En el siglo XIX, la primera revolución fue posible gracias al carbón, que movió un nuevo invento, la máquina de vapor; al telégrafo que hizo posible la comunicación instantánea a larga distancia y al desarrollo de la red ferroviaria que comunicó el territorio a velocidades nunca vistas. Todos estos cambios se combinaron y produjeron un efecto multiplicador que modificó el paradigma socioeconómico en lo que se denominó la primera revolución industrial.

Actualmente estamos viviendo la tercera revolución industrial, impulsada por la transición hacia la energía verde, la digitalización y los vehículos autónomos. No es casualidad que los tres pilares fijados por la Unión Europea en el Plan Europeo de Recuperación, también conocido como Next Generation, sean la transición ecológica, la digitalización y la reindustrialización.

En los próximos seis años, el presupuesto de la Unión Europea se va a duplicar para hacer frente a la crisis del coronavirus. La mayor parte de este incremento corresponde al fondo Next Generation, del que a España le corresponden 140.000 millones de euros, más de la mitad a fondo perdido. El sector de la energía va a ser relevante en este plan y los expertos estiman que podría recibir más de 40.000 millones. Este presupuesto deberá destinarse a proyectos que transformen nuestra manera de generar, transportar y usar la energía, materializando la transición ecológica y avanzando hacia el Pacto Verde Europeo, entre cuyos objetivos destaca el compromiso de ser el primer continente del mundo climáticamente neutro en 2050.

En este contexto, las compañías energéticas estamos ante una oportunidad única para acelerar la transición energética y ser catalizadores de la recuperación. En Naturgy queremos ser un actor clave en esta transición hacia la energía del futuro, una energía que será 100% sostenible o, dicho en otras palabras, descarbonizada, competitiva, segura y respetuosa con el medio ambiente. Para ello, estamos trabajando en las tres líneas que marcarán el cambio de paradigma de la energía.

En primer lugar, las renovables, con enorme potencial en nuestro país. No solamente la generación de electricidad a partir del sol, el agua o el viento, sino también los gases renovables, como el biometano e hidrógeno, que serán fundamentales en la descarbonización. El biometano es un gas neutro en emisiones de CO2 e indistinguible del gas natural convencional, que puede ser transportado por las redes existentes. Se produce a partir de residuos orgánicos, como basuras domésticas, residuos agrícolas o deyecciones ganaderas. Se trata de transformar los residuos en energía, en una lógica de economía circular que, además de contribuir a los objetivos climáticos, reduce los efectos negativos sobre la biodiversidad de estos conflictivos residuos e impulsa el desarrollo rural y la fijación de empleo y población en entornos agrícolas y ganaderos, contribuyendo a revertir el fenómeno de la “España vacía”. El hidrógeno, por su parte, es el nuevo vector energético del futuro, que permitirá almacenar la energía sin necesidad de baterías y la integración de las renovables en sectores productivos, como las industrias que necesitan grandes cantidades de calor. La generación renovable se producirá en parte de manera descentralizada, en viviendas e industrias, lo que romperá el flujo “unidireccional” de la energía en las redes. Esto hará que muchos de nosotros, que hasta ahora hemos sido consumidores de energía, nos convirtamos en “prosumidores”, es decir, generaremos energía renovable, verteremos la que nos sobre a las redes y la consumiremos desde ellas cuando nuestra generación no sea suficiente. Este cambio requiere una mejora de las “carreteras de la energía” mediante inversiones para digitalizarlas y convertirlas en redes inteligentes e integradas.

En segundo lugar, es importante impulsar la rehabilitación energética de edificios, responsables de casi una tercera parte de las emisiones de CO2.en España, debido a su antigüedad. Más de la mitad de los edificios se construyeron con anterioridad a la primera normativa que introdujo criterios mínimos de eficiencia energética. Además, las inversiones en este campo potenciarán la transición justa, por la creación de empleo que conllevan en el sector de la construcción y su impacto social positivo sobre sectores vulnerables.

El tercer desafío es la movilidad sostenible, que requiere el despliegue de nueva infraestructura de recarga y suministro y de la sustitución progresiva de la flota de vehículos hacia tecnologías más sostenibles.

En conclusión, como empresa energética estamos ante una oportunidad histórica para aprovechar la recuperación post COVID y los fondos europeos para acelerar las inversiones que materialicen la transición ecológica y la responsabilidad de contribuir a que la “tercera revolución industrial” sea justa, contribuyendo al bienestar de la sociedad sin dejar a nadie atrás.