El resto, a instancias del bloque que lidera Holanda, reacia a dar un cheque en blanco a las economías meridionales, las más perjudicadas por los daños colaterales del Covid-19, tendrán como contrapartida su devolución a bajos tipos de interés.  Es decir, estarán dotadas de la consideración de créditos. La solución de consenso permite abordar el despegue de una actividad que precisa una catapulta a la altura de las circunstancias. Con una recesión de la zona euro del 8,7% -y de España del 10,9%- este año, según estimaciones de la Comisión Europea.

No será una ayuda a fondo perdido. Nunca lo fue, en cualquier caso. A pesar de la persistente exigencia del grupo de defensores de la austeridad y la ortodoxia capitaneados por Holanda, el socio llamado a ser, por voluntad propia de su primer ministro, Mark Rutte, el nuevo Reino Unido del club comunitario. Pero el mandatario liberal holandés y su Ejecutivo de amplia coalición de partidos mayoritariamente de centro-derecha, ha logrado imponer condiciones más rigurosas a los países beneficiarios de la ayuda. Porque el mega-plan de estímulo fiscal europeo, que ha atravesado por serias dificultades en la cumbre del Consejo Europeo del pasado fin de semana y que ha requerido de advertencias de fracaso por parte del eje franco-alemán para reanimar el primer -y excepcional- programa de reconstrucción presupuestariamente europeo, contendrá en su redacción final ciertas contrapartidas de reembolso. Como es tradición, los avances en los procesos de integración de la UE -siguiendo su histórico lema de dar un paso atrás para tomar impulso y certificar dos hacia adelante- encuentran en el término medio su espacio de consenso. Del conjunto de recursos movilizados -lo 750.000 millones de euros de la propuesta de Bruselas para el plan de ayudas por la Gran Pandemia-, algo más de la mitad, 390.000 millones, recibirán la consideración de garantías. O subsidios. Es decir, se liberarán en sus respectivos desgloses por países con el ribete de préstamos. Eso sí, a bajos tipos de interés. Y desembolsables hasta en un 70% entre 2021 y 2022. En total, se trata del mayor acuerdo financiero de la historia comunitaria porque el despliegue de recursos total asciende a 1,8 billones de euros. Si se tiene en cuenta, tal y como calcula la propia Comisión Europea, la suma al fondo del próximo marco presupuestario (1,074 billones) y lo que la jerga europea denomina la triple red de seguridad de préstamos para sistemas de regulación de empleo, gasto sanitario y avales a empresas. Unos 540.000 millones entre los tres mecanismos. Lo que, en conjunto, supone una movilización monetaria semejante al 17% de la Renta Nacional Bruta (RNB) de la UE. Cifra que supera la proporción desembolsada por EEUU (15,9%) o China (4,2%) dentro de sus amplios programas de estímulo fiscal con los que están afrontando los daños económicos de la Gran Pandemia. 


La fumata blanca del acuerdo necesitó de la presión de los dirigentes de Francia y Alemania que llegaron a alertar de las opciones reales de fracaso durante el fin de semana. En una iniciativa que consideraron “trascendental” para la recuperación de la economía post-Covid de la UE y, muy en especial, de la zona del euro. Angela Merkel y Emmanuel Macron, junto a la capacidad de reacción del presidente del Consejo Europeo, el liberal belga Charles Michel, que multiplicó los contactos bilaterales y multilaterales para cerrar el acuerdo, fueron determinantes a la hora de sellar el plan de reconstrucción. Además de perfilar un marco financiero para 2021-2027, el próximo septenio presupuestario de la Unión, de alrededor de un billón de euros e incluir en el mismo, cheques de descuento de unos 45.000 millones para los principales contribuyentes del club comunitario: Alemania, Holanda, Suecia, Austria y Dinamarca. Todo para encarrilar el Plan Marshall 2.0 para Europa. Lo que da cuenta de la gravedad de la recesión surgida por la Gran Pandemia. Y que consiguió dar al traste con las pretensiones de la denominada Liga Hanseática, de socios nórdicos y centroeuropeos, que se afanaban en respaldar el plan lanzado por Finlandia de rebajar en 50.000 millones de euros -hasta los 700.000- el montante del cheque comunitario y reducir del medio billón que estipuló la iniciativa de la Comisión Europea hasta los 350.000 millones de euros las líneas de financiación vinculadas a subsidios o garantías. Holanda, Austria, Suecia y Dinamarca suscribían las tesis del Gobierno finlandés de la premier socialdemócrata Sanna Marin, la más joven -34 años- de líderes europeos. 


Pero también ha jugado un papel estelar el BCE. A favor del plan de reconstrucción, que siempre ha defendido como herramienta imprescindible para abordar la profunda recesión que se ha instalado sobre el área monetaria europea tras los largos meses de hibernación económica de las políticas de confinamiento social. Su presidenta, Christine Lagarde, ha venido reclamando en las últimas semanas un acuerdo "rápido y ambicioso" porque -advirtió-, la economía de la zona del euro “necesita una respuesta rápida, flexible y generosa” y se decantó por la liberación de unos recursos cuyo “mayor volumen esté compuesto de transferencias frente a préstamos a los países que lo vayan a usar”. En sintonía con su vicepresidente. Luis de Guindos se ha reservado el papel de alerta sobre la “incompleta y desigual” recuperación, por sectores productivos y por países, de la Gran Pandemia. Y con la letra pequeña del último informe de coyuntura que se ha emitido desde la Comisión Europea, en el que se pronosticaba una recuperación asimétrica con riesgos palpables de un nuevo aumento de la desigualdad entre rentas altas y bajas y entre los socios más ricos y más pobres de la UE; en términos de renta per cápita. La voz española en el BCE anticipó que volverán las tasas de crecimiento positivo en el tercer y el cuarto trimestre de este año; aunque, al mismo tiempo, subrayó “el enorme nivel de incertidumbre que aún rodea a cualquier previsión tanto por la evolución de la pandemia, como por el comportamiento del mercado laboral europeo”, dijo antes de manifestar su rechazo a que las economías con mayor dificultad de despegue puedan acarrear lastres adicionales. En aras de la homogeneidad del euro y de la posibilidad de que se acuerden emisiones de deuda conjuntas. “No todos los países tenían la misma capacidad de reacción; por eso creo que la discusión [de esta cumbre] es fundamental. Espero que lo que se pacte sea lo más parecido posible a la proposición de la Comisión”, resaltó horas antes de que comenzara el cónclave europeo. 

Las palabras de De Guindos fueron premonitorias. Porque el fondo de reconstrucción, que nació con fórceps por la resistencia de los también conocidos como países frugales -frugal five con la inclusión reciente de Finlandia, todos ellos, contribuyentes netos a las arcas de la Unión, pese a no ser los que más aportan, misión que asumen los más grandes, con Alemania, Francia, Italia y España a la cabeza- que intentaron durante cinco días -un periodo excepcional de reunión del Consejo Europeo cuyo único antecedente fue la cumbre de Niza, en 2000, donde se estableció el reparto de poder de los socios tras las adhesiones del Este- reducir las ayudas del fondo bajo la amenaza de veto, tampoco han evitado que la UE abra el melón a emisiones de deuda con las que financiar subvenciones. La RAE define la palabra 'frugal' como “parco”, lo que ha alimentado el apelativo de los cinco socios del centro y norte de Europa, a los que, en el seno del club, sobre todo tras esta cita de jefes de Estado y de Gobierno, se les ha colgado el cartel de halcones de la austeridad. De forma que los números rojos en los que incurrirá el club comunitario tras liberar los recursos financieros destinados a paliar los efectos de la pandemia y a facilitar el despegue de la actividad se financiarán de manera conjunta por los Estados durante 30 años. La novedosa fórmula del endeudamiento ha sido un asunto tabú que ha decidido superar la propia canciller Merkel. Junto a Macron. O, para ser más precisos. Pese a las reservas del jefe del Estado francés, que no esperaba la declaración de intenciones de su colega germana, que ya defendió esta tesis a finales de mayo. Berlín y París también han sido claves en el giro de los acontecimientos. Como Lagarde, quien, durante la prolongada cita del Consejo Europeo, volvió a insistir en la trayectoria adecuada que debían seguir los dirigentes europeos: “No deben escatimar en generosidad; ni en cuanto al tamaño, ni en la composición del programa de reconstrucción; incluso si hace falta un poco más de tiempo”.

Una economía en caída libre

El PIB europeo experimentó un desplome sin precedentes entre abril y junio. Periodo en el que se concentró la parálisis de la actividad, tras un mes, el previo, marzo, en el que se sucedieron entre los socios de la Unión los estados de alarma y los confinamientos sociales. Así lo constató el servicio de análisis económico de Bruselas, que empeoró el cuadro de mando de sus mercados por el impacto del Covid-19. “Más severo de lo previsto” y que pone en tela de juicio una salida en V, aunque sea asimétrica, de la contracción. El deterioro es generalizado, asegura su informe estival. Y apunta a un descenso histórico del 8,7% en la zona del euro en 2020, a la que seguirá -eso sí- una reactivación del 6,1% el próximo ejercicio. Para el conjunto de la UE, el retroceso será algo más benévolo, del 8,3%, pero el rebote también será menos intenso, del 5,8% durante todo 2021. Respecto a su diagnóstico de primavera, la Comisión ahonda la recesión de los socios monetarios en un punto y la del conjunto de la UE, en nueve décimas. En este contexto, Italia y España, tercera y cuarta economías del euro, se llevan la peor parte. El PIB hispano se hundirá un 10,9% este año, una recesión un punto y medio más profunda que la estimación primaveral, con una considerable fuerza de despegue, del 7,1%, en 2021, aunque apenas una décima por encima de la valoración de mayo. Con un receso dramático en el segundo trimestre, del 16,9%, tras registrar un 5,2% entre enero y marzo. En el periodo estival, y a expensas de posibles y más o menos intensos rebrotes de la epidemia, la actividad retornará al crecimiento: un 12,9% y se mantendrá en número positivos, aunque de menor intensidad, el 3,4% en el último tramo del ejercicio, entre octubre y diciembre. 

El peor dato lo certificará Italia, a los ojos de la Comisión. Con una contracción del 11,2%. Aunque en la terna de mayores damnificados se encuentra Francia. El segundo PIB europeo registrará un desplome del 10,6%. Paolo Gentiloni, comisario de Economía, resaltó que “los efectos de la Gran Pandemia han sido devastadores, pero que la respuesta política en toda la órbita europea ha contribuido a amortiguar el golpe, pese a los crecientes niveles de divergencia, desigualdad e inseguridad” que ha generado en todos los órdenes. Gentiloni, en su cometido de incentivar el acuerdo del Consejo Europeo, destacó que la desigualdad estará supeditad a “la velocidad a la que se pueden levantar los bloqueos, la importancia de servicios como el turismo en cada economía y a los recursos financieros de cada país”. Es -dijo- “una amenaza latente al mercado único y a la zona euro”, alertó Gentiloni, quien instó a alcanzar una “acción europea conjunta y decisiva”. En su opinión, Europa “debe estar a la altura de este desafío”. Aunque sea a costa de un ineludible empeoramiento de las finanzas públicas. 


El espléndido paso hacia delante de la UE -uno de los escasos botones de muestra de más Europa lema de la integración en tiempos recientes- ha sentado bien a los mercados y ha añadido dosis de credibilidad al mensaje que, al unísono, lanzaron Michel, Macron y Merkel: “Un día histórico” para la UE. Porque la solución de emergencia forjada a golpe de martillo de fondos con garantías y préstamos con devolución ha gustado a los inversores. El Stoxx Europe 600 añadió a su índice una subida del 1% en su diez primero minutos de apertura de sesión. Nada más conocerse que la fumata europea era blanca. El acuerdo es “un gran acontecimiento para el bloque que permite por primera vez una financiación conjunta para sus Estados miembros”, explicaba a Bloomberg Jasper Lawler, investigador jefe de London Capital Group. Además de impulsar a los mercados europeos en su favorable evolución para alcanzar los niveles de actividad previos a la crisis del Covid-19 respecto de otras áreas como EEUU, Reino Unido e, incluso, Canadá o Japón, desde los que se emiten dudas razonables sobre el momento de la recuperación. 

El horizonte financiero de la zona del euro también ha dado alas a la divisa común. Los analistas ven en el fondo de reconstrucción una coraza que brilló por su ausencia en la crisis de la deuda europea que siguió al credit crunch de 2008 y auguran un recorrido alcista frente al billete verde estadounidense en los próximos meses. Hasta lograr un tipo de cambio de 1,30 dólares por cada unidad monetaria europea. Incluso se atreven a predecir que la hegemonía del dólar se pondrá en cuestión por las emisiones conjuntas de bonos por parte de los socios del euro.  

Con los mercados bajo el influjo del acuerdo

Kevin Koerner, analista jefe para Europa del Servicio de Estudios del Deutsche Bank, asegura que el acuerdo tendrá un efecto balsámico para paliar la recesión en la zona del euro e impulsar los motores de la recuperación. Koerner ensalza la postura de la Comisión, con un planteamiento de máximos, en líneas con las ambiciones que reclamaba el BCE, que ha sabido conjugar durante la cumbre del Consejo Europeo, con dosis de alta diplomacia, hasta conseguir diluir la resistencia del Norte, el escepticismo del Este y las esperanzas del Sur. Heike Mai, colega en el Servicio de Estudios de la institución financiera germana también descubre otra consecuencia beneficiosa para la salud de los activos bancarios, después de que el sistema financiero de la zona del euro “haya prestado más de la mitad del incremento de gastos” solicitados por empresas y hogares a lo largo de la epidemia. El programa de estímulo fiscal de la UE “no sólo ayudará a contener la severidad de la recesión o la sostenibilidad de las estructuras sanitarias”, explica. 


En parecidos términos se manifiesta Nicola Mai, analista de crédito soberano en Pimco, para quien el estímulo fiscal paneuropeo para los próximos años, como era de esperar, implica una cierta corrección de la propuesta original de la Comisión, “pero conserva un apoyo significativo, con poca condicionalidad”. Los próximos pasos serán la aprobación del Parlamento Europeo y las ratificaciones de los Parlamentos nacionales de todos los países; si bien podría haber algo de ruido en el camino, “se aprobarán sin demasiado dramatismo”. A su juicio, “el acuerdo refuerza las medidas tomadas por el BCE para apoyar a los mercados soberanos y apoya nuestra postura constructiva en los periféricos europeos”. 


Los estrategas de Bank of America Merrill Lynch hablan de “alivio para el mercado”, aunque se curan en salud e inciden, inmediatamente después, en que “el riesgo periférico permanece”. Valoran especialmente las emisiones conjuntas de duda (750.000 millones de euros hasta 2026); el significativo volumen de garantías (390.000 millones), el potencial cambio en Europa hacia un nuevo mapa impositivo y armonizado, en línea con la iniciativa hamiltoniana -en alusión al que fuera secretario del Tesoro americano, Alexander Hamilton, considerado padre de la economía de EEUU e impulsor, en el siglo XVIII, del federalismo fiscal- que, a su juicio, podría iniciarse con el fondo de reconstrucción. Al igual que el doble road-map, hacia la neutralidad energética y los proyectos verdes y hacia la digitalización con transformaciones en las cadenas de valor de firmas europeas. Pero, si el Parlamento Europeo, como parece, da luz verde al plan, “todo ello será más que posible”. También consideran que el BCE gana “poder cíclico y de estabilización” sobre su política monetaria futura con este pacto de reconstrucción. Además de reducir la fuerza volátil que se ha instalado en los mercados de capitales. A los países periféricos, receptores masivos de los fondos, entre los que se encuentra España e Italia, les advierten sobre sus riesgos fiscales y de deuda. Y también sobre la vulnerabilidad de sus coyunturas de crecimiento. En especial, por sus altas dependencias de sectores como el turístico.   

Un nuevo impulso de integración fiscal y reformista

El impulso del eje franco-alemán a los coronabonos y su victoria sobre los países frugales, explica Keith Johnson en Foreign Policy, podría encerrar una maniobra de mayor calado. De aceleración integradora, al menos de la zona del euro, tras casi dos largas décadas sin grandes proyectos de armonización institucional. Entre otras, una homologación de los sistemas tributarios y nuevas reglas de juego presupuestarias que sustituyan a las del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Algo que requerirá el convencimiento del grupo de socios capitaneado por Holanda. El corona-bono es un primer paso en esta dirección, que aplauden los euroentusiastas. Porque es un ejemplo de mutualización de riesgos y de política económica. Un ladrillo en el muro de la configuración de un Tesoro europeo para la divisa común. El consenso del eje franco-alemán resta dificultades a los países del Sur con su elenco de garantías y subsidios y acerca a la UE a un estadio transitorio de trasferencias fiscales, que podría desembocar en un proyecto más ambicioso y permanente. “Se puede llamar de múltiples formas, pero es una mutualización de deuda a gran escala”, afirma J. H. Weiler, experto en Europa en la Facultad de Derecho de la Universidad de New York. “Cruza una línea roja”, la de la austeridad, dice en alusión al corona-bono. Y eso es “saltarse un tabú”.

También el plan de reconstrucción desglosa, en sí mismo, por su volumen de fondos, sus criterios de solidaridad y sus objetivos, encaminados a fortalecer los sistemas sanitarios de sus socios, la economía verde europea y los procesos de digitalización de sus empresas, supone un antes y un después. “Básicamente, es algo distinto; como utilizar un tratamiento de esteroides”, cree Mij Rahman, director para Europa de la consultora Eurasia Group. Un antídoto que París y Berlín han rechazado sistemáticamente de los “dos gigantes” de la Unión que, en esta ocasión, reman en la misma dirección hacia un objetivo ambicioso. Del estilo de los primeros grandes proyectos de la UE. No sólo porque han dirigido a la Comisión hacia este propósito, sino también porque sus planteamientos están inmersos en una partitura que suena a la perfección, y con una coreografía adecuada, explica Rahman, bajo una idea, hasta ahora arrinconada, que restablece el espíritu del club comunitario y que podría concurrir en un consenso entre el norte, menos endeudado, pero necesitado de un mercado interior que consuma sin demasiadas trabas de endeudamiento, y un sur que precisa volver a creer en la vieja doctrina de una Europa unida.  

El directivo de Eurasia entra a valorar el dictamen contrario a cualquier intento de mutualización de la deuda europea por parte del Tribunal Constitucional alemán. No pocos juristas achacaron el fallo de mayo pasado de los jueces encargados de custodiar los preceptos de la Carta Magna alemana por haberse saltado la supremacía judicial europea -El Tribunal de Luxemburgo habilitó las ayudas y rescates entre socios de la UE- e imponer líneas rojas, en defensa de la austeridad, al BCE. Porque el Alto Tribunal de Karlsruhe declaró inconstitucional el Public Sector Purchase Programme (PSPP), la herramienta que habilitó al entonces máximo responsable del BCE, Mario Draghi, a salvar el euro con su Quantitative-Easing (QE), mediante la compra masiva de deuda corporativa y soberana, durante tres años y medio. Entre la primavera de 2015 y el último día de 2018. Mecanismo que volvió a rescatar Lagarde bajo las prerrogativas que marca el Pandemic Equity Purchase Programme (PEPP) para combatir la recesión de la Covid-19. Como ya lo hizo el mismo tribunal alemán en 2012 con los rescates. La diferencia es que, entonces, Merkel se unió a los designios de sus magistrados. “Europa no será una unión de transferencias”, dijo en 2012. Mientras que en la resolución de la pasada primavera instó a la independencia del BCE para que siguiera adelante con su política monetaria: “Lo vemos como un apoyo a nuestra línea” de dejar que el organismo regulador europeo contribuya a la salida de la Gran Pandemia como durante la crisis de la deuda de 2012. La Corte Constitucional alemana, matiza Rahman, “navega en los últimos tiempos en plena catarsis; desde luego, ha sido un doble error de cálculo” por su parte.

En las páginas de Foreign Policy se pasa revista a este cambio de registro de la canciller: “Merkel oteó la situación en Europa [desde el tsunami financiero de 2008] y llegó a la conclusión de que algo se había hecho mal, que era necesario canalizar fondos hacia el sur de manera que no salten sus déficits por los aires”, señala Eileen Keller, analista de integración económica europea en el German-French Institute. Con esta iniciativa de respaldo franco-alemán se pierde el principio de condicionalidad que rigió los destinos de Grecia durante la crisis bancaria. Un mensaje en toda lid a los socios frugales. A cambio de desempolvar la agenda reformista en materia económica. Un aliciente para ganarse a la causa al grupo que lidera Holanda. 

Cambios estructurales en el área económica

La mayoría de fondos con garantías vienen a justificar, además, el medio billón de euros que los líderes europeos habían liberado a través del fondo de rescate europeo, Mede. Yves Bonzon, CIO de Julius Baer, lleva meses pidiendo a la UE que “debe cambiar sus reglas porque las actuales -las que utilizaron en la crisis precedente- no se adaptan a la situación de recesión por la que se atraviesa” en el Viejo Continente. The Economist también se suma a la tesis hamiltoniana que modificó la estructura económica y productiva de EEUU en contra de los criterios de austeridad e inmovilismo de su época. La pandemia no es sólo un escenario de inestabilidad económica en el caso de la UE. También política y constitucional. Sus socios no pueden permanecer resistiendo sus posiciones nacionales. Deben avanzar en su unidad, lo que exige reformas. De no abordar estos desafíos, perderá una oportunidad dorada de afrontar el pulso geoestratégico con China y EEUU. También para superar sus contradicciones flagrantes. 

El mercado interior, por ejemplo, opera bajo estrictas normas contrarias a los subsidios, pero calla cuando los gobiernos liberan 2 billones de euros en salvaguardas a las empresas para evitar su colapso. La mitad, hacia firmas alemanas. Todo un problema cuando las compañías de la locomotora europea no pueden crear beneficios y dividendos generosos y sostenibles. Otro botón de muestra es el euro. Un área en la que las deudas de cada uno de sus socios, de forma individual, han llevado a la divisa única a escenarios de emergencia crítica. Como el caso actual de Italia, donde el coronavirus ha hecho saltar hasta los 2,4 billones de euros, el 135% de su PIB, el nivel de endeudamiento de su tercera economía. El tercer argumento del semanario británico es jurídico. Y tiene como telón de fondo la sentencia del Constitucional alemán, que ha llevado a que Polonia, país, junto a Hungría, que despierta los mayores recelos en Bruselas por su deriva democrática -absorción de poderes legislativos y judiciales desde los gobiernos- haya declarado de inmediato, tras el fallo del tribunal alemán, la supremacía judicial de su Corte Constitucional respecto del Tribunal de Justicia de la UE, con sede en Luxemburgo. “La Unión está fundada en la ley y si se permite el alejamiento del espíritu y la letra de la legalidad, la propia supervivencia del entramado europeo estará en riesgo”, alerta The Economist. El viraje de Merkel y Macron devuelve el debate de las transferencias de fondos. Pero no es una victoria del Sur. Es el inicio de una mayor integración, de toda índole, económica y geoestratégica, como la redefinición de la Seguridad y Defensa común frente a Rusia o la de la política migratoria. Europa no necesita dos velocidades. Demanda una visión común, de largo alcance y recorrido, al unísono, y a toda velocidad.    

En el orden económico, es la anemia reformista europea de la que habló Mario Draghi durante sus últimos dos años al frente del BCE, en los que ejerció de voz de la conciencia de los políticos de la UE en favor de lograr más integración. En favor de las reformas estructurales. Aunque su dialéctica se escuchó desde el inicio de su doble mandato. Cuando los mercados especulaban contra la debilidad del euro, los socios monetarios no podían hacer frente a los vencimientos de su deuda y la economía del área monetaria luchaba por salir de las aguas de la recesión de 2008. Con déficits alarmantes, divergencias económicas evidentes entre sus -entonces- 17 miembros, presupuestos desajustados, mercados de trabajo y sistemas fiscales antagónicos y patrones de crecimiento alejados unos de otros. Su mensaje a las autoridades políticas siempre fue rotundo: “necesitan actuar, porque cualquier intervención del BCE no será eficiente sin más integración fiscal, económica e institucional”. Fueron el detonante de la conformación de la unión bancaria y del Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM, según sus siglas en inglés). Dos de los anclajes básicos para restablecer la estabilidad. Dicen en su círculo más cercano que no haber visto una trayectoria reformista en Europa fue su gran decepción. O, dicho de otro modo: irse de Fráncfort sin una agenda de cambios estructurales de calado. En la que el Consejo Europeo incluyera la conversión del EMS en un Fondo Monetario Europeo que actúe como prestamista de última instancia para salvar a socios y bancos en situaciones de bancarrota; la creación del Fondo de Depósitos como garantía frente a futuras quiebras financieras y como instrumento esencial para consolidar la unión de los sistemas financieros del euro; un mecanismo de reestructuración de deudas que supervise y ofrezca liquidez a los vencimientos urgentes. Y su doble sueño: hubiera sido feliz -dicen sus defensores- si la ambición se apoderara de los líderes europeos y, en algún momento, se pusiera en marcha un gobierno económico del euro y un servicio de mutulización de la deuda que desembocara en la emisión de eurobonos. Quizás ahora, apenas un año después de ceder el sillón presidencial a Lagarde, pueda sentirse, por fin, moderadamente satisfecho.