Era previsible. Aquí lo advertimos desde el principio: no se puede aspirar a construir el segundo pilar de la previsión social sacrificando el tercero. No se puede dinamitar la iniciativa individual con fiscalidad adversa, para luego prometer un plan estatal gestionado desde arriba. Eso no es reformar el sistema: es colonizarlo políticamente.

Las pymes están fatal: no van a aportar nada, a no ser que se les incentive muchísimo. No tienen la menor intención de secundar un plan político hecho desde la ideología, que no les aporta nada.

En lugar de incentivar los tres pilares (pensión pública, planes de empresa y ahorro individual), se ha bloqueado de facto el tercero —el único que venía funcionando con cierta lógica—, drenando capital de la economía (las OPV canceladas no son ninguna casualidad) y debilitando el músculo financiero del país. La promesa de un fondo colectivo para las pymes, sin apenas aportaciones reales ni arquitectura de incentivos, es humo ideológico disfrazado de avance social.

Pero esto sólo es el último episodio. Es una muestra más del colapso institucional al que nos ha traído la política española. Lo mires donde lo mires. Sí, los expertos del fondo público han renunciado porque no se ha adherido ni uno y porque no tienen claro cuánto van a cobrar (pequeño detalle).

Pero si rebobinamos un poco, en la Comunidad Valenciana, en las inundaciones de Paiporta, el president Mazón estaba a lo suyo: cerrando el nombramiento de la nueva jefa de informativos de À Punt, la televisión autonómica. ¿Y en Moncloa? En teoría es el búnker de máxima seguridad para la gente. Ahí sólo veían una oportunidad política con el temporal: "Con estas, el PP se la pega y recuperamos Valencia". Y fue descarado: “el ejército no está para todo”.

En Redeia, el episodio de Beatriz Corredor sigue vivo. La exministra sigue en el cargo de una empresa estratégica nacional sin tener el perfil técnico que la compañía exige. No es personal, es estructural: ahí debería estar un súper ingeniero, con conocimiento profundo de redes eléctricas y visión industrial de largo plazo.

Y si miramos alrededor, el patrón se repite. La actual directora general de la Guardia Civil fue concejala. Nada más. Ni formación específica, ni experiencia operativa, ni vínculo real con el cuerpo. ¿De verdad es razonable que una de las instituciones más importantes para la seguridad nacional esté en manos de quien jamás ha vestido un uniforme ni ha liderado una operación?

El Estado está infestado de personas puestas en los puestos de decisión por ser miembros de listas de partido. Nada más. No hay mérito. No hay trayectoria. No hay exigencia. Y así pasa lo que pasa. Es el imperio de los inútiles, incapaz de ser disimulado ya.

Los puestos clave de un país no pueden estar ocupados por militantes sin cualificación ni visión. No es cuestión de ideología. Es de competencia.
En los fondos de pensiones, debería estar un experto en previsión social y gestión de activos. En la Guardia Civil, un profesional curtido en operaciones. En Redeia, un ingeniero visionario. Y en el Ministerio de Economía, alguien con experiencia real en la empresa.

Porque sí: Nadia Calviño tenía una titulación excelente. Pero fue un desastre. No basta con tener diplomas. Hace falta haber pisado la empresa, el riesgo, el conflicto. Lo mismo ocurre con Escrivá. Venía del servicio de estudios del BBVA, pero ha sido incapaz de impulsar una política de pensiones racional. ¿Qué pasa con los economistas del BBVA cuando pasan a la política? Porque Miguel Sebastián o David Taguas también tuvieron tela que cortar cuando pasaron al otro lado.

¿Hay talento en España? Por supuesto. Pero no está en los sitios donde se decide.
Lo hemos dicho otras veces: no es que falte talento, es que sobran filtros ideológicos, redes clientelares y cuotas políticas.

Vivimos bajo el imperio de los inútiles. Y no lo decimos por desdén. Lo decimos con tristeza y con datos. Porque un país no se construye con militantes colocados, sino con profesionales serios y preparados. Los tenemos. Pero no mandan.