Estamos hablando de 7,6 billones de dólares estadounidenses en valores que ya no están disponibles para invertir en el sector privado, con las consiguientes consecuencias para los sistemas de pensiones de estos países. Es un típico crowding-out, o, dicho en español, sustitución de la demanda privada por la demanda pública. Los inversores extranjeros se ven obligados a identificar y aprovechar las posibilidades de inversión fuera de su zona de confort. La consecuencia para los segmentos de mercado estriba en una mayor volatilidad provocada por un comportamiento inadecuado de los inversores profanos. Asimismo, se están produciendo distorsiones de valorización, también llamadas burbujas, que, cuando explotan en un momento futuro, suelen ocasionar daños colaterales.


Un ejemplo excepcional de lo anterior radica en la evolución de los rendimientos del mercado de deuda pública – el dominio, a decir verdad, de muchas aseguradoras y fondos de pensiones – a modo de inversiones de capital a largo plazo, supuestamente con poco riesgo. La predisposición de los bancos centrales a comprar infatigablemente bonos en los mercados e capital ha ocasionado distorsiones y sobrevaloraciones.



El 100 % de la deuda pública suiza presenta por su parte un rendimiento negativo. Más del 80 % de la deuda pública alemana se mueve en un rango negativo. Las mismas deudas de los estados bautizados hace poco de forma despectiva con el sobrenombre de PIIGS2 ya exhiben rendimientos por debajo de cero. En el caso de España e Irlanda ya hablamos de un 40 %, y en el de Italia, de un 30 %. ¿Quién habría soñado hace unos años que los estados iban a recibir dinero por su endeudamiento? Para reducir el déficit presupuestario basta simplemente con incurrir en mayor deuda. El mismo día 1 de agosto de 2016 recibíamos la noticia del Ministerio Alemán de Finanzas de que el país teutón en los seis primeros meses de este año, en lugar de unos 10.000 millones de euros, solo gastará 7.000 millones de euros en intereses por la totalidad de los créditos constituidos. Se trata de una disminución del 30 %.

En el fondo la idea de los bancos centrales se reveló bastante buena. Gracias a estas adquisiciones y a los bajos intereses que las acompañan, los estados tienen la posibilidad de financiar reformas estructurales y programas de inversión. Los efectos multiplicadores, que todos hemos aprendido en nuestros cursos de economía, podrían mostrar sus efectos y generar impulsos de crecimiento positivos. Teóricamente de ahí se podrían amortizar créditos si no se nos ocurre otro destino mejor para el dinero. No cabe duda de que la peor de las posibilidades con la que evitar la bonanza gracias a la política del Banco Central son los regalos electorales. Los homólogos estatales están de vacaciones en cuanto al crédito: Quedan bonitos recuerdos, y, por el contrario, ningún «contravalor» para el nuevo endeudamiento.

El Moral Hazard3, por tanto, la tentación política de no hacer lo que es necesario, sino, en su lugar, dejarse dirigir a corto plazo por las promesas del éxito electoral, resulta enorme. Y esto probablemente es inevitable. Parece que solo se está utilizando una parte de toda la financiación posible en los programas de inversión pública. El resto se traslada de una u otra manera en forma de transferencia a otras partidas sociales, y, de ahí, al consumo.

En nuestra opinión, en el gráfico 2 se muestra con claridad que la efectividad de una política monetaria extremadamente laxa, dicho con buenas palabras, hasta ahora no ha brillado por su presencia.



El mayor experimento macroeconómico de la Historia de la humanidad no parece cosechar el éxito esperado. El crecimiento económico, el indicador del éxito de todos los estados de la OCDE, incluidos los estados BRICS, en 2015 se situó tan solo en el 2,1 %, según los datos facilitados por la OCDE. Los pronósticos para este año del 1,8 % no se auguran mejores, y las previsiones del 2,1 % para el 2017 tampoco parecen la panacea. Como agravante, no se pueden aplicar otras medidas de política monetaria frente a una posible desaceleración del crecimiento. Las deudas de los estados se encuentran a un nivel nunca visto y los tipos de interés ya no reflejan el riesgo de impago el deudor, sino solamente la necesidad de los inversores de encontrar oportunidades de inversión que permitan esperar algún tipo de rentabilidad positiva. Queda pendiente de un hilo ver si nuestra deteriorada confianza en el Banco Central à la Draghi, con la famosa frase se hará lo que sea necesario, va a perdurar más tiempo.

Puesto que nadie puede tener un verdadero interés en cuestionar dicha confianza, puede durar aún muchos años, o solo unos meses. Nos recuerda esto un poco al Peter Pan que dice al hilo de esto: «En el momento en el que dudes de si puedes volar, pierdes la capacidad de hacerlo».

En ETHENEA seguimos volando y creemos además que las rentabilidades permanecen en una tendencia decreciente. El mercado de las pensiones en dólares estadounidenses, con sus rentabilidades positivas, constituye uno de los últimos bastiones de racionalidad aparente. Ahora bien, en este caso también pensamos que la deuda pública estadounidense a 10 años volverá a retroceder a corto o largo plazo no solo impulsada por los inversores en búsqueda de las rentabilidades positivas que aún perduran. Es casi inevitable ya que las alternativas cada vez son más raras. Hay un debate enérgico sobre si el banco central de Estados Unidos puede y volverá a incrementar los tipos dadas las cifras de crecimiento en la nación norteamericana correspondientes a los dos primeros trimestres de 2016.