
Pero resulta que sí soy de los que se preocupan por el futuro, no lo fío todo a la vivienda en propiedad (que pude comprar) o a la pensión pública, a la que llevo cotizando 34 años y de la que no paro de escuchar que no voy a recibir nada. Así que cuando tenía trentaytantos, en 1998, suscribí un plan de pensiones. Lo abrí casi por casualidad: el gerente del banco, un tío muy majo, pelirrojo; muy del Atleti, con el que me llevaba genial aunque le perdí la pista tras una fusión, me ofreció un DVD y un set de 40 películas si suscribía un plan de pensiones y lo mantenía un año. Es decir: inicié mi previsión porque me ofrecieron un regalo. Al menos, no eran cacerolas, como hacía el banco rival, tenía algo más de glamour. Me dejé tentar y entré: no tenía DVD y me apetecía hacerme con uno “gratis”, palabra cuyo significado comprendí años más tarde. Para mi relativa sorpresa, la cosa salió bien al principio: pillé la última subida de la bolsa de finales de los 90 y se revalorizó un 40%.
Después vinieron curvas: la caída de las puntocom, el desplome de Lehman Brothers… llegué a ver mi saldo en rojo con pérdidas del 40%.., y eso que lo había cambiado de renta variable a uno de retorno absoluto. Madre mía con la volatilidad controlada… Pero, no sé por qué, nunca cancelé mis 5.000 pesetas mensuales, luego convertidas en 50 euros. Más adelante, ya en la década pasada, decidí subir las aportaciones a 200. Me daban como una cierta tranquilidad y confianza; me hacían sentir previsor.
El vía crucis, sin embargo, no terminó nunca: cuando los mercados recuperaron, el Gobierno de turno cambiaba cada dos por tres las reglas, retocando los límites de las aportaciones para desgravar, por ejemplo ¿Pero qué demonios de interés tienen en marearnos así? Cada año, mi gestor avisándome de los cambios, que ya había leído en el Expansión. Y yo diciendo que no quiero el plan para bajar la declaración de la renta, si lo que busco sólo es un lugar donde poner dinerito cada mes para que trabaje y no pueda tocarlo.
Por cierto, recuerdo el ministro Guindos les puso límite a las comisiones… No sé si era buena idea, aunque sí notaba siempre que cuando caía la bolsa, el plan lo hacía rápido, y cuando subía, lo hacía más despacio. “Es el peso de las comisiones”; me decía David, un amigo que trabajaba en una aseguradora.
En fin, que uno seguía con fe, pensando en el largo plazo, y me encuentro en 2020 que me llama la gestora; porque dejé los bancos y me pasé a gestora independiente, presuntamente mejor: “oye, que dejes de aportar los 200 al mes, que lo ha prohibido el gobierno” “¿En serio”. “Sí, pero da igual, el plan es un clon de un fondo, así que cambia la aportación a ese mismo fondo y listos”.
De nuevo, un mareo atorrante: ¿por qué me tienen que cambiar las reglas del juego casi cada mes en un producto de largo plazo? ¿Podrían dejarme un poco en paz, encima que llevaba unos años buenos de bolsa?
En fin, ahora, que no está tan lejos la fecha de jubilación a mis casi 60 años, me he puesto a hacer cálculos, y es que me llevan los demonios, porque me encuentro que de los 119.000 de saldo actual, me quedo tiritando si liquidara.
Aporté algo más de 40.000 euros y después de tantos altibajos, los distintos planes por los que me moví me han dado 79.000 de plusvalías, un 66% del total. Ole, bien por mí, casi 30 años traca traca de aportaciones, pero al final, uno ve sus frutos.
De esos 79.000 ya me quitan un 21% de plusvalías: casi 17.000. En fin, es el peaje del éxito, qué se le va a hacer, aunque mi dinero ha estado trabajando también por la economía del país. Bueno, aun quedan casi 100.000. Nada mal, tampoco.
Peeeeero ya me dicen que como en su día, esas aportaciones me redujeron la base del IRPF; tengo que devolver el ahorro fiscal acumulado: 12.000 de golpe, porque mi marginal y mi no se qué es del trentaypico por ciento. Buf: vamos por 90.000.
Pero es que me dicen que eso TAMPOCO es mío: tributa como rendimiento del trabajo, porque lo consideran un sueldo que me pago a mí mismo (de mis anteriores sueldos).
Así que me quedan netos 75.000, es decir, el 63% de esos 119.000. El estado se lleva casi el 40% ya no de mi trabajo, sino de mí ahorro.
Tributo por las plusvalías, me llegan como un boomerang todas las desgravaciones pasadas a tocateja y me penalizan entonces por mis ingresos, que no son ingresos: es ahorro.
Se te queda cara de xxxx, (quito la palabrota, porque Manuel no quiere groserías en Estrategias de Inversión).
Sí, me queda la opción de ir cobrándolo poco a poco, así al menos recargo menos mi IRPF, pero de nuevo pregunto: ¿por qué demonios no puedo hacer lo que quiera con mi dinero, trabajado y ahorrado con mi esfuerzo.
Esto es el cuento de la cigarra y la hormiga, pero al revés: gana la cigarra”

