La inflación no es una subida de precios. Es una pérdida real de poder adquisitivo. Ya de por sí es para enfadarse cuando además sabes que la política es quien tiene la mayor parte de la culpa. Y por si fuera poco… la inflación también engorda la recaudación fiscal. Pero no por casualidad, sino por diseño. Suben los precios, y con ellos el IVA que pagas por todo. Suben los salarios (si es que suben), y con ellos el IRPF que se te retiene. Pero, cuidado, no porque seas más rico, sino porque los tramos del impuesto no siempre se ajustan con la inflación. Y no deflactan. Y la deuda vale menos, y se recauda más, y tú eres más pobre.

Fuente: Carlos Arenas Laorga

Es más, serás más pobre, pero ahora tributas como si fueras medio rico. O eres de la poca clase media que deja la inflación y pagas como si fueras alto directivo. Este fenómeno tiene un nombre técnico, pero en román paladín se traduce como te estamos exprimiendo sin que lo notes. Y claro, al final lo notas, pero ya hay un discurso para echar la culpa al empresario, al tomatero, a Bruselas o a quien sea, pero el Gobierno queda como el bueno.

Ya desde el Siglo de Oro se estudió en profundidad la inflación. Y, hasta los clérigos estudiosos justificaban el magnicidio si el rey provocaba inflación porque era robar a los pobres, un grave pecado. De hecho, si la inflación tuviera un lema, sería algo así como: castigo a los que menos tienen. Porque no afecta por igual a todos. El millonario con su cartera de activos indexados a la inflación duerme tranquilo. El que vive al día, con el sueldo justo para llegar a fin de mes, no.

Quien no puede ahorrar, no puede protegerse. Quien no tiene acceso a activos reales o financieros, ve cómo cada subida de precios le encoge la vida. Si el pan sube un 20%, tú recortas en ocio. Pero otros recortan en comida.

Como muestran los datos del gráfico, la inflación afecta a lo más esencial. De hecho, no he puesto lo que más o menos ha subido, sino lo que más usamos un amigo y yo mismo. Y no somos especialmente refinados… Necesidades de residencias, bebés, alimentación, energía… Vamos, lo de casi todo el mundo. Y no hablamos de la vivienda, caso aparte.

Consecuencia de esta inflación, que las rentas más bajas destinan un porcentaje cada vez mayor de su ingreso a sobrevivir. No a vivir, ojo: a sobrevivir.

Muchos piensan que la inflación, por lo menos, estimula el. Es cierto… sobre el papel. También sobre el papel existe el ahorro forzoso como consecuencia de la inflación. Y también alimenta burbujas, distorsiona las decisiones de inversión y castiga el ahorro. De hecho, en un entorno inflacionario, ¿quién querrá ahorrar para el futuro? ¿Quién podrá? El incentivo perverso es consumir hoy, endeudarse hoy, vivir con prisa. Lo contrario a slow finance y al largo plazo que tanto necesitamos.

No es un mal menor. Es el resultado de decisiones concretas: de bancos centrales que imprimen dinero a ritmos delirantes, de gobiernos que gastan sin control, y de una ciudadanía (que algo deberíamos hacer y no hacemos) que aún no hemos entendido que un euro no vale lo que dice su número, sino lo que puede comprar.

¿Y cómo nos defendemos?

  1. Invierte en fondos (o en otros activos): la renta variable, la renta fija, el oro, fondos multiactivo globales diversificados…
  2. Piensa en términos reales, no nominales: no te conformes con subidas de sueldo o de rentabilidad del 3% si la inflación es del 5%. En realidad estás perdiendo.

La inflación es un impuesto sin regular. No se vota en el parlamento, pero nos la imponen. No se aprueba en el BOE.

Es un fenómeno profundamente injusto: porque premia al que más cerca está del dinero recién creado (el Estado y amigos) y castiga a los últimos en recibirlo (el ciudadano común).

Por eso, en tiempos de inflación, más que nunca, necesitamos educación financiera. Porque, si no entiendes cómo funciona el sistema, no es que estés fuera del juego, es que eres el que paga el juego.