¿Resiste este "efecto mayo" el escrutinio empírico? Desde Erste AM han echado un vistazo al pasado reciente desde la perspectiva de un inversor en euros para comprobar qué hay de verdad en este famoso dicho.

Efecto mayo – rendimientos comparativos
Consideramos dos inversores en euros (o antes de 1999, inversores en marcos alemanes) que invirtieron 100 euros en renta variable mundial en enero de 1971. Mientras que el inversor 1 (INV1) sigue una estrategia de comprar y mantener, el inversor 2 (INV2) siempre habría vendido su cartera de acciones en mayo y la habría vuelto a comprar en septiembre. Si se cumple el adagio bursátil de "vender en mayo", podemos esperar que INV2 haya salido ganando.

Sin embargo, ocurre lo contrario. Nuestro ficticio INV1 habría aumentado su cartera hasta unos respetables 8.675 euros a finales de abril de 2021, mientras que INV2 sólo tendría acciones por valor de 5.285 euros. En términos de rendimientos, la diferencia parece menos dramática a primera vista, pero dado el efecto compuesto esto no es lo que cuenta. INV1 obtuvo un rendimiento anual del 9,3%, mientras que INV2 generó un rendimiento anual del 8,2% (o, sobre una base mensual, del 0,83% para INV1 y del 0,73% para INV2, por término medio). Este sencillo modelo sugiere que hay que rechazar la validez del famoso dicho bursátil.

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El efecto de mayo desde el punto de vista del riesgo
Por supuesto, se podría argumentar que INV2 podría haber asumido menos riesgo en sus inversiones al evitar los meses posiblemente volátiles de mayo a agosto. A primera vista, esta sugerencia puede estar justificada. Mientras que la volatilidad anual de INV1 fue del 14,8%, la cartera de INV2 sólo estuvo sujeta al 12,7%.

Pero, ¿qué pasa con el riesgo relativo? ¿Cuál de los dos inversores obtuvo una mayor recompensa por unidad de riesgo asumida a lo largo del tiempo? Esta pregunta puede contestarse observando el ratio de Sharpe, que permite comparar el rendimiento histórico de las inversiones teniendo en cuenta el riesgo. Y vemos que con un ratio de Sharpe de 0,37x, INV1 ha vuelto a superar a INV2 (0,34x). Por lo tanto, podemos afirmar que el riesgo asumido por los dos inversores ha supuesto una mayor recompensa para la estrategia de comprar y mantener, que para la estrategia que apuesta por evitar el efecto mayo.

El efecto Mayo a lo largo del tiempo
Una vez comprobado que no ha habido un efecto mayo agregado en los últimos 50 años, ahora vamos a examinar más detenidamente los subperíodos. Al fin y al cabo, es posible que haya habido un efecto mayo en el pasado, pero que entretanto se haya disipado. También es posible que el efecto mayo exista, pero que se haya diluido en el análisis a largo plazo por algunos valores atípicos positivos.

Para llegar al fondo de esta cuestión, segmentamos el periodo de observación en periodos de diez años cada uno. Como sugiere la tabla siguiente, el famoso dicho “vende en mayo y  vuelve en septiembre” era efectivamente válido en los años 1970 y 2000. En esas décadas, la cartera de INV2 superó a la de INV1. Fueron tiempos difíciles para las inversiones en renta variable en general; los años 70 estuvieron dominados por las crisis del petróleo y las crisis económicas, mientras que en la primera década del nuevo milenio, al estallido de la burbuja tecnológica le siguió la crisis financiera.

En este entorno, los inversores pudieron obtener mayores rendimientos anuales (años 70: 0,73%; años 2000: 0,69%) evitando los meses de mayo a agosto. En las otras tres décadas del periodo de observación (véase el cuadro siguiente), la estrategia de mantenimiento habría sido preferible.

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Una mirada detallada mes a mes
A continuación, analicemos detalladamente cada uno de los meses del año. Como ilustra el siguiente gráfico, el rendimiento medio a lo largo de los años en el mes de agosto es efectivamente negativo, pero sólo marginalmente. Aunque mayo y junio tienden aportar un rendimiento inferior, al menos son positivos. En cambio, julio supera la media de todos los meses. Esto explica por qué INV2 quedó en segundo lugar: como no invierte de mayo a agosto, se pierde tres meses de rendimiento positivo por término medio. Sólo haber evitado el mes de agosto ha tenido un efecto ligeramente positivo en su rendimiento en los últimos 50 años.

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El efecto mayo: una experiencia subjetiva
Sin embargo, hay una prevalencia de meses negativos por encima de la media durante el final de la primavera y el verano; esto es particularmente cierto para junio, que ha sido negativo la mitad de las veces en las últimas 50 observaciones. Los meses de mayo, julio y agosto también presentan porcentajes de rentabilidad mensual negativa superiores a la media en relación con la mayoría de los demás meses del año.

Mientras que históricamente, una media del 37,6% de los meses ha dado lugar a tasas de rentabilidad negativas para el inversor, ese porcentaje aumenta hasta superar el 40% en los meses afectados por el efecto mayo. Esto significa que el dicho bursátil puede ser el resultado de una experiencia subjetiva. En términos de cifras absolutas, estos meses arrojan un rendimiento negativo una cantidad de veces superior a la media, pero los años positivos los compensan con creces.

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Las tendencias negativas se agruparían en torno al periodo de mayo a agosto. En general, hemos observado 19 periodos de más de cuatro meses de caída de los precios de las acciones en los últimos 50 años de forma continua. Cuatro de ellos (es decir, el 21%) se produjeron durante dicho periodo. En otras seis correcciones (32%), se produjeron al menos tres de los meses respectivos (1 vez de abril a julio, 5 veces de junio a agosto).

Esto significa que, en conjunto, alrededor del 53% de estas fases de tendencia negativa se produjeron (en gran medida) durante los meses de verano, otra razón por la que este dicho bursátil puede haberse cumplido. Pero no debemos olvidar que los profundos periodos de debilidad ocurren sólo en muy raras ocasiones, y constituyen únicamente un 3% de todas las observaciones cuatrimestrales sucesivas de los últimos 50 años.

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Septiembre débil
El conjunto de los datos disponibles no aconseja volver al mercado en septiembre, al contrario de lo que dice el refrán. De hecho, si un inversor se quisiera alejar de un mes, septiembre sería el indicado. Junto con agosto, septiembre es el único mes negativo de media, y de forma significativa (-0,53%) en los últimos 50 años.

Con un 42%, el número de observaciones de rentabilidad negativa en septiembre también está por encima de la media. Además, el mes de septiembre estuvo implicado en el 37% de todas las fases de tendencia negativa (es decir, cuatro meses negativos seguidos).

Por lo tanto, añadimos ahora a nuestro modelo un tercer inversor (INV3), que invierte en renta variable mundial durante todo el periodo de observación, pero que siempre vende su cartera de acciones el 31 de agosto y vuelve a invertir el 30 de septiembre. Resulta que INV3, con un 9,97% anual, supera a la estrategia de compra y mantenimiento de INV1 (9,27%), y además con una volatilidad menor (14% frente a 14,8%). Esto también genera un mejor ratio Sharpe en relación con la estrategia de comprar y mantener, 0,43x frente a 0,36x.

Por supuesto, todo esto son reflexiones teóricas, ya que en la vida real, la mejora de la rentabilidad alcanzada al evitar el mes de septiembre no suele ser suficiente para compensar los costes de transacción y crear así un valor añadido.

Conclusión Erste AM
Hay que rechazar la hipótesis (es decir, el viejo adagio bursátil) según la cual vale la pena abstenerse del mercado total o parcialmente desde mayo hasta finales de agosto por motivos empíricos. Aunque algunos de estos meses están asociados a tasas de rendimiento inferiores a la media y a un número de rendimientos negativos superior a la media en un análisis plurianual, el rendimiento durante los meses de verano en los últimos 50 años ha sido positivo, lo que significa que también ha contribuido positivamente al rendimiento global.