Sus autoridades reclaman al G-20, al G-10 y al G-7 ampliar el perímetro regulatorio de la arquitectura financiera internacional para intensificar la labor supervisora de las instituciones de control que reduzcan los riesgos sistémicos; pero, en paralelo, se apliquen instrumentos más flexibles para restablecer los intercambios de capitales y renovar el espíritu inversor en el ciclo de negocios post-Covid.

Control de riesgos y flexibilidad regulatoria, el tándem para devolver la estabilidad a los mercados 
El ensamblaje entre los mercados y la coyuntura económica real, aún sometida a las embestidas de la recesión internacional, requiere de una respuesta política global para devolver la calma y la estabilidad inversora. Los elevados registros de volatilidad en las carteras de activos y en los índices bursátiles desde el inicio de la Gran Pandemia son motivos de preocupación en las salas de máquinas de los organismos multilaterales y de los principales bancos centrales. Anna María De Crescenzio, analista del FMI reconoce que la inconsistencia de los flujos de capital durante el periodo de confinamiento y la lenta e incierta desescalada de la hibernación económica requiere una “nueva y adecuada acción política que gestione adecuadamente los riesgos que se han visto y apreciado en el libre intercambio de inversiones, con objeto de maximizar los beneficios en el futuro ciclo de negocios”. De Crescenzio pasa revista a un reciente virtual workshop organizado por el Banco de Inglaterra, el Banco de Francia, el Fondo Monetario y la OCDE, en el que se pasó revista a los peligros latentes que perduran en los mercados y que han propiciado la volubilidad de los capitales internacionales. Y alerta: “el nexo entre el ciclo financiero global, los episodios de extrema volatilidad de los flujos de capital y los procesos de corrección del valor de las divisas ha llegado para quedarse”. Al menos, “durante algún tiempo”. Desde luego, “a medio plazo” lo que, en la jerga multilateral, significa, según sus predicciones, todo el ejercicio 2021. Hasta que se consolide el despegue económico global.  

En su mesa de operaciones virtual, las autoridades monetarias francesa y británica y de la OCDE y el FMI resaltan que “la repentina parálisis de las carteras de inversión en los meses de epidemia en los mercados emergentes ha sido particularmente pronunciada”. Substancialmente más que en episodios previos de estrés financiero. Con secuelas graves, de depreciación del valor de sus divisas, mayores costes en la gestión de fondos y accesos limitados a la financiación externa en no pocos parqués bursátiles de estas latitudes. Mientras en las economías avanzadas, incluida la zona del euro y la japonesa, se han registrado “significativas ventas de activos de no residentes desde marzo de 2020”. Aun así, los ajustes y correcciones de las carteras de inversión en las potencias industrializadas han sido “abruptas, pero de corta duración”. En gran medida y, desde luego, por encima de cualquier otra respuesta, por los estímulos monetarios y los programas de compra de deuda y activos soberanos y corporativos de sus bancos centrales, que han provisto de una enorme liquidez al sistema. Aunque también por las intervenciones en los mecanismos de control de cambios de las divisas por partes de sus homólogas de los mercados emergentes. 

Los mecanismos de amortiguación o estabilizadores automáticos que se precisan pasan por una iniciativa concertada internacional. Apelación que dirigen al G-20, el foro que agrupa a los países de rentas altas y los principales mercados emergentes -considerado desde el credit-crunch de 2008 como el germen de un gobierno económico global-, al G-10, adscrito al Banco Internacional de Pagos (BIS), entidad de la que emanan las regulaciones bancarias y financieras y que alberga a los diez bancos centrales más importantes del planeta, y al G-7. A los que reclaman modificar las reglas de juego vigentes. En una doble, y no contradictoria, pese a lo que pueda sugerir su planteamiento inicial, dirección. Por un lado, dirigida a reforzar los mecanismos de supervisión y control de los flujos de capital y, por otro, a añadir flexibilidad a las inversiones, con objeto de que puedan restablecer su normal flujo de movimientos. El primero estaría enfocado a reducir los riesgos que seguirán persistiendo hasta que el ciclo de negocios cobre altura de despegue y al impulso de los centros financieros offshore y de los canales de movilización de los capitales transfronterizos; “continuando con los esfuerzos de vigilancia y sanción de las evasiones fiscales y las operaciones de lavado de capitales”. Y, el segundo, ampliando la flexibilidad del perímetro de requerimientos y exigencias regulatorias, para fomentar el desarrollo inversor de activos que se han asentado durante el periodo de epidemia, como los que incluyen criterios ESG y aquellos que impulsan la digitalización, de origen tecnológico.     

Venta masiva contra el Covid -19

Turbulencias financieras

En su diagnóstico ponen como ejemplo a la industria financiera que, a pesar del descenso en su valoración bursátil, “ha reflejado una notable resistencia debido a las recapitalizaciones a las que tuvieron que hacer frente tras el tsunami financiero de 2008”. La mejora de sus activos y de sus estados contables, fruto de estas medidas contracíclicas -sus exigentes calificaciones de los llamados estrés tests-, les ha otorgado un comportamiento “mucho menos voluble que en la crisis de hace algo más de una década”. Aunque el descenso de los flujos de capital haya sido de mayor calado -pero de menor duración- durante la Gran Pandemia que en la turbulencia de los mercados internacionales de 2008. Los avances regulatorios de entonces han reducido el grado de exposición de los sistemas bancarios, que han vuelto a ser trascendentales para mantener el grifo crediticio abierto.   

Sin embargo, y en apoyo a su tesis de nuevos cambios normativos, estos organismos convienen en señalar que los flujos de capital se han adentrado en una “nueva geografía”. Con un número creciente de multinacionales operando en centros offshore y utilizando cauces de intercambios de inversiones transfronterizos, que demandan mayores instrumentos de vigilancia y control y justifiquen los “esfuerzos monetarios” de los bancos centrales para contener las consecuencias de la recesión global y la incertidumbre sanitaria en los mercados. Porque las políticas de bajos tipos de interés también presentan factores de riesgo. Sobre los bancos con dimensión mundial y sobre los inversores, preferentemente de los mercados emergentes, pero también de naciones industrializadas. En este sentido, apuntan a otro mecanismo efectivo: armar una solución sobre la desmesurada deuda corporativa y soberana y recetas para frenar la apreciación de los precios inmobiliarios, que reciben gran parte de los flujos de capital; especialmente, en alguna de las grandes capitales europeas, estadounidenses, canadienses o asiáticas. “Existen evidencias más que sobradas de que ciertos instrumentos de supervisión pueden amortiguar estos factores de riesgo”, explica De Crescenzio, porque “estos mecanismos de ámbito micro pueden propiciar efectos balsámicos complementarios a la política de prudencia macroeconómica que debería enfocarse para el fortalecimiento de la estabilidad financiera internacional”. Son como alertas tempranas o una especie de escudo de primera instancia para diluir los riesgos asociados a los actuales flujos de capital, marcados por la alta volatilidad. Entre otros, la ausencia de regulación a los intermediarios financieros no bancarios. Las iniciativas multilaterales son los vehículos más idóneos para impulsar estas acciones concertadas que reordenen las normas del mercado. 

Las Inversiones Extranjeras Directas (FDI, según sus siglas en inglés) retrocedieron en el primer semestre de 2020 un 49%, según el monitor estadístico de la Unctad, la agencia de la ONU para el Comercio y el Desarrollo, la institución autorizada para medir los flujos de capital. “Una caída más drástica de la esperada”, aseguran sus expertos, “muy particularmente en las potencias de rentas altas” y, más en concreto, “por la cancelación de proyectos de inversión de sus emporios multinacionales”. A juicio de la Unctad, “la tormenta que ha asolado a la FDI en los mercados emergentes ha sido más tenue” entre enero y junio, aunque, sin embargo, “el panorama para la segunda mitad del pasado ejercicio” -aún sin cuantificar- “mantiene nubarrones amenazantes y altas expectativas de incertidumbre global”. James Zhan, su director de Inversión y Empresas, matiza que en el área industrializada el descenso fue del 75% comparado con el mismo periodo de 2019, hasta superar los 98.000 millones de dólares. Especialmente, en Europa y, por encima de todas, las economías holandesa y suiza. Los flujos de FDI a Norteamérica se contrajeron un 56%, hasta los 68.000 millones de dólares. Mientras en el bloque emergente se perdió el 16% del capital alcanzado en la primera mitad de 2019, una contención mejor de los previsto por el consenso del mercado, por la “notable resistencia inversora de China”, que se trasladó al resto del continente asiático, que apenas vio menguar los flujos de capital en un 12%, frente al 28% de los países africanos y al 25% de Latinoamérica.  

El informe también revela que el valor de los procesos de fusiones y adquisiciones (Mergers & Acquisitions) alcanzó los 319.000 millones de dólares en los tres primeros trimestres de 2020, con un retroceso del 21% del valor en las potencias industrializadas respecto al mismo periodo de 2019. Estos mercados totalizan el 80% de las transacciones globales. El sector que ha dirigido estas operaciones ha sido el digital. El estudio también constata la predilección por los proyectos verdes que, en los ocho primeros meses del pasado ejercicio, durante la fase más perjudicial de la Gran Pandemia, alcanzaron los 358.000 millones de dólares. Un retroceso modesto, del 17%, en las economías de rentas altas, si se compara con la caída del 49% del espacio emergente. El número de acuerdos de project finances de inversión transfronteriza descendieron un 25%, que se agudizó en el tercer trimestre, lo que sugiere que su pérdida de vigor continuó en el último tramo del año. Las perspectivas para el conjunto de 2020 de la Unctad hablan de una pérdida de entre el 30% al 40% de los flujos de FDI en el mundo.