Porque, para Díez, “este verano se ha caracterizado por una situación de calma tensa en la economía y en los mercados financieros internacionales, a la espera de la evolución de los factores de riesgo y su incidencia en un ciclo de actividad que empieza a dar señales de agotamiento”.
La duda es si el debilitamiento del crecimiento que ya se percibe a finales de este tercer trimestre puede terminar en recesión. De momento, “la mayor fuente de preocupación es Europa, donde el crecimiento ha evolucionado de más a menos durante los meses de verano y se aproxima al estancamiento”, aunque también por la coyuntura americana y china sujetas a un grado nada despreciable de incertidumbre; en el primer caso, por el “dolor” que está infringiendo la Fed y, en el segundo, por la continuación de la política de Covid-cero y por sus problemas en el sector inmobiliario.
En la eurozona, el reciente repunte de los contratos de futuros del gas y que anticipan un cierre prolongado del suministro procedente de Rusia, unida a la sensación de que el BCE acelerará la subida de tipos hasta alcanzar rápidamente la zona neutral, “están cambiando las hipótesis de partida de los escenarios económicos”. En un contexto en el que los principales bancos centrales tienen ante sí el desafío de calibrar la dosis de endurecimiento monetario necesaria para reducir la inflación en economías que ya están en plena fase de desaceleración. “Es relativamente fácil enfriar una economía recalentada con inflación de demanda, pero no tanto dominar una inercia alcista de precios causada en buena parte por problemas en la oferta, cuando la actividad pierde fuelle a marchas forzadas”, aclara. De ahí que hable del final de una larga etapa de liquidez sin coste junto a otra pródiga en materias primas, agua y tecnología; señales de lo que el presidente frenacés -enfatiza Díez- denominaba este verano como “el fin de la abundancia”. Sea o no una visión excesivamente pesimista, refleja los momentos de cambio a los que nos enfrentamos y la necesidad de adaptarnos a los mismos.
Oriol Aspachs, director de Economía Española de CaixaBank, incide en que “todo apunta a que en los próximos meses tendremos unos precios energéticos sustancialmente superiores a los pronosticados antes de irnos de vacaciones, lo que mermará el proceso de recuperación de la economía española”. A su juicio, ya hay indicios de la pérdida de fuelle de la actividad española. Por un lado, por los indicadores de actividad PMI, tanto el de servicios como el manufacturero, que presentan una clara tendencia descendente y próxima a niveles que apuntan a una caída de la actividad, lo que contribuye a un notable retroceso de los índices de confianza que resultan especialmente acusados en la industria. Pero, por otro, también en el consumo de los hogares, principal pilar de la economía, ya que supone alrededor del 55% del PIB.
El monitor de consumo en tiempo real de CaixaBank, que sigue la evolución del gasto realizado con las tarjetas de CaixaBank y el que se lleva a cabo en los terminales CaixaBank en comercios, apunta en la misma dirección y anticipa que esta tendencia se ha mantenido durante el mes de agosto, avanza Aspachs, para quien, “las perspectivas no son alentadoras”, dado que la elevada magnitud y persistencia del shock de la energía ha hecho que el aumento de los precios ya sea generalizado y que el 80% de los bienes presente un aumento de su precio superior al 2%, y otra tercera parte se eleve por encima del 10%.