Con el primer ministro británico Keir Starmer y altos representantes de la UE al frente de las negociaciones, el momento será propicio para revisar y ampliar los acuerdos existentes. Más allá de temas como la energía o la defensa, los servicios financieros deben ocupar un lugar central en la nueva agenda de cooperación.

A cinco años del Brexit, el enfoque defensivo que caracterizó las conversaciones iniciales ya no responde a las necesidades actuales. El contexto geopolítico ha cambiado y las economías tanto del Reino Unido como de la UE enfrentan desafíos globales que requieren soluciones conjuntas. 

Reincorporar el sector financiero en el diálogo político puede aportar no solo estabilidad sistémica, sino también crecimiento económico sostenible en ambos lados del canal de la Mancha.

Las finanzas deben volver a la mesa de negociaciones

El sistema financiero internacional enfrenta tensiones renovadas. En este entorno, la UE y el Reino Unido tienen incentivos comunes para proteger sus economías frente a turbulencias globales, especialmente con el creciente cuestionamiento del papel hegemónico del dólar y de la política monetaria estadounidense. Establecer una cooperación más sólida en servicios financieros permitiría a ambas regiones diversificar riesgos y fomentar un ecosistema más resiliente.

El Reino Unido, con su experiencia en simplificación normativa, puede aportar buenas prácticas en materia regulatoria. Por su parte, la UE ofrece un terreno fértil para experimentar con innovaciones financieras como las monedas digitales, las finanzas sostenibles y los marcos prudenciales compartidos. Una colaboración bien diseñada puede transformar la competencia post-Brexit en sinergias estructurales.

Superar los bloqueos técnicos

Una de las prioridades urgentes del restablecimiento financiero debe ser el conflicto persistente sobre la compensación y liquidación de derivados. La UE sigue dependiendo del Reino Unido para realizar estas operaciones críticas a través de entidades como LCH Ltd., con sede en Londres. Sin embargo, la prórroga sucesiva de los acuerdos de equivalencia no ofrece seguridad a largo plazo. Las renovaciones temporales generan incertidumbre que entorpece el funcionamiento fluido del mercado y limita el apetito de inversión.

Fragmentar la compensación entre diferentes jurisdicciones debilita las ventajas naturales de este sistema, que se basa precisamente en las economías de escala y en redes densas. En lugar de aspirar a una desconexión completa, es más sensato establecer canales de supervisión formalizados que incluyan una colaboración estructurada entre la AEVM y los supervisores británicos. Un marco estable de cooperación podría reducir fricciones sin poner en juego la autonomía regulatoria de ninguna de las partes.

El otro gran tema técnico es la existencia de empresas ficticias, domiciliadas formalmente en países de la UE como Luxemburgo, pero cuyas funciones clave siguen realizándose desde Londres. Esta práctica mina la capacidad de supervisión de los reguladores europeos y distorsiona los niveles de cumplimiento. Un acuerdo bilateral sobre contenido mínimo local y normas comunes de gobernanza puede reducir los riesgos sistémicos y al mismo tiempo fortalecer el mercado interior europeo.

Atraer capital sin generar dependencia

El Reino Unido sigue siendo un actor clave en la atracción de inversión extranjera directa (IED) hacia Europa. A pesar del descenso registrado tras el Brexit, Londres continúa representando un cuarto de todas las adquisiciones y más de una quinta parte de los proyectos greenfield en el mercado único. Este rol como “puerta de entrada” no debe verse como una amenaza, sino como una palanca estratégica para impulsar proyectos comunes.

Dado que la UE necesita movilizar cantidades históricas de inversión privada para sus prioridades ecológicas, digitales y de defensa, mantener una conexión fluida con el sistema financiero británico es una cuestión de pragmatismo económico. Un mercado de capitales más profundo y accesible requiere cooperación, no aislamiento.

Evitar la fragmentación sin perder soberanía

El camino hacia un nuevo acuerdo financiero debe reconocer que las normas ya no avanzarán al unísono. Sin embargo, eso no implica que la única opción sea una competencia desregulada. Crear mecanismos para la divergencia controlada permitiría preservar la autonomía normativa sin multiplicar innecesariamente los requisitos de cumplimiento para empresas e inversores.

Ámbitos como el sector asegurador, las infraestructuras de pago y la regulación de nuevas tecnologías financieras se beneficiarían de una hoja de ruta común. Si se gestiona adecuadamente, la colaboración también puede reducir los costes de capital y mejorar la calidad de los servicios financieros disponibles para los ciudadanos y empresas en ambas jurisdicciones.

De la rivalidad a la interdependencia inteligente

Desde el Brexit, importantes activos y empleos del sector financiero han emigrado del Reino Unido a otras capitales europeas. Pero esto no ha sido un juego de suma cero. El equilibrio emergente puede transformarse en una interdependencia funcional, si ambas partes reconocen que una cooperación activa es más beneficiosa que una separación forzada.

En lugar de bloquear el acceso por temor a los riesgos sistémicos, los reguladores deben centrarse en diseñar canales seguros de interacción. Un sistema basado en confianza mutua, normas compartidas y revisión conjunta puede convertirse en un modelo de integración flexible para otras regiones del mundo.

Reintegrar las finanzas en el diálogo UE-Reino Unido no solo es posible, sino necesario. La convergencia financiera puede actuar como catalizador para una cooperación política más amplia. Aprovechar el impulso de la cumbre de mayo para dar este paso sería una señal poderosa de madurez institucional y visión estratégica.