Imagina que llevas toda tu vida siendo buen inversor: gastas menos de lo que ganas, ahorras con constancia, e inviertes con buen criterio. Poco a poco, año tras año, logras formar un patrimonio de un millón de euros. Ya hemos visto en numerosos artículos que no es especialmente complejo esto. Por si acaso te parecía una cifra desorbitada…

Un millón que no te cayó del cielo. No te tocó la lotería, no hubo herencia, ni golpe de suerte. Lo construiste tú a base de disciplina. Pero cuando vas a retirar este patrimonio, aparece un socio con el que no contabas.

No hablo ya del IVA ni del IRPF ni de ningún otro impuesto. Me ciño al de las ganancias de capital. Y cuidado, porque estas ganancias ya vienen de dinero que pagó cotizaciones sociales e IRPF. Es decir, es dinero neto de impuestos. Pero para Hacienda no es tan neto… Aquí hablamos de un impuesto adicional; el que se aplica sobre el rendimiento de tu propio ahorro. Si lograste alcanzar ese millón y decides convertirlo en liquidez o realizar plusvalías, puedes acabar entregando hasta un 30% de ese esfuerzo vital. Es decir, 300.000 euros.

Sí, has leído bien: un 30%. En España. Porque, aunque parezca que estamos en Europa, en materia fiscal del ahorro nos parecemos más a un cortafuegos confiscatorio que a un puente al progreso.

Fuente: Carlos Arenas Laorga

Según datos de 2025, la presión fiscal efectiva sobre los rendimientos del ahorro en la Unión Europea es en promedio un 17,1%. Pero hay países donde ciertos tipos de ahorro están directamente exentos. Sí: 0%. Cero. Nada. En algunos casos, ni siquiera se tributa si los fondos permanecen invertidos durante un tiempo. Es decir, te incentivan a ahorrar, no a penalizarte por hacerlo.

Una diferencia de 13 puntos porcentuales (o más) que puede traducirse en cientos de miles de euros perdidos para el ahorrador español frente a su homólogo europeo. Esa brecha no solo resta competitividad, sino que desincentiva uno de los hábitos más saludables de cualquier economía: el ahorro.

¿Qué se podría hacer con esos 129 mil euros de diferencia si viviésemos en un entorno fiscal más razonable? O incluso, ¿qué podríamos hacer con 300 mil euros adicionales si Hacienda no nos lo quita?

Cada cual se imagine lo que quiera. Yo me he imaginado: financiar 7 años los estudios de mis hijos, comprar un pequeño piso como complemento a mi jubilación y poder dejarlo en herencia a mis hijos, reinvertirlo y ganar más de 100 mil adicionales en menos de una década, irme de viaje con mis amigos 3 veces al año en vez de una, no escatimar en disfrutar mi jubilación, ayudar a fundaciones, y paro ya porque se me ocurren más cosas.

Pero no: en España, una parte sustancial de ese capital se esfuma entre impuestos sobre el ahorro, sobre las plusvalías, sobre el patrimonio e incluso, si el contribuyente fallece, sobre la herencia.

Penalizar el ahorro vía impuestos equivale a frenar el motor del crecimiento. No hay empresas sin capital. No hay innovación sin ahorro previo. No hay libertad financiera si cada euro ahorrado viene con una mordaza.

Es como si el sistema asumiera que los ciudadanos son más productivos cuando consumen que cuando planifican. Error garrafal. Es el ahorro el que permite mirar más allá del corto plazo. Es la acumulación de capital lo que permite pensar en largo. Sin ahorro no hay inversión, y sin inversión no hay prosperidad sostenible.

En la práctica, el sistema fiscal actual en España envía una señal perversa: “no merece la pena ahorrar”. O al menos, no hacerlo dentro de nuestras fronteras. Porque el que puede, diversifica fiscalmente (ya me entendéis).

¿Y el pequeño ahorrador? Ese que con esfuerzo alcanza su millón tras décadas de trabajo y constancia se convierte en el blanco más fácil. Y, lo peor, en el más indefenso. No tiene family office ni estructura fiscal sofisticada. Solo tiene su buena fe. Y Hacienda lo sabe.

Es hora de replantearnos el enfoque. No se trata de defraudar ni de buscar trucos, sino de exigir un entorno que no castigue al prudente. Si de verdad queremos una sociedad más responsable, más previsora, más libre, el primer paso es dejar de penalizar al que ahorra e invierte.

Un millón ahorrado debería ser motivo de orgullo. No una señal para que el fisco desenfunde.