En casos como la caída de Lehman Brothers o la crisis del euro, las autoridades afirmaron no tener ni la menor idea de lo qué iba a suceder.
Probablemente sea cierto que si estas personas al mando hubieran sabido que dichos acontecimientos iban a suceder, habrían tomado medidas preventivas. Sin embargo, la falta de certidumbre casi nunca equivale a una total ignorancia.

Lo que impidió a los gobiernos tomar medidas preventivas no fue tanto una falta de advertencias sino una negación de la probabilidad de que puedan tener lugar sucesos extremos. Los gobernantes simplemente no podían concebir que el sistema financiero se colapsara por la caída de Lehman Brothers o que Grecia tuviera que pedir un rescate. Estos acontecimientos no se consideraban sucesos de baja probabilidad, sino que directamente no fueron contemplados. La crisis de deuda fue un acontecimiento único pero no llegó sin avisar
. Había indicadores macroeconómicos que ya adelantaban que los estados de la periferia europea iban a tener problemas a la hora de obtener ingresos con los que repagar la ingente cantidad de deuda que habían contraído. A su vez, numerosos expertos alzaron la voz de alarma ante la inminente crisis que se avecinaba.

La negación de una crisis se convierte en ideología y provoca que muchas de las advertencias que se van produciendo no encuentren eco. Los políticos no lo denunciaron ya que el crecimiento económico garantiza un gran número de votos; a las empresas no les interesaba denunciarlo porque al estar en su mayoría muy endeudadas tendrían problemas para refinanciar su deuda; los ciudadanos porque cuando su vivienda está subiendo un 20% o un 30% a nadie que lo posea o negocie con él le gusta que le digan que dicha riqueza es ilusoria y e irreal.

La causa de la crisis no fue este inmovilismo sino una política monetaria errónea a ambos lados del Atlántico. La crisis actual tuvo su origen en un mantenimiento prologongado y artificial de bajos tipos de interés. La intervención de la Fed y del BCE en su intento de evitar recesiones mediante bajos tipos de interés es quien quiebra los mercados y los condena a una burbuja y un pinchazo continuos. Este establecimiento de tipos de interés por debajo del tipo de mercado provoca que el capital fluya, no hacia la inversión productiva, a la industria o la innovación, sino hacia la inversión especulativa y el sistema financiero provocando una inflación en el precio de los activos. Los bajos tipos de interés y la incapacidad de los países de ofrecer salarios decentes a su clase media provocan un endeudamiento excesivo que conduce a una inflación en todo tipo de activos, desde los mercados de valores al mercado inmobiliario.

Nos encontramos en una economía totalmente dependiente de los estímulos monetarios. Las enormes sumas financieras y monetarias inyectadas en la economía por los Bancos Centrales están provocando un aumento masivo de la masa monetaria, muy superior a la contrapartida posible en PIB. En cuanto la velocidad del dinero se recupere, esto es, cuando el crédito comience a circular, viviremos un periodo de inflación importante. Esta inflación va a ayudar a reducir las deudas acumuladas por familias,empresas y Estados, pero a la larga producirá una estanflación ante la ausencia de crecimiento debido al largo periodo que se va a necesitar para desapalancar la economía.

Por tanto, para evitar crisis futuras deben de cambiarse, al menos, dos factores fundamentales: Por una parte, el mecanismo de fijación de los tipos de interés y, por otra, el modelo de incentivos profesionales. Los tipos de interés deben ser marcados por el mercado en cada momento ayudando de esta manera que el capital fluya hacia la inversión productiva. Para que esto ocurra tiene que haber ahorro ya que, aunque es una obviedad, para poder invertir es requisito fundamental ahorrar. Debemos cambiar los incentivos ya que también contribuyen a hacer quebrar los mercados al incentivar a los actores económicos a tomar excesivos riesgos al estar sus salarios vinculados con los resultados obtenidos a corto plazo y no en el largo plazo. Estas medidas deben tomarse aunque quizá sea ya demasiado tarde para evitar la próxima burbuja.