La misión es ingente. Acabar con la mayor pandemia global de la última centuria, en un espacio de tiempo lo más corto posible, sin perjudicar irremediablemente ni al sistema productivo ni a los mercados, pese a la necesaria hibernación de las economías. Pero la acción de los gobiernos resulta ineludible. Porque el escenario actual resulta desalentador. La recesión económica ya es una realidad, en unos mercados deprimidos, sin rumbo definido ni orientación marcada con los que navegar hacia aguas más calmadas. El FMI, días antes de su transcendental cita primaveral, que dará inicio la próxima semana y en la que revelará el calibre del brusco parón de la actividad, tanto de las potencias industrializadas, como de los mercados emergentes, y las economías en vías de desarrollo. Porque la contracción se ha propagado por el planeta a la misma velocidad a la que ha acontecido la caída de los mercados y a la que aún mantiene el Covid-19. El Fondo ha resumido el impacto del coronavirus en la economía en cinco gráficos. De lo más elocuentes.
El primero de ellos, es la expansión infecciosa, surgida en China, que confirmó más de 60.000 casos activos de Covid-19 a mediados de febrero, y que saltó primero a Europa y posteriormente a América -especialmente, EEUU- y que acabó contagiando a las áreas emergentes del planeta, donde la pandemia “sólo acaba de comenzar”, alerta John Bluedorn, al frente de un grupo de expertos de esta institución multilateral que ha elaborado este primer abanico visual de la crisis.
Italia, el primer país contagiado en Europa, fue el pionero también en reaccionar al decretar el confinamiento, el 9 de marzo, de las regiones del norte, las más afectadas en el comienzo de la pandemia trasalpina. El resultado -resaltan desde el FMI- fue un severo descenso del suministro eléctrico, debido al parón industrial y empresarial.
Los daños económicos colaterales llegaron sin razón de continuidad a EEUU, casi al unísono con la fulgurante expansión del contagio del coronavirus. Hasta un círculo vicioso de suspensión de actividad que ha ocasionado que casi 10 millones de trabajadores americanos se hayan visto en la obligación de pedir beneficios por desempleo. Cifra histórica. Nunca vista con anterioridad. Ni siquiera en el peor momento del mercado laboral del país, en 2009, a raíz de la crisis financiera del año precedente.
El tsunami sanitario y su rápida y contundente réplica económica también ha contagiado a los mercados emergentes que, pese a no dar demasiadas señales de riesgo en los primeros meses de este año, han acabado activando el sónar de alarma. Sus últimos indicadores sobre capacidad de poder de compra (o PMI’s), un barómetro esencial para anticipar comportamientos del PIB, revelan drásticos retrocesos de la producción industrial -sobre todo, manufacturera- en la casi totalidad de sus economías. Ante la constante caída libre de la demanda externa y las crecientes expectativas negativas sobre sus mercados domésticos. Con la única nota positiva de que China parece haber iniciado la maniobra de despegue tras el aterrizaje forzoso de este índice en los primeros meses del ejercicio. A pesar del débil pulso de los pedidos internacionales.
Esta modesta mejoría del clima económico en China queda reflejado, también, dice el FMI, en la radiografía facilitada por datos de geolocalización vía satélite de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera de su territorio, que indican un incremento de la actividad industrial y del transporte. Una vez que el número de nuevos infectados ha descendido y permitido al país una paulatina, gradual y temporal relajación de las estrictas normas de lucha contra la polución.
El cuadro de mando que maneja el FMI, y que revelará con mayor precisión durante su cumbre de primavera de la próxima semana, constata que la recuperación china, pese a la cautela y a su limitada intensidad, induce a pensar que el gigante asiático “puede estar empezando a tener éxito en el control del Covid-19”. Aunque la incertidumbre sigue siendo máxima sobre si podrá evitar el resurgimiento de nuevos brotes. La gran interrogante que pende sobre China y el resto de países bajo el estado de emergencia y confinamiento una vez consigan revertir la curva de contagios y de fallecimientos, asegura el Fondo Monetario, que sigue reclamando concertación y globalización en las medidas de emergencia a todos los países y en los recursos que resulten necesarios para impulsar la economía hacia un nuevo ciclo de negocios.
La triple recesión: China, Europa y EEUU
Las tres áreas de mayor dinamismo mundial -la primera economía, EEUU, la segunda, Europa, y la tercera, China- ya han entrado en recesión. El gigante asiático, que ha dirigido las caídas de actividad, pese a mantener su tasa de crecimiento, en el último tramo de 2019, en torno al 5% de crecimiento, parece haber certificado su primera contracción entre enero y marzo de este año. Sería el primer registro negativo desde la muerte de Mao Zedong, en 1976. Aunque desde servicios de estudios como el de Bank of America Merrill Lynch esperan que la profunda recesión por la que todavía atraviesa no impida que su PIB crezca un 1,2% en el conjunto de este ejercicio, cota que supone tres décimas menos que su anterior previsión, de hace dos semanas. En opinión de sus estrategas, en el tercer y, sobre todo, cuarto trimestre, de mantenerse la tendencia hacia la recuperación de la crisis sanitaria, “se fortalecerá la débil confianza” empresarial, al calor del incremento de los pedidos procedentes del exterior. El punto de inflexión se producirá “hacia el ecuador o finales de este mes de abril”, una vez se superen la titubeante confianza empresarial.
Los pronósticos, en constante revisión a la baja, de BoAML tampoco son positivos sobre EEUU. Su última predicción habla de una significativa contracción, que ahora sitúa “en tres trimestres”, lo que conduciría a una recesión técnica -dos periodos trimestrales consecutivos de receso en el PIB- de doble dígito, con una acumulación negativa del 10,4%. Con caída del 7% entre enero y marzo; del 30% entre abril y mayo y del 1% entre junio y agosto que traerán consigo “pérdidas de entre 16 y 20 millones de puestos de trabajo”, hasta situar la tasa de desempleo en el 15,6%.
En la zona del euro, la coyuntura es, si cabe, mucho peor. El servicio de estudios de Deutsche Bank admite que la recuperación europea irá a remolque de la americana y, desde IHS Market, se alerta de que ya se ha sumergido en un receso superior al 10%. Con las cuatro economías de mayor dimensión del área monetaria -Alemania, Francia, Italia y España- ya en números rojos y la producción industrial, la confianza empresarial y el empleo en franco deterioro. “Lo peor es ya inevitable” y el futuro cercano “nada halagüeño”, explican en esta firma proveedora de datos globales.
La destrucción de empleo afecta a cientos de miles de compañías en cada uno de los cuatro PIB de mayor dimensión del euro y el indicador de gestores de compra cayó en marzo hasta el nivel 29,7 desde el 51,6 de febrero. Este barómetro anticipa contracción en tasas inferiores a los 50 puntos. “Ninguno de los socios monetarios escapa de este drástico retroceso del PIB” dice Chris Williamson, economista jefe de IHS Markit, “pero será especialmente grave en el caso de Italia, donde el confinamiento va a ser más persistente y tendrá que hacer más esfuerzos para avivar su actividad en los próximos meses”. Sobre España, Axel Botte, de Ostrum AM, filial de Natixis, afirma que “va a hacer frente a un gran revés” porque, según los datos de confianza “el impacto será especialmente relevante en el sector servicios y algo más suave en el manufacturero”. En su opinión, “los diferenciales soberanos siguen siendo volátiles” y enfatiza que “los bonos de 10 años de España cotizan ahora claramente a más de 100 puntos básicos” frente al bund alemán.
Aun así, la principal señal de preocupación surge de la recesión en la que ya se encuentra el eje franco-alemán. El registro del PIB galo en el primer trimestre, anticipado por el Banco de Francia, alcanzó el 6%, el mayor descenso desde la Segunda Guerra Mundial, y siete décimas más intensa que la registrada en las revueltas sociales de mayo de 1968. Impacto directo del Covid-19 en una nación que todavía no ha llegado al cenit de contagios ni de fallecimientos diarios. Con lo que la cifra de dobles dígitos parece asegurada en el trimestre en vigor. En paralelo, los cinco mayores institutos de investigación económica alemanes -IFO de Munich, DIW de Berlín, IfW de Kiel, IWH de Halle y RWI de Essen- coinciden, en un diagnóstico conjunto, en que la contracción de la gran locomotora europea se aproximará al 10% -en concreto, el 9,8%- entre abril y junio. Después de una caída algo más leve en el primer tramo del año y de dos amenazas latentes de una recesión técnica entre verano de 2018 y otoño de 2019, cuando sus tasas de producción manufacturera e industrial tocaron fondo por las guerras comerciales desatadas desde la Casa Blanca y el alto riesgo de un Brexit duro. El receso anual, en todo 2020, será del 4,2%, auguran los think-tanks alemanes. Y, según el gobernador de Francia, François Villeroy de Galhau, quien recuerda que la última previsión previa a la llegada del Covid-19 a su país, era de apenas una décima de alza del PIB entre enero y marzo. De Galhau no avanzó previsiones sobre el conjunto del ejercicio, si bien apostó por un fuerte repunte, del 8%, en el tercer trimestre del año, que no impedirá, sin embargo, los números rojos del PIB francés en 2020. El próximo ejercicio “debería ser positivo” y ayudar a empresarios y empleados a sentar las condiciones de consolidación de un crecimiento sostenible, desde “el mismo momento en que se logre contener la pandemia sanitaria”.
En este sentido, Botte, el analista de Ostrum AM comparte la visión del gobernador galo, porque “las condiciones de liquidez están mejorando lentamente por las medidas de apoyo del BCE y la Fed” a ambos lados del Atlántico, con subidas potencialmente limitadas del crudo tras el pacto de recortes productivos entre Rusia y Arabia Saudí -con la mediación de EEUU que ha dejado de ser de nuevo, por decisión arbitraria de la Casa Blanca, exportador neto de crudo en el mercado- “debido al colapso tanto del crecimiento como de la demanda energética en todo el mundo”. En cualquier caso -explica- “los temores a una segunda oleada de epidemias permanecerán en el ambiente económico al menos hasta que se contenga el brote hasta una cota suficiente para dejar de considerar el Covid-19 como una emergencia global que precisa cuarentenas rigurosas” y, con ellos, la posibilidad de que “se deban aplicar nuevas medidas, incluso después de haber superado el pico de contagios”. A su juicio, “la recuperación de la actividad será más gradual de lo previsto”; es decir, “se escalonará por países, regiones e industrias”, por lo que la volatilidad en los mercados persistirá “hasta que el despegue del PIB global emita señales más claras de su intensidad”. Botte apuesta por una reactivación en forma de U, “con una subida gradual, nunca vertical”.
La economía de estado acude al rescate
La pandemia del coronavirus ha vuelto a poner en jaque al libre mercado. Como en 2008, alertan voces del mercado. Y se precisa la intervención del estado. Una economía de transición que sirva para detener la caída libre de la actividad. Yves Bonzon, CIO de Julius Bär, explica en un análisis de la coyuntura global del banco suizo que el primer signo de “rebote técnico” en los mercados tras el descenso en vertical de cotizaciones entre el 5 y el 23 de marzo, reflejan el “impacto de los gobiernos por proteger sectores enteros de la economía en tiempo récord” y evitar “ventas masivas [en las plazas financieras] forzadas por inversores en busca de márgenes provechosos y beneficios inmediatos. “Esta fase parece superada”, dice Bonzon, “por la decisiva intervención de los bancos centrales, que se aprovecharon de la experiencia labrada en la crisis de 2008” y que han logrado estabilizar la esfera financiera y, sobre todo, mantener sus funciones activas y al día. Un compás de espera necesario para “poder gestionar efectivamente la economía real”.
El Chief Information Officer de Julius Bär, en su diagnóstico de la última semana, va más allá de esta descripción de la coyuntura, que anticipa un primer dique de contención estatal -de bancos centrales y de gobiernos-, para amortiguar la meteórica y profunda contracción de la actividad, que apunta a tasas de dobles dígitos, con históricas destrucciones de empleo. Bonzon habla de la necesidad de acometer nacionalizaciones “para salvar los balances de las empresas” y de otra tregua o paréntesis en la economía de mercado, como en 2009. Una vez más -admite- el shock provocado [por la crisis del coronavirus] “en el sector privado ha condenado a las economías” a solicitar auxilio a modo de “respuestas monetarias y fiscales” y en nombre de su supervivencia. “Empresas y autónomos deben recibir, cuanto menos, una compensación parcial de sus ingresos perdidos” desde el ámbito gubernamental. Como si percibieran -aclara- una indemnización por daños derivados de un desastre natural por parte de una aseguradora. Porque, “en ausencia de tales transferencias” -del Estado al sector privado-, sus balances añadirían “deudas adicionales” que retrasarían de forma “considerable” la recuperación posterior al confinamiento.
“En otras palabras” -suscribe el directivo de Julius Bär-, el sector privado no puede ser saneado con recursos voluntarios -o forzosos- que procedan del ámbito empresarial. Porque, “reducir o cancelar los alquileres, por ejemplo, de manera temporal, puede aliviar casos individuales” pero, “colectivamente, dentro de un ámbito nacional, alimentaría la espiral deflacionista”. De ahí que -asegura- en nombre del interés general, medidas de apoyo como las garantías de pago de los alquileres deban “proceder de las cuentas estatales”; lo cual revela dos lecturas claves: que el riesgo de que se instauren políticas intervencionistas bien intencionadas, aunque puedan llegar a ser contraproducentes, “es elevado en los próximos meses” y que, sin el salvavidas financiero de los gobiernos, las empresas “no tendrían salvación” posible. Para, acto seguido, señalar que el “consenso neoliberal nacido en los años ochenta” del siglo pasado, “con Reagan y Thatcher [como estandartes], ha muerto definitivamente” (is dead for good this time). En estos tiempos, aclara Bonzon, “nos dirigimos hacia un capitalismo de estado, similar al que una vez se practicó en la década de los cuarenta, durante la guerra”. Es una inexorable pérdida de la libertad de mercado. Pero “estamos ante el peligro de que el control de la curva de rendimiento, como hace Japón, se extienda por Europa y EEUU”.
De Europa, asegura que la crisis del coronavirus la someterá a “un nuevo examen de cohesión”. Después de que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, al que define como el criterio surgido en Maastricht para evitar presiones inflacionistas en la zona monetaria surgidas por déficits fiscales excesivos, “haya muerto en combate”. El analista de Julius Bär considera que la UE dejará atrás las políticas de austeridad, por efecto de las coberturas sociales de emergencia indiscutible que deja la crisis del coronavirus, aunque concede el poder en la batalla entre contribuyentes netos y los socios en dificultades financieras a los países del norte. Los englobados en la rebautizada como Liga Hanseática, que “no dejarán opción” a las naciones meridionales. Aunque no descarta que esa futura cohesión pase por un proyecto compartido como el de los eurobonos, al que los vecinos septentrionales dejarán entrar a los sureños capaces de gestionar convenientemente sus niveles de endeudamiento.
Cómo reconstruir la confianza empresarial
Desde la consultora McKinsey se asegura que, tras el imperativo de frenar la crisis sanitaria, las autoridades deben priorizar, lo más simultáneamente posible, las salvaguardas económicas que -advierte Andrés Cadena, socio de la firma-, “serán determinantes para no prolongar los daños a largo plazo”. A lo largo del planeta, “la vida, tal y como la conocemos, ha cambiado de manera drástica”. Por eso, los estados deben actuar en el frente social y económico para mitigar el daño sobre sus hábitos e ingresos vitales del Covid-19. Con distintos parámetros. Mediante medidas drásticas, como el completo aislamiento de la región de Wuhan, en China, hasta iniciativas más graduales, como la implantadas en EEUU o Europa, o a través de terceras vías como la de Corea del Sur, basada en una masiva campaña de detección precoz del contagio, con test que le han permitido al mayor de los tigres asiáticos -ya convertida en potencia industrializada- controlar de forma más efectiva la propagación del coronavirus. En América Latina, el contraste entre los países que han acelerado y retardado la instauración de cuarentenas ha sido patente. También en la liberación de planes de estímulo fiscales y monetarios.
Pero, con independencia de las trayectorias de unos y otros -explica Cadena- todos ellos se van a ver en la obligación de resetear, de reconstruir o restaurar sus sistemas productivos, esenciales para que, a medio plazo, se recuperen los niveles de ingresos. Porque las condiciones de vida de muchos de sus ciudadanos, como la emergencia previa de salvarles clínicamente del contagio del Covid-19, también se verán alteradas. Con variantes, como el nivel de economías sumergidas que reina en cada mercado. Y con certezas comunes, como el aumento de las deudas soberanas. Sin embargo, el restablecimiento de las estructuras productivas, de los sectores de actividad es ineludible, asegura el equipo de McKinsey de Cadenas. A través de dos cauces. Una hoja de ruta que, desde las ayudas gubernamentales, reanimen a sus respectivos sectores privados, mientras deciden el instante de abrir de nuevo sus economías. Y un segundo road map capaz de poner en órbita la arquitectura financiera internacional y el multilateralismo. En sintonía con las célebres palabras de Winston Churchill de que “este no es el final, no es ni siquiera el principio del final. Puede ser, más bien, el final del principio”. Con las que, en noviembre de 1942, impulsó el ánimo social británico para revertir el curso de la Segunda Guerra Mundial.
La comparación de los expertos de McKinsey con el ex premier británico no es baladí. Al fin y al cabo, cada vez más mandatarios entienden esta pandemia como una guerra sin cuartel en una economía bélica. Para restaurar un adecuado y vigoroso ciclo de negocios en el que las empresas demuestren su capacidad de reconversión, es preciso que, en primer término, los gobiernos de áreas especialmente propensas a la transmisión del virus “esperen a reactivar los motores de su economía hasta que las hospitalizaciones se encuentren por debajo de la cota que sus sistemas de salud sean capaces de gestionar de manera autónoma”, por un lado. Y, por otro, aplicar reglas de fortalecimiento de sus sistemas sanitarios, incluidas la de detección, gestión y prevención de nuevos casos clínicos de emergencia social. Hasta dotarlos de recursos médicos y materiales, así como de diagnósticos precoces. En el caso de la pandemia actual, la búsqueda de la fórmula que sirva para anticipar el epitafio a la pesadilla clínica del Covid-19.
La combinación de estos elementos, en el terreno sanitario, facilitará el despegue económico y la fortaleza del ciclo de negocios. “Es como hacer una postura de matrix”, dice Cadenas, que “no será estática”, sino que, según las regiones, de la solidez de los sistemas de salud nacionales y, en última instancia, de su apuesta por la innovación tecnológica, por la búsqueda de una vacuna que ayude a superar el coronavirus, por la implantación de test de contagio que contribuyan a identificar a todas las personas vulnerables y por la instauración de los protocolos de actuación clínica necesarios para superar la pandemia.
En este tránsito, algunos sectores estratégicos como el sanitario, el de defensa y seguridad o el de abastecimiento de bienes y servicios esenciales como la alimentación, la medicina, la energía, el agua, el gas o las telecomunicaciones, deberán mantenerse bajo la protección de la economía de estado. Mientras el resto va gradualmente abriéndose de nuevo a la libre competencia. Según sus grados de riesgos sectoriales y empresariales.
La gradual vuelta al mercado de segmentos productivos específicos, recomiendan en McKinsey, ha empezado a utilizarse en varias naciones asiáticas como China, Japón, Singapur y Corea del Sur. E incluye medidas de exención fiscal al e-commerce y determinados sectores productivos dentro de una exigente y bien pertrechada red de protocolos de actuación. “La tecnología está llamada a protagonizar este tránsito hacia el trabajo”, asegura Cadenas, aunque cada gobierno será el responsable, con sus respuestas nacionales, de hacer resurgir el modelo productivo que regirá el ciclo de negocios tras la pandemia. Y que, de momento, según Jamie Dimon, CEO de JP Morgan, “nos ha traído ya una pésima recesión, con alguno de los riesgos financieros que nos hace recordar el credit-crunch de 2008” y que pasará factura -asegura- a su entidad bancaria. “Nuestros ingresos caerán substancialmente” este año, lo que obligará a JP Morgan a “recortar dividendos”.