El encarecimiento de la energía amenaza el ciclo post-Covid en una travesía de ‘estanflación’

O, dicho de otra forma, la vieja economía, los negocios tradicionales, están pasando una elevada e inesperada factura a los agentes del mercado que defienden el cambio de paradigma hacia la neutralidad energética, como alerta Goldman Sachs. Pero no son los únicos riesgos sistémicos. También los hay geopolíticos.

La Agencia Internacional de la Energía (IEA) señala a Rusia como la culpable de cerrar el grifo del gas a Europa -una constante desde que, hace un decenio y medio, Vladimir Putin instauró la política energética como arma diplomática del Kremlin- e insta a los gobiernos a intervenir en defensa de las emisiones netas cero de CO2 y combatir la estanflación en ciernes, que atenaza el ritmo y el poder de reconversión del ciclo post-Covid. 

“La reciente combinación de varios factores explica la drástica subida de la factura eléctrica en Europa y otras regiones”, explica un reciente comunicado oficial de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, según sus siglas en inglés”. Detrás de la cual está el “fuerte incremento del gas natural”. Entre otros, el “mayor repunte de lo esperado de la demanda energética global, muy en especial, del gas”, para satisfacer el dinamismo del ciclo de negocios post-Covid, “después de un largo y frío invierno” -el pasado- que “drenó los inventarios”, así como a las distorsiones del clima, que “han disminuido la generación de fuentes renovables, como la eólica, en las últimas semanas”, agravaron las necesidades energéticas en Asia Oriental y América del Norte con las oleadas de frío del primer trimestre del año, a las que ha seguido episodios de calor extremo en Asia y de sequía en otras latitudes del planeta, como Brasil. A lo que hay que unir un déficit de planificación y retrasos en la reanudación de cadenas de valor tras la epidemia, que han creado rebajas productivas del gas natural licuado (LNG). Pero “sería un enorme error”, basado en “una inexactitud”, culpar de esta prueba de alta tensión en los mercados energéticos “a los procesos de transición a la energía limpia”, explicaba Faith Birol, el director ejecutivo de la IEA hace unas fechas. En alusión al descontado mantenimiento de unos precios desorbitados del gas hasta la próxima primavera, en previsión de que el próximo invierno sea especialmente gélido.   

En Asia, la demanda de gas ha evolucionado en cotas muy elevadas durante todo el año; “muy en especial, en China y Corea del Sur, aunque también en Japón”, afirma un dictamen anticipado de situación de la IEA. Mientras en Europa, que ha seguido una senda de vigor económico desde la primavera, “ha tenido que lidiar con unos stocks muy por debajo del promedio de los últimos cinco años e inferiores a los mínimos registrados en 2017”. Por si fuera poco, Rusia, que ya tiene cerrado contratos a largo plazo con sus clientes europeos, “mantiene unas exportaciones de gas con ellos en retroceso desde 2019”. La IEA -admite- considera que “Rusia podría hacer más para incrementar el suministro de gas a Europa y contribuir con ello a que los socios de la UE consigan restablecer los niveles de almacenaje adecuados para afrontar la demanda de calefacción de los meses invernales”. Es una oportunidad de orto para que Rusia “presente sus credenciales como un suministrador energético de garantía a los mercados europeos”.   

Porque la electricidad en el espacio interior comunitario ha saltado a límites desconocidos en el último decenio a lo largo del pasado mes de septiembre. En Alemania y España, por ejemplo, los precios del recibo de la luz “se han triplicado y multiplicado por cuatro respecto a 2019 y 2020”, respectivamente. Y ha alimentado el encarecimiento del carbón y del resto de combustibles de origen fósil, impulsado el cambio de fuentes en la generación eléctrica y permitiendo una mayor permisividad en los límites de emisiones de carbono que exige el mercado interior europeo. La situación -avisan los expertos de la IEA- “debe mantener en alerta a los gobiernos en la búsqueda de inversiones y proyectos verdes que aceleren la transición energética” y en las garantías de que el “suministro futuro sea acorde a las necesidades de demanda” de sus mercados. Muy en particular, “hacia las personas más vulnerables de sus sociedades”, afirma Birol, para quien este desafío requiere de “políticas bien gestionadas”, que ofrezcan “soluciones” y “no sean la causa” de las presiones inflacionistas que “estamos presenciando en los negocios de la electricidad en la actualidad”. El vínculo entre los mercados de la electricidad y el gas “no va a desaparecer en un tiempo inmediato”. Porque el segundo es una “herramienta vital del equilibrio entre oferta y demanda de luz en numerosas regionales”. Pero tan pronto como pierda intensidad dentro de las estrategias de emisiones netas cero -aclara la IEA- su demanda global “empezará a declinar, aunque manteniendo una cuota notable del suministro eléctrico”. Sobre todo, en naciones con especiales variaciones estacionales en su generación y distribución de luz.      

En paralelo, el petróleo se ha sumado a la fiesta alcista. El barril de Brent, referencia en Europa, ha rebasado los 80 dólares por barril. Un 55% más que al inicio del actual ejercicio. Marcando el ritmo del West Texas Intermediate (WTI), que se aproxima a esa cuota. Con la OPEP + elevando apenas en 400.000 barriles diarios la colocación de crudo entre todos sus socios en el mercado, cantidad aún por debajo de las expectativas y del equilibrio oferta-demanda que reclama el ciclo de negocios post-Covid. Pero una medida bienvenida para tratar de poner paños calientes sobre unas presiones inflacionistas cada vez más insistentes y con riesgo de aminorar el dinamismo de la economía global. El crudo también contribuye a configurar el mix eléctrico de los países. De la misma manera que el mensaje de Vladimir Putin de “ser fiable” al garantizar el suministro del gas a Europa, que hizo subir su valor en un 40% en las primeras horas del pasado miércoles, es una señal de relativa calma a medio plazo. Pero no un tranquilizante inmediato. Porque el precio del gas, en plena histeria colectiva, marcó un nuevo récord en España el jueves 7 de octubre; apenas 48 horas más tarde del compromiso del Kremlin. Y pasó a costar de promedio 288 euros por megavatio hora, pese a que, en horario nocturno, esa jornada superó los 300 euros. 

Jeff Currie, de Goldman Sachs, dio a Bloomberg una lectura precisa de los que subyace detrás de esta catapulta de la cotización del gas. Es un escenario que representa -dice- “la revancha de la vieja economía”. La crisis energética en ciernes “no es única de Europa, ni sólo de la energía”, dice este estratega, “sino que surge de los problemas clásicos de la economía de producción fósil”, y podría reactivar la extracción de carbón en ciertos mercados. Alarmas que también se han activado entre instituciones multilaterales, bancos centrales y autoridades económicas, que temen un episodio de estanflación que podría dar al traste con la recuperación de la actividad global. “La fulgurante escalada de los precios, en especial de las materias primas energéticas, se ha propagado con suma facilidad por potencias industrializadas y mercados emergentes debido a la firmeza de la demanda, las interrupciones de suministro y la debilidad de los inventarios en las naciones dependientes de gas y petróleo”, explicaban desde el FMI días antes de su cumbre de otoño. Desde donde se recuerda que la inflación “no ha sido precisamente un foco de especial preocupación desde la década de los setenta”, cuando se produjo “el shock exógeno del crudo” del que emergió “el fenómeno de la estanflación”. Si bien, entre las autoridades monetarias se ha generado una distorsión sobre las políticas más aconsejables, mientras los signos de una más lenta recuperación aparecen en varios frentes de actividad. “Los tipos de interés han subido en Noruega y varias economías emergentes -resaltaba hace unas fechas Financial Times- mientras la Fed y el BoE han fortalecido su estrategia monetaria y el BCE y el BoJ siguen cómodamente instalados en su gestión acomodaticia de un precio del dinero próximo a cero con programas de compra de activos en curso. Mientras desde el Eurogrupo se teme que la senda inflacionista se cebe con el dinamismo y agrave la vulnerabilidad social, por lo que prepara, junto a la Comisión Europea, una batería de medidas que alivien los gastos de luz de hogares y empresas.  

Una coyuntura cambiante con adversidad geopolítica

“Es la peor de las pesadillas” para los bancos centrales, en el momento del despegue del ciclo de negocios post-Covid, el crecimiento se ralentiza y la inflación se dispara, dice Megan Green, de la Universidad de Harvard al FT, donde Dhaval Joshi, estratega jefe de BCA Research, matiza que “responder a un shock de demanda que genera subida de los IPC con un endurecimiento de la política monetaria es extremadamente peligroso”. Después de que los bancos centrales hayan enfocado sus tipos de interés a espolear la economía y crear mayor demanda de consumo. Los expertos de Bank of America como Claudio Piron reconocen que el riesgo de estanflación “es el mayor de los peligros para los inversores”, porque provocará nuevas disrupciones en las cadenas de valor de muchos de sus activos. Un temor que se ha instalado en Wall Street donde emerge el fantasma de los años setenta. Aunque “no toda la culpa debe achacarse a la demanda” porque también la oferta, con los renovados cuellos de botella productivos, está dañando los flujos de suministro y comercio de bines y servicios, aclara Piron.   

“El panorama se ha llenado de riesgos”, si bien la demanda, a largo plazo, seguirá con su intensa actividad, para alegría de consumidores y empresas, augura Edward Moya, analista en Oanda y cuyo diagnóstico suscriben en UBS Global Wealth management: “el crecimiento se ha moderado sin llegar a estancarse y las economías volverán a la senda de fuerte crecimiento el próximo año con la superación del coronavirus”, afirma una reciente nota a inversores. Para el economista de BBVA, Rafael Doménech, la coyuntura actual responde a dos tipos de factores. “Temporales, aunque persistentes”, entre los que cita el repunte del gas y de la energía, pero que “se irán disipando conforme aumente la capacidad productiva”. Y otros con efectos más duraderos y que son capaces de generar tasas de inflación más elevadas durante la presente década -entre los que destaca los cambios en la composición sectorial, como consecuencia de la pandemia o de la disrupción digital, desajustes en el mercado de trabajo, la transición energética, o las políticas fiscales y redistributivas más inflacionarias- que, sin embargo, no impedirán que, a finales del próximo 2022, la inflación en EEUU se sitúe entre 2,5% y 3% y en la zona del euro, en torno al 2%; el límite inflacionista ahora flexibilizado por el BCE. 

A los que hay que sumar elementos geoestratégicos. En China, en plena carrera por cambiar su patrón energético hacia objetivos sostenibles e inclusivos, avisa la IEA. El país más contaminante del planeta, responsable de la tercera parte de emisiones de CO2, ha iniciado una senda de lenta pero constante evolución hacia la neutralidad energética. Con la idea de alcanzar la cota máxima de polución antes de 2030 y acelerar su meta de alcanzar las emisiones netas cero antes de 2060 como se ha comprometido su presidente, Xi Jinping. Sin embargo, cualquier anomalía como esta subida del gas y el crudo en una economía altamente intervenida y con la quiebra de Evergrande en el horizonte cercano, podría dar marcha atrás en sus prerrogativas de sostenibilidad. Y volver a la combustión fósil. Su capacidad de compra de gas y petróleo -la mayor del planeta- podría dar al traste con la declarada intención de Pekín de impulsar las renovables -con el hidrógeno y la solar a la cabeza- y retardar, sine die, el reto de emprender el descenso de emisiones de CO2 después de 2025, hasta reducirlas en un 20% respecto a los niveles actuales para 2030. 

También los riesgos inflacionistas pueden perturbar los planes de estímulo de Joe Biden en EEUU y condicionar el montante total y los proyectos sostenibles del programa de infraestructuras de la Casa Blanca. Donde no son pocos los economistas que anticipan una mayor alza de la inflación por los 1,9 billones de dólares de las ayudas en las que se incluyen los cheques de 1.400 dólares a la mayoría de la ciudadanía y una cantidad similar de las inversiones en redes de transporte y de energía. Sin contar con las inyecciones del New Green Deal americano. Y que ya ha generado un clima de confrontación política como lo revela el conflicto surgido en torno al techo de deuda en el Congreso. Así como un incremento de los precios no sólo de la energía sino también de los alimentos. Impulsados por otro choque geoestratégico de primer orden. La parálisis comercial por el espectacular repunte de los costes de embarque y de traslado de contenedores y que se ha elevado en más de un 180% en el último año. Hasta ocasionar colapsos en las adquisiciones de chips y semiconductores y desvelar una manifiesta incapacidad para atender la demanda de este tipo de materiales imprescindibles para los distintos sectores manufactureros.  

La inflación, pues, ha reaparecido como un problema que había estado invisibilizado durante las dos últimas décadas. Pero a la que Rusia no le disgustaría que se instalara en la coyuntura tanto de EEUU como de Europa e, incluso, de China. En Foreign Policy se enfatiza que esta incipiente crisis energética es diferente. Entre otras razones, por el protagonismo geopolítico del Kremlin. Gazprom, su gasista estatal, sigue sin incrementar su cauce de gas a Europa, pese a la solvencia de sus compromisos contractuales a largo plazo con los mercados comunitarios, especialmente del centro y del norte del club. Con el oleoducto Nord Stream 2 -foco de alta tensión entre Moscú y Washington, a cuenta del enlace de suministro al corazón de Europa y con Alemania como el estandarte de su construcción, pese a las amenazas de la Casa Blanca- como telón de fondo. Por ser el auténtico grifo que abre o cierra la espita del gas a la locomotora europea y calibra desde su sala de máquinas asuntos de alta tensión geoestratégica para Moscú como Ucrania, suelo por el que pasa el conducto. Si, de paso, Putin, es capaz de manejar con su táctica diplomática de la energía división de criterios en la necesaria conjunción de medidas hacia la sostenibilidad y la neutralidad energética de la ambiciosa agenda verde europea, la suerte está servida, reconocen los observadores internacionales. Y de relegar el final de la vieja economía, engrasada con gas y petróleo desde hace más de un siglo, dominando el precio de la energía junto a Arabia Saudí y otras petro-emiratos del Golfo Pérsico en el seno de la OPEP + las cartas geopolíticas del jefe del Estado ruso son especialmente determinantes.