Ryan C. Berg lo plantea en Foreign Policy. A partir de una cronología retrospectiva de luces y de sombras del comercio en el llamado, en terminología anglosajona, el Western Hemisphere. El año 1994 fue su punto de inflexión. El ejercicio del optimismo comercial. EEUU, México y Canadá firmaron el Nafta y la Casa Blanca convocó la primera Cumbre de las Américas, proyecto para la creación de un área de libre comercio desde Alaska a Patagonia.
Algo más de un cuarto de siglo después, el acuerdo norteamericano se ha modernizado, el Umsca se ha convertido en un Nafta 2.0, pero en la agenda continental ha desaparecido por completo la iniciativa de un mercado de unificación de ambos hemisferios americanos. En los pasillos del Despacho Oval ya se agolpan varias propuestas -con grupos de influencia de por medio- para que la Administración Biden se pare a sopesar esta propuesta y desempolve una idea que partió de la presidencia de Bill Clinton. “Hay que lograr que deje de dormir el sueño de los justos”, explican estas fuentes, y devolver la propuesta a la lista de prioridades comerciales del futuro inquilino de la Casa Blanca.
El Free Area of the Americas (FAA) sería un acicate en medio de la Gran Pandemia. No siempre ha sido obvio el abandono de EEUU de sus vecinos continentales en materia comercial. Con las excepciones de sus socios aduaneros, México y Canadá. Mientras la región ha sufrido décadas de anemia en sus ritmos de crecimiento, con registros por debajo de otras latitudes emergentes y en desarrollo.
Los PIB del conjunto de países que conforman la comunidad americana, incluso con la suma del mexicano y el canadiense, apenas superan la tercera parte de la dimensión de la mayor potencia del planeta, por encima ya de los 20 billones de dólares. El gran premio en el terreno del libre comercio de las distintas administraciones estadounidenses siempre ha sido el de alcanzar tratados en Asia y, en menor medida, con Europa. Sin embargo, a pesar del cambio de inquilino en la Casa Blanca, la UE mantendrá con Washington fricciones para restablecer la relación transatlántica. Entre otras, en el orden de la Seguridad y la Defensa. Con iniciativas que apuntan a un mayor gasto militar y una configuración propia de Ejército común.
Pero también se ha abierto un frente difícil de cerrar sobre la regulación de las bigtechs estadounidenses en sus negocios en el mercado interior. Asia, por su parte, recela de las intenciones reales de libre comercio de EEUU tras la salida fulgurante de la Administración Trump del acuerdo suscrito por Barack Obama en el Trans-Pacific Partnership (TPP), sólo unas semanas después de acceder al cargo. Incluso de Biden decide la reincorporación más o menos inmediata, EEUU habrá perdido un tiempo esencial para competir en esta extensa área aduanera con su gran rival, China, pese a que no es país signatario.
En el mejor de los casos, Biden podrá acelerar su incorporación a la Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP), de la que forma parte Pekín, junto a los tigres asiáticos y de la Asean e, incluso, con aliados como Australia y Japón. En casi todos estos casos, EEUU habrá llegado tarde.
La realidad geoestratégica deja a América como el lugar preeminente para instaurar la estrategia de libre mercado. En un área con avances reconocidos de prosperidad, integración y democracia que, sin embargo, necesita una indudable carga de acuerdos que espoleen sus economías hacia su potencial de crecimiento real. China ya es el principal socio comercial e inversor de muchos de los países latinoamericanos y del Caribe. A donde ha dirigido sus líneas de financiación y sus préstamos para la construcción de redes de infraestructuras a cambio de acceso a sus fuentes de materias primas.
Es la mano invisible china que también se ha acabado apreciando, con altos índices de endeudamiento -sin apenas opciones de reestructuración- en las naciones africanas en las últimas dos décadas. Mientras en la batalla abierta por el 5G y Huawei, EEUU ha obligado a sus socios norteamericanos -México y Canadá- a abandonar la idea de elegir a la multinacional china como operadora de las redes de quinta generación. Con el resto de naciones latinas, esa presión podría caer en saco roto.
A menos que les pongan sobre la mesa la recuperada FAA, que afianzaría los lazos diplomáticos perdidos en la llamada Puerta Trasera de EEUU. Cuando la Casa Blanca será la anfitriona de la próxima Cumbre de las Américas, en 2021. Y, sobre todo, después de que, tras los atentados del 11-S, la comunidad latinoamericana en su conjunto suscribieron en Lima el Capítulo Democrático Interamericano, un compromiso férreo, inserto en el Derecho Internacional, en favor de “la preservación de la democracia, su promoción y defensa”. Frente al fracaso en la promoción de las libertades y la mala reputación que se ha labrado EEUU en sus estrategias de política exterior en Oriente Próximo o Afganistán. Restaurar el área comercial de las América ayudaría a reconstruir el espíritu democrático y de libre mercado.
Una coyuntura de deterioro mundial
Sobre todo, en un momento de suma debilidad del comercio global. Richard Baldwin, profesor de Economía Internacional en The Graduate Institute de Ginebra y ex presidente del Center for Economic and Policy Research (CEPR), un think-tank de pensamiento económico con sede en Washington, lo contextualiza rescatando el doble bache registrado en el periodo entre-crisis. “El comercio mundial ya experimentó un súbito, severo y sincronizado colapso en 2008, que se consideró hasta entonces el más virulento de la historia económica reciente y el más profundo desde la Gran Depresión”; pero que, sin embargo, ha sido pulverizado por la crisis del Covid-19, que “ha ocasionado un shock de demanda y de oferta de dimensiones siderales”.
Baldwin cree que la pandemia “está cambiando el mundo de forma precipitada y mucho más contundente que los presagios y las expectativas del mercado, bajo unas fórmulas y unos mecanismos que superan todo augurio reciente”. La recesión sincronizada global “ha sumergido al comercio en una fosa impredecible” para una rúbrica esencial del crecimiento internacional que sólo registró contracciones en tres ocasiones desde la Segunda Guerra Mundial hasta 2008. Durante la crisis petrolífera de 1974-75 en el periodo de recesión y presión inflacionista de 1982-83 y durante la debacle de las punto.com de 2001-02. Aunque la financiera de 2008 renació al comercio de sus cenizas en sólo nueve meses, frente a los 24 que llevó la Gran Depresión de 1929.
La de 2020 ha sido el mayor colapso del comercio global. El shock de la Gran Pandemia ha sido demoledor. Si se tiene en cuenta que ha enviado a la recesión a las economías de EEUU, China, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia e Italia que, de forma combinada, suponen el 60% del PIB global, mientras la asimetría entre la oferta y la demanda de productos mundiales, ha drenado el 65% de su producción manufacturera y paralizado el 41% de sus exportaciones industriales. Un fenómeno inaudito al que se han añadido tendencias perversas. Como cambios de calado y acelerados en los ámbitos laboral y del consumo. Con la digitalización como auténtico motor de estas transformaciones y el Covid-19 como combustible de propagación irremediable.
De repente, los empleados y profesionales se han adaptado a las modalidades de teletrabajo, mientras las percepciones de consumidores y usuarios de servicios han acelerado su inclinación a los ecosistemas online. La demanda, pues, ha modificado sus pautas de funcionamiento y ha llevado a la UVI a las cadenas de valor de empresas de los más diversos segmentos productivos.
Este panorama coincide también con otro colapso, el energético; al menos, de la fuente que ha dirigido los designios de la economía durante las últimas siete décadas: el petróleo. Mientras inversores, gobiernos y sector privado se afanan por ganar posiciones en la economía verde, los proyectos de sostenibilidad, llamados a espolear, primero, y a espolear, después, el nuevo ciclo de negocios.
En este contexto, la Administración Biden debería valorar la idea que consiguió mover los flujos comerciales interregionales como nunca antes en los años finales del siglo pasado y del inicio del actual milenio. Pese a que, en la actualidad, el resentimiento latinoamericano por el viraje estadounidense hacia Europa y Asia en materia de libre comercio sea una realidad.
Suspicacias por el maximalismo americano hacia América Latina que han arraigado en países como Brasil y que habían germinado en su principal socio de Mercosur, Argentina. Aunque con Jair Bolsonaro, tan defensor del proteccionismo -y de la Administración Trump- como deseoso de abrir a su país a la integración global, podría llegar a establecer un tándem de éxito en este desafío. El Umsca también ha dejado sobradas muestras de que el populismo de Andrés Manuel López Obrador en México no sería un obstáculo para el proyecto de las Américas. Al fin y al cabo, el Nafta 2.0 ha logrado que la segunda economía latinoamericana asuma los estándares medioambientales y laborales surgidos de la nueva alianza aduanera norteamericana.
“Si Canadá y México logran cuotas de mayor interrelación comercial e inversora con las nacionales latinoamericanas para equilibrar sus intercambios de mercancías y capitales y a esta iniciativa se une Brasil y Chile, que es miembro del TTP, y otros socios de la Alianza del Pacífico, como Colombia y Perú, la iniciativa de las Américas tomará un rumbo con plena capacidad de crucero”, escribe Berg, que vendría a completar, que no a contrarrestar, el premio más substancial: un acuerdo comercial con Asia. En apoyo a esta táctica de diplomacia económica acude el cada vez mayor respaldo social a las alianzas comerciales que destaca en las encuestas de firmas demoscópicas como Gallup entre la ciudadanía estadounidense. Y daría más versatilidad y potencia a la economía de EEUU, sumida en una tensa incertidumbre, como las del resto de las potencias industrializadas, por emprender el despegue del ciclo de negocios post-Covid.
En especial y, sobre todo, porque la UE y China ultiman un importante acuerdo de inversiones que incomoda a Biden, según fuentes de su entorno, apenas tres semanas antes de que tome posesión como presidente estadounidense, el 20 de enero, como ha desvelado Financial Times, tras una reunión de embajadores del club comunitario. Unos días después de haber sellado el acuerdo del Brexit y ha forjado su liderazgo comercial bajo el paraguas de 137 acuerdos de libre tránsito de mercancías. Alguno de ellos, los más recientes, con Singapur, Japón, Canadá, Corea del Sur, Vietnam, Australia o Nueva Zelanda; aunque también, después de no pocos años, con Mercosur y México.