Madoff, participaciones preferentes, hipotecas multidivisas….pero también cuotas participativas o depósitos. Son sólo algunos de los ejemplos en los que se refleja el “exceso” que ha cometido la banca para con los usuarios. En muchas ocasiones gente que confió en su sucursal de confianza para contratar productos que muchas veces no estaban a su alcance, por el perfil de riesgo requerido. ¿Y ahora? Son los propios usuarios los que soportan las consecuencias de este tipo de productos, en la mayoría de los casos que buscan el beneficio propio de las entidades. Hace un par de semanas la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) advertía sobre la investigación a cuatro entidades por la venta irregular de preferentes. El “incumplimiento concreto de la normativa que regula su venta a pequeños inversores” estaría detrás de este examen. El organismo cifra en 700.000 los suscriptores de estos valores. Víctor Alvargonzález, consejero delegado de Profim EAFI
reconoce que “sólo hay que ver que el 90% de esta colocación está en manos de particulares cuando es un producto que es muy para el inversor institucional”. Una opinión con la que coincide Beltrán G. de Zaya, abogado del Bufete CMS pues “este es un producto lo suficientemente complejo y con un riesgo tal, que debería estar orientado o dirigido tan solo a inversores cualificados”.


Y es que los excesos, han sido muchos. J.C.  -periodista de perfil conservador que nunca había comprado nada a crédito en su vida y que tenía sus ahorros invertidos en depósitos y fondos de renta fija y mixta- reconoce que en una operación a puerta fría “Caja Madrid Bolsa contactó conmigo para ofrecerme un sistema de inversión con el que entonces (2007) la entidad me aseguraba una rentabilidad cierta”. En concreto, un retorno de entre el 25-30% anual. La operación consistía en que la entidad prestaba dinero, en su caso 600.000 euros, “sin prestar garantías y para invertir en bolsa a través del bróker de la entidad”. Riesgo cero pues “ante la posibilidad de perder siempre había tiempo de retirarse”, según le explicaron. Sin embargo, le pusieron un límite de pérdidas del 50% que, según dice "no cumplieron pues cuando BBVA estaba a 23 euros me dijeron que llegaría a 30 y hoy vale menos de 6 euros”. La famosa letra pequeña le decía que tenía que transferir todos sus fondos a una cuenta de la entidad. “Era el aval que ellos buscaban sin decírtelo claro. Me indujeron a vender fondos de renta fija y mixta por riesgo total en bolsa y cuanto ésta caía sin red, nunca me llamaron hasta que ya no había remedio”.

Ese mismo año, en 2007, surgía el boom de las hipotecas multidivisas. El gancho era fácil: ¿por qué seguir pagando intereses tan altos a los bancos si en otros países, como Japón o Suiza, tenían los tipos de interés cercanos a cero? La ecuación salía redonda: en poco menos de diez años habrías amortizado una hipoteca que, en las condiciones contratadas, tardarías en pagar el doble o incluso el triple de tiempo. El carry trade tan famoso entre especuladores se servía ahora en la ventanilla del banco. “Cambié mi hipoteca por valor de 300.000 euros a una multidivisas cuyo préstamo sólo ascendía al 50% del valor de tasación de mi vivienda en ese momento. Hoy, cinco años después, debo 310.000 euros”, reconoce C.A, pensionista de 57 años y una de las afectadas por la hipoteca multidivisas. Esta usuaria se inició en esta práctica “a través de un compañero, que se convirtió en agente financiero de la entidad”.

En el camino han quedado intervenciones del Banco Central de Suiza o del Banco de Japón y una recesión en Europa que no hace sino minar la posibilidad de fortalecimiento del euro frente al resto de divisas. Algo que no le explicaron desde su entidad “sino que simplemente se dedicaron a poner sobre mí toda la responsabilidad sobre el cambio de divisas que tenía que realizar”. Su primer contacto fue con el Franco Suizo, pasó varias veces por el Yen hasta llegar nuevamente a la divisa suiza con la que tiene la hipoteca actualmente. “Hasta el último cambio que realicé no me di cuenta de que, con cada cambio de divisa, aparte de la comisión pactada (un euro por cada mil) se llevan otra comisión que asciende a 3.000-4.000 euros (en el caso de la hipoteca de 300.000 euros), alrededor de un punto diferencial respecto a la nueva divisa”. Una comisión que no aparece estipulada en el contrato. “De esta forma, el banco siempre tiene un margen de error por cambio de divisas que yo tengo que amortizar como capital”.

Pillado
por un pagaré de Caja Madrid quedó C.M.B, trabajador ferroviario de 55 años y sin ningún conocimiento de la bolsa. En 2010 metió el dinero que le había tocado en la lotería  -50.000 euros- en una “inversión segura que rentaría cerca del 7-7,5% anual y del que podría disponer cuando quisiera”, según le informó el director de la oficina. Una inversión que a día de hoy intenta recuperar “para poder dar la entrada de un piso para mi hijo y que no hay manera que me devuelvan”. Al cabo de dos años “me doy cuenta que he firmado por una deuda perpetua con el banco, sin que ni siquiera me hayan informado de ello”. Este usuario está intentando recuperar el dinero “y me dan todo tipo de facilidades, como un crédito de 50.000 euros a un año – tiempo estimado en que me podrían devolver el dinero íntegro- sin ningún tipo de interés o incluso la posibilidad de convertir mi capital en acciones de Bankia, eso sí sólo me devolverían ahora el 80% del capital”. Ese, prosigue, no es un remedio.

Sin remedio también se quedaron los cuotapartícipes de la CAM. Presionados por toda la política financiera, las cajas de ahorro necesitaron recapitalizarse y encontraron en las cuotas participativas el filón adecuado para aceptar la entrada capital privado sin tener que convertirse en sociedad anónima. Víctor Baeta, presidente de la asociación de impositores de la CAM reconoce que los compradores de las cuotas confiaron en una caja “regional para poner sus ahorros. Una caja a la que no se iba a hacer negocios sino a depositar el dinero y, si sobraba, a tenerlo en productos muy claros y sin ningún riesgo”. Y prosigue, “es impensable que un cliente, sabiendo que las cuotas eran valores de renta variable con posibilidad de perder hasta el 100% de la inversión, adquirieran este producto”. Una inversión que fue dirigida en un 65% al inversor minorista. Y viendo la evolución de su cotización “se puede ver que la mayoría no eran clientes que supieran que estaban comprando renta variable”, reconoce Carlos Ladero, analista de estrategiasdeinversion.com.

Todos ellos reconocen en estas prácticas como una de las consecuencias de la inmunidad con la que cuentan las entidades financieras y la necesidad de buscar beneficios rápidos. J.C. reconoce que las entidades no están preparadas y “lo justo sería, para controlar los movimientos de los tiburones bursátiles, una tasa de transacción”. Por su parte, C.A.F admite que habría que dar una información “mucho más amplia, por escrito e incluso no estaría de más un pequeño curso formativo en el que se simularan varios de los supuestos que se podrían dar en tu producto”.

Poco o nada ha cambiado desde Lehman Brothers

Y aquí surge la duda ¿los bancos actuaron correctamente? Tan sólo un año después de aquel 2007 “bondadoso” con los clientes, Lehman Brothers sacudía los cimientos de la banca como consecuencia de las Subprime. Muchos clientes españoles se vieron atrapados por la venta de bonos de la entidad, un producto estructurado del que muchos desconocían el origen. Tan sólo un año después un, hasta entonces desconocido en España Bernard Maddoff puso en jaque nuevamente al sector financiero. ¿Su delito? Establecer un sistema piramidal con el que defraudó más de 65.000 millones de dólares entre miles de clientes de todo el mundo. Españoles incluidos. Desde entonces, poco o nada ha cambiado la regulación a favor del usuario minorista.

Y aquí entra en juego nuevamente el papel de la Mifid – Directiva sobre Mercados de Instrumentos financieros – pues “ahora mismo nos planteamos cómo una normativa de defensa de la clientela y creo que toda normativa sobre folletos de emisión y Mifid, mediante la clasificación de los clientes según el perfil de riesgo, es una normativa de protección de las entidades”, explica Rubén Manso, presidente de Mansolivar. Sin embargo, un folleto de 248 páginas “no defiende a un particular, que no tiene ni tiempo ni capacidad para leérselo. Si solventamos el problema sólo con una firma, estamos protegiendo a los emisores, no a la clientela”.