiento económico global del 2,6%. Esta fase de indefinición se ha agudizado en los mercados emergentes, de donde han salido capitales que superan los 100.000 millones de dólares, el 0,4% de sus PIB. Unas fugas fulgurantes en el tiempo para más inri. 

 

 

Este panorama ha propiciado que los gestores de activos se enfrenten a importantes fugas de capitales, que podrían forzarles a vender en mercados en descensos, que intensificarían aún más las caídas de sus cotizaciones. La crisis del Covid-19 ha añadido vulnerabilidades y una exposición adicional a las plazas bursátiles, que ya de por sí, en los últimos años, “se han adaptado a esta rara climatología, a pesar de disponer de unos tipos de interés extremadamente bajos”. Un clima que “se podría enrarecer todavía más el shock que supone el Covid-19”, que está en disposición de agravar las presiones de venta de los inversores que decidan abandonar sus márgenes de beneficios para disponer de la liquidez de sus carteras de capital. 

Por si fuera poco, continúa Adrian, las amenazas de default empresarial se han incrementado y los mercados de crédito podrían quedar abocados a un repentino parón, en especial en los segmentos que buscan altas rentabilidades, los de restructuración de préstamos o los de deuda privada que, desde la crisis de 2008, habían alcanzado un volumen de negocio de 9 billones de dólares, se han resentido abruptamente desde comienzos de marzo. Como consecuencia de lo cual, las agencias de rating han revisado al alza sus grados especulativos, que señalan riesgos de quiebra dentro de sus clasificaciones, hasta niveles de recesión extrema. Y “la visión del mercado sobre peligros de suspensiones de pagos también siguen la misma estela”, admite el Fondo.   

 

 

La parte positiva de este delicado cuadro de mando es que “los bancos, en general, están en una mejor posición respecto a la crisis financiera de 2008”, admite Adrian. Con mayores ratios de liquidez y de capital, “debido a que han estado sujetos a stress test y a mayores escrutinios de supervisión en los últimos ejercicios”. Y adicionalmente -insiste-, “las acciones concertadas desde los bancos centrales para dotarles de liquidez, también aliviarán sus potenciales tensiones”. Sin embargo, la prolongación de la pandemia -de nuevo el temor de los mercados- “podrían llevarlos a un horizonte más complejo de lo anticipado” hasta ahora. Las largas caídas de los precios de sus activos en bolsa desde mediados de enero sugieren que los inversores están preocupados por la rentabilidad y las previsiones del sector bancario. En este sentido, por ejemplo, el director del departamento monetario del Fondo resalta que algunas medidas de capitalización “están en peores niveles que los registrados durante gran parte del credit-crunch de 2008 en algunos países”. Por lo que llama la atención sobre la “preocupante situación de que los bancos y otros intermediarios financieros puedan actuar como un amplificador que ahonde la profundidad de la crisis” del coronavirus.

El Fondo manda un mensaje de alerta a las autoridades monetarias. “Los bancos centrales deben redoblar sus mecanismos de supervisión para, al mismo tiempo que inyecta liquidez al sistema, vigile la salud de los bancos en su tarea de salvaguardar la estabilidad de la arquitectura global de los mercados”. Porque esta crisis no es sólo de liquidez, también de solvencia, en un estadio en el que la economía ha visto parar a casi todos sus sectores de actividad. De modo que -incide Adrian- los gobiernos “tienen un importante papel que jugar”. La pandemia del Covid-19 exige acciones concertadas desde el orden fiscal, monetario y financiero para erosionar sus efectos y reducir las vulnerabilidades de ciertos países, para restaurar la confianza de los mercados y para contener los riesgos que atenazan la estabilidad de las bolsas. Con vistas a impulsar el despegue de la actividad y perpetuar a largo plazo el nuevo ciclo de negocios, afirma el FMI.