Europa puede, básicamente, optar entre dos caminos. El primero y más probable, además de infructuoso, es seguir adelante con el enfoque actual, consistente en seguir tratando sucesivamente los problemas más urgentes de forma individualizada y dejar para el futuro una solución a las causas de fondo, considerando que la crisis actual no es en realidad una crisis europea sino una suma de crisis de diferentes países europeos. Resulta difícil imaginar que esto vaya a resultar en el caso de España cuando se ha mostrado claramente ineficaz con países y economías de menor tamaño. Parece haber, de momento, una determinación general sobre la necesidad de mantener a España dentro de la Eurozona, incluso de sobreentiende que así será. Pero una cosa es defender un sistema monetario, porque se teme el coste incierto de una ruptura, y otra cosa diferente es poder afirmar que este sistema satisfaga las necesidades de los hogares y de las empresas... Una línea argumental que en breve saltará a los debates y que conduce inevitablemente a plantear preguntas acerca de la carga de la deuda y su posible reestructuración, lo que en su momento proporcionará otra buena dosis de incertidumbre y, si se sigue optando por la estrategia hasta ahora seguida, las condiciones adecuadas para que España se vea abocada a un nuevo rescate, de tipo soberano.

La segunda alternativa consiste en en cambiar la escala de las respuestas y comenzar a hablar en términos pan europeos y de una unión monetaria efectiva. Obviamente, esto último implicaría definir un acuerdo marco con su hoja de ruta, calendario y compromisos, con el fin de llegar a una verdadera unión fiscal, bancaria y económica, algo a lo que se apuntan todos los líderes cuando están delante de un micrófono pero a lo que se resisten cuando se trata de defenderlo de manera efectiva y con medidas legislativas concretas ante sus electores.
España debería reconocer su dramática situación y la necesidad de apoyo para salir de la situación actual porque de otro modo, con la economía por los suelos y una tasa de desempleo emblemática que afecta al 25% de la población activa y al 50% de los jóvenes, no hay lamentablemente ninguna esperanza de ver caer el desempleo en el futuro próximo. La última vez que algo así sucedió fue en los 90 gracias a la perspectiva de entrada en la unión monetaria, sinónimo de menores tipos de interés, la desaparición del riesgo del tipo de cambio y las políticas de convergencia con el resto de países europeos. Y hoy en lugar de eso, tenemos a una buena parte del sistema bancario en situación de insolvencia debido a su exposición la burbuja inmobiliaria. Y aunque en unas semanas conoceremos el tamaño real de los daños bancarios derivados del frenesí de la construcción, nadie se atreverá incluso entonces a aventurar que la reestructuración del sector bancario haya finalizado. Para colmo las finanzas públicas se encuentran también en un estado crítico y plantean serias dudas sobre la sostenibilidad de la deuda pública, algo impensable hace solamente unos meses y que es muestra de la situación de urgencia que los inversores, pero no los políticos, parecen alcanzar a entender. Dicho lo cual debemos concluir que la situación española seguirá deteriorándose a no ser que tras la cumbre se logre para España una gran cantidad de capital para su sistema bancario (además de las continuas inyecciones masivas de liquidez por parte del BCE), unos tipos de interés muy bajos para la deuda y un apoyo masivo a la actividad económica. Todo lo cual requeriría un gran acuerdo para aumentar el tamaño de la intervención y los mecanismos de asistencia (lo que implica la participación directa o indirecta del Banco Central Europeo), y adoptar sin dobleces las recomendaciones asociadas a dicho acuerdo.

Es cierto que temas como la posibilidad de ver a España fuera de la Eurozona, o de que España reestructure su deuda soberana y la bancaria, no están en la agenda de la cumbre. Pero son temas que no pueden ser totalmente ignorados durante mucho más tiempo. En cualquier caso no todo son malas noticias y los españoles, al igual que los italianos, portugueses y griegos todavía podemos agarrarnos a la esperanza de marcar algún gol a Alemania, aunque sea en la Eurocopa.