Si comparamos la mayoría de las opiniones de comienzos de año con la situación actual, las expectativas de crecimiento para 2015 se han reducido considerablemente, mientras que en las economías avanzadas la inflación ha sido mucho menor de lo previsto –y todo ello pese a las inesperadas medidas de estímulo de algunos bancos centrales (Zona Euro y China) y a que otros han mantenido bajos los tipos de interés durante más tiempo del anticipado (EE. UU. Y Reino Unido)–. Por otra parte, algunos de los acontecimientos que han dado forma a la economía mundial en 2015, y que seguirán ejerciendo su influencia en los próximos años, no habían sido detectados por la mayoría de los economistas a comienzo de año
, incluido el marcado descenso de los precios de los productos básicos y la migración a gran escala desde Siria, Afganistán y otros países hacia Europa.

No se trata de un fenómeno nuevo, probablemente la reputación de los economistas para predecir el futuro se sitúa al mismo nivel que la de los hombres del tiempo o los adivinos. No obstante, al igual que sucede con estas otras profesiones, los servicios de los economistas tienen demanda –empresas que elaboran planes estratégicos, bancos centrales que tratan de alcanzar objetivos de inflación concretos e inversores en busca de oportunidades–. Así pues, ¿por qué fallamos tanto  al predecir lo que va a suceder? Y, ya que reconocer un problema constituye  el primer paso para solucionarlo, ¿a qué predicciones para 2016 nos lleva ser conscientes de nuestras propias carencias?

Los errores en las previsiones son inevitables en un contexto de incertidumbre. Las predicciones pueden verse afectadas de soslayo –o al alza, o a la baja– debido a acontecimientos que, pese a ser familiares, no pueden predecirse con antelación, como las variaciones en la oferta de petróleo, las fluctuaciones  que experimentan las cosechas o las sorpresas políticas. Las proyecciones también pueden ir mal a consecuencia de errores técnicos, como modelos de pronósticos que excluyen variables que resultan influir en gran medida en el comportamiento económico. Esperamos aprender de estos errores con el tiempo y mejorar la exactitud de las previsiones –como lo hicieron los meteorólogos británicos tras las tormentas de octubre de 1987 (que no supieron prever). Otras fuentes de error en los pronósticos son más difíciles de abordar, porque por definición son más complicadas de asimilar. Entre estas se incluyen los «cisnes negros» de Nassim Nicholas Taleb –acontecimientos sin precedentes que tienen lugar– y rupturas estructurales en relaciones que anteriormente eran tratadas como constantes, como es el caso de las tasas de desempleo y la inflación salarial.

Pero dado que los economistas no son la única profesión que falla en sus predicciones, ¿podrían existir patrones de conducta comunes tras las áridas explicaciones técnicas? Una posibilidad es que confiemos excesivamente en nuestra propia capacidad de predicción. Como ha señalado Ben Broadbent, miembro  del Comité de Política Monetaria británico, según han podido demostrar varios experimentos, cuando las personas afirman estar seguras «al 100%» de algo, en promedio resultan estar en lo cierto tan solo en el 70-80% de los casos. Otra  es la tendencia  de exagerar a posteriori la probabilidad que habíamos otorgado a que se produjeran determinados acontecimientos que sí tuvieron lugar y a subestimar la que otorgamos a los que no. Se trata de una variante del fenómeno del «reloj estropeado»: hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces al día. Y el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha señalado que los economistas  –pese a aplicar la atroz ciencia– suelen ser excesivamente optimistas con respecto al futuro, lo que los llevó a predecir de forma sistemática y exagerada las tasas de crecimiento para el período 1990-2007. Según el FMI, esta característica podría ser un reflejo de la selección natural: existimos en contra de todo pronóstico, así que celebrémoslo.

Si sabemos qué hacemos y por qué lo hacemos, sin duda el paso siguiente consiste en corregir nuestras desviaciones, o al menos intentar hacerlo. De hecho, los economistas tras la crisis económica mundial han mejorado precisamente en prestar atención no sólo a las previsiones fundamentales, sino también a los riesgos que las rodean. Empresas, bancos centrales e inversores pueden verificar cómo se comportan  los negocios, las políticas y las estrategias de inversión en escenarios que van más allá de la base de referencia. Y puesto que, según los estudios, algunas profesiones son más realistas que otras respecto a sus capacidades de predicción –parece ser que los meteorólogos aciertan más que los médicos–, también podría contribuir a mejorar los resultados el poder contar con comentarios regulares de los usuarios sobre la exactitud de las previsiones y los escenarios.

Así que, teniendo presentes estos factores, ¿qué sucederá en la economía mundial en 2016? En primer lugar, ocho años después de la crisis financiera, es probable que los bancos centrales sigan pensando que el riesgo de quedarse cortos es mayor  que el riesgo de pasarse. Dado este contexto, los tipos de interés se mantendrán en niveles excepcionalmente bajos y es posible que se introduzcan nuevas medidas de estímulo. En segundo lugar, pese a que es poco probable  que se produzca una guerra de divisas directa –ya que en última instancia afectaría  a todos–, otra cosa es una guerra de divisas de desgaste.

Por último, se reescribirá la historia. Con frecuencia las estimaciones de crecimiento se revisan a medida que las agencias estadísticas reciben nuevos datos y estas revisiones pueden ser cuantiosas –lo suficiente, en el caso del Reino Unido, para borrar del mapa lo que inicialmente era una recesión en W (o double dip) tras la crisis financiera mundial–. Esto es importante, ya que altera nuestros puntos de vista –y también  los de los bancos centrales– respecto a la salud de la economía mundial. Por tanto, no resulta sorprendente que las previsiones económicas sean malas en ocasiones, no es fácil  hacer conjeturas (informadas) sobre cómo se comportará la economía mundial cuando no sabes exactamente de dónde viene.
 
Lucy O’Carroll Economista jefe – Soluciones de inversión en Aberdeen Asset Management