Muchas personas recurren a la comida para controlar, de alguna manera, las emociones que les provocan desasosiego o ansiedad, como el estrés, la soledad, la tristeza o el aburrimiento, y con esos “atracones” pueden sentir un poco de confort y tranquilidad. Sin embargo, el problema que hay con este tipo de comportamiento es que, normalmente, después de comer todo lo que creíamos que nos iba a hacer sentir bien, en realidad nos sentimos peor, por lo que al sentimiento que se tenía antes de recurrir a la comida hay que sumar el de la culpa por haber comido.
El hambre emocional o el comer emocional es utilizar la comida para sentirse mejor, es decir, satisfacer las necesidades emocionales a través de la comida. Elena de la Fuente, especialista en Nutrición y Dietética del Hospital Quirónsalud San José, explica que “las elecciones alimentarias, tanto la cantidad como la calidad, pueden verse afectadas por el estado emocional y viceversa. En nuestra sociedad actual muchas personas, a veces de manera inconsciente, utilizan la comida para evadirse de las emociones negativas; esto es lo que se conoce como hambre emocional. Cuando esta conducta se convierte en un hábito, desencadena efectos negativos en la salud y se convierte en un círculo vicioso que no es sencillo romper. El hambre emocional implica utilizar la comida para satisfacer sensaciones o emociones incómodas, como ansiedad, enfado, tristeza, rabia o aburrimiento con la finalidad de reducir ese malestar”. Lo que sí es cierto es que algunos alimentos están elaborados con determinadas sustancias que influyen a nivel cerebral y que activan determinados circuitos neuronales que producen sensación de recompensa, placer o bienestar. Por ejemplo, el chocolate contiene triptófano y feniletilamina, que producen alegría, exaltación y euforia.
Algunas de las causas más comunes de la alimentación emocional suelen ser el aburrimiento o el sentimiento de vacío. Por ejemplo, cuando se realiza una tarea repetitiva o se está aburrido se tiende a comer por distracción y para ocupar el tiempo vacío. También se recurre a la comida para evitar emociones incómodas como la ira, el miedo, la ansiedad, la depresión, la tristeza, la soledad, el resentimiento o la vergüenza.
Otra causa habitual es el estrés. Cuando el estrés es crónico, el cuerpo produce altos niveles de cortisol, la hormona del estrés; el cortisol provoca necesidad de alimentos salados, dulces y fritos que dan energía y placer. Cuanto más estrés haya en la vida, más posibilidades hay de recurrir a la comida para sentir alivio emocional. “Puede haber antecedentes familiares que sean indicativo de problemas en casa a la hora de regular las emociones en los momentos de la ingesta de alimentos. Y la peor parte, además de lo que afecta a la salud, es la sensación que queda después: culpa, irritabilidad, tristeza y toda una serie de sentimientos desagradables”, añade Elena de la Fuente. Cuando el hambre emocional se vuelve patológico y lleva a la persona a conductas disfuncionales como la ansiedad por comer, comer compulsivamente o los atracones de comida sin la necesidad de comer, es el momento de plantearse poner remedio a la situación.
Para conseguir calmar la ansiedad por atracones, lo primero que se debe hacer es acudir a un especialista para detectar el problema e ir a las causas que lo producen. El especialista, en este caso el psicólogo, dará una serie de pautas para controlar esa ansiedad cuando el cuerpo pide comer de manera compulsiva. La primera, buscar el motivo, si se han producido cambios, miedos o preocupaciones que generan angustia y provocan ansiedad y, por tanto, comer de manera compulsiva. También es aconsejable, antes de ir a por comida, pararse un minuto y pensar si realmente existe la necesidad de comer, si hay hambre de verdad y si ha pasado tiempo suficiente desde la última comida. Si comprobamos que se trata de hambre emocional, hay que buscar una distracción; salir a dar un paseo es una buena opción, ordenar los armarios o hablar con algún amigo… El caso es tener la mente ocupada para evitar la necesidad de comer compulsivamente.
Además, hay que intentar disfrutar de la comida, de los sabores, ser consciente de lo que se está comiendo e intentar sentirse bien al comer, pues “los atracones de comida pueden exponer a la persona a la obesidad, a tener problemas en sus relaciones sociales, al deterioro de la calidad de vida y la satisfacción personal, así como a sufrir ansiedad y baja autoestima”, puntualiza la experta.
Cuando se llega a este punto de ansiedad y no se puede controlar, es muy importante acudir al especialista, pedir ayuda psicológica para aprender a manejar y regular los pensamientos y las emociones que causan el problema. El mejor tratamiento será el que ofrezca un abordaje multidisciplinar con especialistas de las ciencias de la salud como nutricionistas, dietistas, endocrinos o psiquiatras, así como psicólogos, ya que cada paciente tiene unas necesidades concretas y, por lo tanto, requiere un tratamiento personalizado.