En la colaboración anterior comenté el resultado de una investigación (de Hastings y Mitchell), que analizó simultáneamente la correlación e impacto que existe entre el nivel de educación financiera y el nivel de paciencia de las personas, respecto de sus prácticas concretas de ahorro de largo plazo para fines patrimoniales. (
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Señalé también que el primer hallazgo importante es que, si bien existe una relación relativa entre el nivel de conocimiento financiero con la práctica de ahorro de largo plazo, este conocimiento no es de ninguna manera determinante; y que un segundo hallazgo es que el nivel de paciencia (o impaciencia) están más relacionados con la capacidad real de las personas para tomar decisiones de ahorro de largo plazo.
Este enfoque vinculado con el nivel de paciencia de las personas está correlacionado con el concepto conocido como “sesgo de presente”, que implica que las personas tienden a privilegiar la gratificación de corto plazo por sobre una gratificación futura, aun cuando ésta tenga un beneficio claramente mayor asociado al tiempo de espera: por ejemplo, con una tasa de rendimiento adecuada para un ahorro de largo plazo que premia el postergar nuestro gasto en el presente.
El resultado de esta investigación es relevante para muchos temas. Lo mismo para entender desde una perspectiva de la política pública que no basta exclusivamente con generar información si no se crean otros mecanismos que favorezcan la apropiación de ese conocimiento primero y sobre todo la creación de prácticas concretas de ahorro. Pero también desde la perspectiva personal por la importancia de reconocer que parte fundamental de que seamos capaces de construir un patrimonio de largo plazo tiene que ver con lo que hagamos como individuos.
Por supuesto podemos decir que requerimos de las entidades reguladoras y del sistema educativo una mayor información. Pero está en nosotros identificar aquellos elementos que nos ayuden a construir una mejor conducta en términos de control de la impaciencia, que se refleje de manera puntual en acciones y decisiones decisivas de largo plazo para construir el patrimonio que nos dé estabilidad a nosotros y a nuestras familias.
Pero, ¿en qué medida nuestro nivel de paciencia o la carencia de ella son resultado de una conformación genética o de personalidad? Y ¿cuál es nuestra capacidad real para modificar esa característica de nuestra conducta, de forma tal que esté alineada con nuestros mejores intereses financieros? Si partimos de la premisa de que los rasgos de personalidad no son sujetos de modificación, quienes no contamos con el rasgo de la paciencia estaríamos condenados a estar en desventaja para la planeación financiera respecto de quienes si tienen esa característica.
Pero existe investigación que apunta a que éste, como muchos otros rasgos de personalidad, es posible desarrollarlo.
Resulta en este sentido particularmente interesante el resultado de una investigación publicada con el título “Esperar para escoger incrementa la paciencia”, de los investigadores Xianchi Dai y Ayelet Fishbach de las Universidades de Hong Kong y de Chicago, que parten primero de definir la paciencia como la habilidad de las personas para postergar la gratificación y optar por beneficios mayores en el futuro.
Estos investigadores, a partir de la revisión de cinco estudios diferentes concluyen que postergar razonablemente las elecciones cuyas alternativas son diferentes en plazo, permite incrementar los niveles de paciencia de las personas al escoger entre beneficios mayores a largo plazo y las alternativas de menor beneficio para el corto plazo. Se trata así de evitar el efecto de atracción que rápidamente ejerce el corto plazo (la recompensa inmediata) sobre nuestras decisiones.
Ello se debe, de acuerdo a esta investigación, a que al incrementar el tiempo que la persona dedica a decidir le es posible valorar de una manera más racional los beneficios concretos de las opciones que tiene enfrente. Por ello, ante una situación de alternativas de corto plazo contra las de largo plazo, esta postergación nos permite ajustar nuestra elección cuando la opción de largo plazo efectivamente representa un beneficio mayor.
De forma práctica lo que esta investigación propone es que, en situaciones donde tenemos que decidir entre alternativas de corto plazo y largo plazo, un ejercicio consciente de postergar la decisión nos ayuda no solo a perfeccionar nuestro análisis, sino que contribuye a generar el nivel de paciencia necesaria para comprometernos con una elección de esperar y favorecer la ruta de acción de largo plazo que más nos conviene.
Por ello, una sana y adecuada postergación de las decisiones (evidentemente no al infinito), contribuye a que tomemos las decisiones que más nos convienen para la construcción de un patrimonio financiero de lago plazo.
El autor es politólogo, mercadólogo, especialista en economía conductual, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM y Director General de Mexicana de Becas, Fondo de Ahorro Educativo.
Síguelo en Twitter @martinezsolares