Esta medida persigue reducir los ingresos energéticos de Moscú y reforzar la seguridad energética europea.

El anuncio llega en un momento en el que la presión geopolítica y el impacto económico de la guerra en Ucrania siguen condicionando la agenda europea. Aunque las importaciones de gas ruso han caído de manera drástica desde 2022, todavía persisten vínculos comerciales que el bloque pretende eliminar por completo.

El acuerdo sitúa el año 2026 como punto final para la llegada de gas natural licuado ruso y abre la puerta a una transformación estructural del sistema energético europeo.

¿Qué implica realmente el acuerdo europeo?

El pacto establece un recorte progresivo y jurídicamente vinculante de las importaciones tanto de GNL como de gas por gasoducto procedente de Rusia.

Si se cumplen los plazos fijados, el suministro de gas natural licuado quedará totalmente prohibido a finales de 2026, mientras que el gas transportado por tubería tendrá su fecha límite en otoño de 2027.

La medida pretende cerrar la última vía significativa de ingresos energéticos que Rusia mantiene abierta con Europa desde el inicio del conflicto en Ucrania.

El avance es notable si se considera el punto de partida. Antes de febrero de 2022, Rusia proporcionaba aproximadamente el 45% del gas total consumido en la Unión Europea.

Aunque estas cifras se han desplomado y en octubre su cuota apenas representaba el 12%, persistía una dependencia relevante en forma de GNL. La UE continuaba siendo, de hecho, el principal cliente del GNL ruso, lo que mantenía a Moscú conectado a una fuente de ingresos esencial para su economía.

¿Por qué ha tardado tanto la UE en cerrar el pacto?

La discusión se ha prolongado por motivos económicos y estratégicos. El gas ruso, incluso cuando llega en forma licuada, ofrece un precio más competitivo que el suministrado por Estados Unidos debido a la proximidad geográfica y a la infraestructura existente.

Esta diferencia de coste ha frenado a varios países que temían un incremento adicional en la factura energética, especialmente en un momento en el que numerosas industrias europeas alertan del impacto de los precios altos en su competitividad internacional.

Pese a esta preocupación, la Comisión Europea y varios Estados miembros presionaron para avanzar hacia una ruptura total. Bruselas ya había dado un primer paso a principios de año, cuando prohibió el uso de puertos europeos para el trasbordo de GNL ruso destinado a países terceros.

Aun así, la medida resultaba insuficiente para reducir de forma significativa los ingresos del Kremlin, por lo que se reabrió el debate sobre restricciones completas. Finalmente, el acuerdo se cerró esta semana tras recibir garantías que permitieron sumar a los países más reticentes.

Los posibles efectos en el mercado europeo

La prohibición acelerará la necesidad de reforzar rutas alternativas y aumentar la capacidad de almacenamiento y regasificación. En los dos últimos años, la UE ha multiplicado sus acuerdos con proveedores como Estados Unidos, Noruega, Argelia y Catar, aunque la diversificación todavía requiere inversiones importantes.

El plan energético europeo también contempla aumentar la producción renovable y mejorar la eficiencia energética para reducir la demanda de combustibles fósiles.

Los analistas señalan que, aunque la eliminación del gas ruso supone un avance en autonomía estratégica, también puede generar tensiones puntuales en el mercado.

La volatilidad de los precios fue especialmente visible en 2022 y 2023, cuando los Estados miembros compitieron por cargamentos de GNL en un mercado global reducido. No obstante, las previsiones indican que la entrada de nuevos proyectos de exportación en Norteamérica y África podría estabilizar los precios a medio plazo.

La estrategia de Rusia

La caída de las exportaciones energéticas hacia Europa ha obligado a Moscú a redirigir volúmenes hacia Asia, especialmente China, aunque con un margen más limitado del que mantenía con el mercado europeo.

Eso sí, los ingresos obtenidos por estas ventas no compensan las pérdidas derivadas de la ruptura con la UE, que durante décadas fue su principal cliente.

El veto europeo a partir de 2026 refuerza esta transformación forzada del mapa energético global, reduciendo la capacidad de Rusia para utilizar la energía como herramienta de influencia política.