“No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. El refranero popular recoge, con sabiduría, una advertencia que muchas veces ignoramos. Y es que, aunque sabemos que cumplir con nuestras tareas a tiempo mejora nuestra salud mental y reduce el estrés, cada vez es más común caer en una conducta que va en dirección contraria: la procrastinación.
Procrastinar no es lo mismo que ser vago. Es, en realidad, una forma de evasión emocional. Así lo explica Laura Güemes, psicóloga de Quirónprevención, quien señala que “procrastinar consiste en posponer tareas que consideramos importantes o necesarias, sustituyéndolas por otras que nos resultan más agradables o fáciles, pero irrelevantes”.
A diferencia de la vagancia, la persona que procrastina es consciente de que está evitando la tarea y, aún así, lo hace. “Sabemos que estamos actuando en contra de nuestros intereses, pero buscamos el alivio inmediato que produce no enfrentarnos a una situación incómoda”, añade la experta.
¿Por qué procrastinamos si sabemos que nos perjudica?
Las razones, en la mayoría de los casos, tienen un origen emocional. Según Güemes, “las tareas que postergamos suelen estar asociadas a emociones desagradables como el aburrimiento, la inseguridad o la ansiedad. Evitarlas nos da una falsa sensación de tranquilidad momentánea, pero a largo plazo genera más estrés, culpa y tristeza”.
De hecho, la psicóloga destaca que la procrastinación no es un problema de gestión del tiempo, sino de gestión emocional. “Procrastinar tiene que ver con cómo afrontamos el malestar. No estamos evitando una tarea, estamos evitando lo que sentimos cuando pensamos en hacerla”.
Siete estrategias efectivas para dejar de procrastinar
Superar este hábito requiere constancia, autoconocimiento y, en muchos casos, pequeños cambios de enfoque. Laura Güemes comparte algunas claves prácticas para reducir la tendencia a procrastinar:
1. Conecta con un propósito personal.
“Pregúntate para qué haces esa tarea. Las motivaciones internas —como la tranquilidad, el crecimiento personal o disfrutar del tiempo libre después— son más efectivas que las obligaciones externas”, aconseja Güemes.
2. Divide las tareas.
El tamaño de la tarea puede abrumar. “Fragmentar los objetivos en pasos pequeños y manejables reduce la ansiedad inicial y favorece la motivación. Muchas veces, empezar es lo más difícil”.
3. Comprométete con plazos y con otros.
La presión social funciona. “Si te comprometes con alguien más a entregar una tarea en una fecha determinada, es más probable que actives el mecanismo de acción”.
4. Respeta tu curva de rendimiento.
“Comienza con tareas de concentración media, sigue con las más exigentes y termina con las más sencillas. Así evitas tanto la sobrecarga como el bloqueo inicial”.
5. Cambia tu diálogo interno.
“No se trata de negar lo que sentimos, sino de redirigir el foco. Pensamientos como ‘esto no sirve para nada’ o ‘no me va a salir bien’ solo alimentan la evitación. En su lugar, céntrate en los beneficios de completar la tarea”.
6. Acepta tus emociones sin dejarte dominar por ellas.
“La inseguridad o el aburrimiento no son señales de que no debamos hacer algo. Son emociones que pueden estar distorsionadas por el entorno o experiencias previas. Lo importante es no obedecerlas de forma automática”.
7. Pierde el miedo al error.
“Tenemos una visión distorsionada del fallo. Equivocarse es parte del proceso y no define tu valía personal. Aceptar el error como aprendizaje es clave para avanzar”.
Un cambio sostenible para el bienestar a largo plazo
Ganar la batalla a la procrastinación no es fácil, pero tampoco imposible. “El alivio inmediato que produce evitar una tarea es muy potente, por eso es tan difícil romper el ciclo. Pero la práctica continuada de estas estrategias tiene un alto impacto positivo, tanto en nuestra productividad como en nuestro bienestar emocional”, concluye Laura Güemes.