Un vistazo al gráfico histórico de los tipos de la Fed nos recuerda que estamos, más bien, en una media histórica, incluso algo por debajo. Como si después de años de dieta a base de liquidez, la Reserva Federal hubiese decidido volver a una alimentación más equilibrada.
Fuente: Carlos Arenas Laorga
Desde la crisis financiera de 2008, la política monetaria en EE. UU. se volvió ultralaxa. Los tipos de interés se mantuvieron en niveles cercanos a cero durante años. Cero. Nada. Y nos acostumbramos. Perdón, nos mal-acostumbramos.
Esta etapa de tipos cercanos o de 0% ha tenido muchas consecuencias. La principal: una inyección de liquidez que ha distorsionado cómo valoramos el riesgo, el tiempo y hasta la rentabilidad. Por cierto, que pronto escribiremos explicando qué son los tipos de interés (spoiler, no es el precio del dinero aunque coloquialmente nos refiramos a ellos de este modo). Durante más de una década, el dinero no solo era barato, era gratis. Más aún, nos pagaban por dejar prestado. Esto impulsó todo tipo de activos: desde acciones hasta criptomonedas, pasando por arte contemporáneo y apartamentos con vistas al patio interior.
Llegamos al absurdo de pagar por prestar, por la deuda pública. No solo no nos daba rentabilidad, sino que pagábamos por prestar. Perdonad que lo repita, pero es antinatura. Es como si el inquilino que tienes de alquiler en tu piso no solo no te pagase, sino que le pagases tú el alquiler. Es absurdo.
Hay un patrón curioso que conviene recordar: los tipos de interés no suben en tiempos de crisis. Suben cuando no hay crisis. Así de sencillo. La Fed solo se permite endurecer su política monetaria cuando la economía puede soportarlo. Por eso, los periodos de subidas suelen coincidir con momentos de crecimiento sólido. Así tiene lo que denominamos munición para poder activar (mal hecho, pero eso es otro asunto) la economía.
La década post-2009 no es la norma, sino la excepción. Si olvidamos eso, corremos el riesgo de asumir que el dinero barato es un derecho divino. Pero no. Es una anomalía. Y como toda anomalía, tiene efectos secundarios. Uno de ellos es que hemos aprendido a valorar activos —desde fondos hasta inmuebles— con unas expectativas que no se sostienen si el coste del dinero vuelve a niveles razonables.
Esto tiene implicaciones prácticas: los inversores deben revisar sus carteras con un nuevo prisma. ¿Siguen siendo válidas las valoraciones hechas con un tipo de descuento irrealmente bajo? ¿Qué sectores sufren más con tipos al alza? ¿Qué gestoras han sabido moverse bien en entornos más restrictivos?
Vale que desde 2022 hemos tenido una pequeña dosis de realidad, pero nos ha parecido lo raro, cuando no lo es en absoluto. De hecho, si volviésemos a la norma, empezaríamos a darnos cuenta del sentido de la gestión activa.
Hoy los tipos de interés no están disparados. Están volviendo a un punto medio. O relativamente bajos, incluso. Pero lo percibimos como medios o altos. Una media histórica que resulta menos atractiva que el exceso, pero es mucho más sostenible.
No hay que olvidar el pasado, ni dar por eterno el presente. Los tipos no están muy altos. Solo que llevábamos tanto tiempo sin verlos así, que nos parecen extraños. Los mercados (y Trump) exigen bajadas. Pero ¿son realmente necesarias? ¿O quizá sean el camino para un impulso artificial de la economía que nos llevará a la siguiente recesión?