Las materias primas, como clase de activo, han experimentado una fuerte corrección tras los máximos alcanzados en el verano de 2022, cuando los inversores optaron por ser más cautelosos ante las perspectivas de la demanda mundial y las implicaciones de la subida de los tipos de interés. Sin embargo, existen factores subyacentes que hacen que resulte ventajoso invertir en materias primas a largo plazo y los inversores deberían estudiar su buen comportamiento en un momento en el que muchas otras clases de activos han sufrido una rentabilidad poco favorable. Aunque es importante tener en cuenta que la inversión en materias primas no es una cobertura contra las caídas de los mercados bursátiles, pueden aportar diversificación a las carteras y, con una perspectiva de largo plazo, proteger a los inversores en escenarios de inestabilidad geopolítica y aumento de la inflación.

Cuando observamos el prolongado historial de los precios de las materias primas, vemos que el factor que determina en última instancia su dirección es la oferta. Entre 2001 y 2011, tuvimos un mercado alcista en el que los precios subieron bruscamente porque no había suficiente inversión en la oferta y los precios eran simplemente demasiado baratos. Los escasos volúmenes de existencias, agravados por la fuerte demanda de los mercados emergentes, provocaron una competencia por los recursos que duró casi una década. Al subir los precios, se produjo finalmente un aumento de la inversión (que aportó más eficiencia a la producción, mejores técnicas de almacenamiento, más innovación...) que acabó traduciéndose en un aumento de la oferta. Este aumento de la oferta provocó una corrección a largo plazo y un reequilibrio del mercado. Esto ocurrió en un momento en el que el crecimiento de China empezó a ralentizarse. 

Incluso antes de que comenzara la guerra de Ucrania, había pruebas claras de una falta de inversión en suministros futuros que probablemente llevaría a que los precios volvieran a subir. Y esto es precisamente lo que ocurrió en 2022. 

Hasta hace bien poco, la seguridad del abastecimiento era una consideración menor. El impacto desinflacionista de la entrega justo a tiempo, es decir, encontrar el lugar más barato en cualquier parte del mundo para producir tus bienes, era clave para la globalización. Está claro que el mundo ha cambiado. En la actualidad, la seguridad del suministro es, probablemente, junto con el coste, el principal factor que impulsa a las empresas a pensar en sus ciclos de producción. Dos tipos de vulnerabilidades parecen haber quedado al descubierto. Una es la falta de diversificación en el suministro y la segunda es la exposición a la globalización, donde se producen esos puntos de tensión porque las relaciones con los proveedores se han debilitado. En cuanto a la diversificación, el caso más claro fue el de Europa, donde los compradores se dirigieron al proveedor de energía más barato porque la principal motivación era el precio, no la seguridad del abastecimiento. Europa se encontró muy ligada a Rusia por sus necesidades energéticas. Como resultado, hubo enormes subidas de los precios del gas en todo el mundo y especialmente en Europa. La seguridad energética es absolutamente vital dado lo grandes que son los mercados energéticos en relación con el PIB y lo grandes que son comparado con otros subsectores de materias primas. 

¿En qué mundo viviremos en los próximos años y con qué tipo de prioridades y tensiones estratégicas? Si las prioridades siguen girando en torno a la mitigación del cambio climático y las tensiones geopolíticas son elevadas y crecientes, el interés por las materias primas no hará más que aumentar. Un activo olvidado durante mucho tiempo ha cobrado vida; los precios del oro han ignorado el repunte de los tipos de interés reales tras la crisis, y esto es significativo. Parece que hemos entrado en una era de desglobalización y bifurcación geopolítica que ha reforzado significativamente el papel del oro como activo de reserva. 
 

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