Nuestra forma de producir alimentos hoy en día contribuye al cambio climático y se ve amenazada por este fenómeno. Los precios de los alimentos ya estaban subiendo antes de la guerra en Ucrania debido a los problemas provocados por el COVID en las cadenas de suministro, las tendencias de desglobalización y el encarecimiento de los costes de producción (p. ej., los fertilizantes). Esta conjunción de factores aumentó el número de personas afectadas por el hambre en todo el mundo: del 8% en 2019 hasta una cifra récord del 9,8% en 2021, lo que equivale a alrededor de 830 millones de personas.

El estallido bélico no hizo sino agravar el problema y provocar escasez de fertilizantes y aumentos de los costes en la energía y el transporte. La producción de alimentos también se vio afectada por sucesos inducidos por el clima, como las sequías en África y China y las inundaciones en Pakistán y EE.UU. Algunas áreas sufrieron al azote de estos dos sucesos meteorológicos.

Aumento de los precios

Estos factores podrían hacer que el encarecimiento de los alimentos se prolongue en el tiempo. De acuerdo con los analistas de Fidelity, los precios de los fertilizantes probablemente se mantengan por encima de las medias históricas debido a la persistente escasez de potasa (crear nuevas minas de potasa en otras partes del mundo lleva tiempo y dinero).

La producción de fertilizantes también emite mucho carbono (los fertilizantes a base de nitrógeno utilizan el gas natural como materia prima) y es contaminante cuando se filtra a cursos de agua. El uso continuado de fertilizantes solo contribuirá a seguir desajustando los patrones meteorológicos. Sin embargo, estos productos se han vuelto esenciales, porque los modernos métodos agrícolas intensivos privan a los suelos de sus nutrientes con el paso del tiempo. Desafortunadamente, el agotamiento sistemático de los suelos ha creado un círculo vicioso por el que los rendimientos de las cosechas se moderan y se requieren más fertilizantes que dañan aún más la biodiversidad y la calidad del agua, liberan más carbono y crean resistencias a los pesticidas.

Si no cambia el sistema, este será cada vez más frágil y proclive a una quiebra de proporciones catastróficas. El mundo necesita soluciones alternativas que mitiguen el cambio climático y se adapten a él al tiempo que reducen el hambre. De ahí que la seguridad alimentaria sea una prioridad de la COP27 y haya entrado en el debate en torno a la financiación de una transición hacia las cero emisiones netas que sea justa y colaborativa.

Regeneración

La respuesta podría provenir en parte de la agricultura regenerativa. Esta técnica recupera suelos degradados, utiliza mantillo a base de plantas o estiércol en lugar de fertilizantes y trata de capturar más carbono plantando árboles en las lindes de los campos o dejando partes no deseadas de la cosecha en el suelo. Un estudio realizado por UK Assist demostró que revitalizar los suelos de este modo puede incrementar los rendimientos a medio y largo plazo y potenciar la biodiversidad sin reducir la productividad.

Sin embargo, las técnicas deben someterse a un alto grado de adaptación local, los costes laborales pueden ser elevados y los rendimientos iniciales son más bajos. Eso dificulta su adopción a gran escala si no se cuenta con ayudas para los costes de transición e implantación, y para educación.

Para abordar estos obstáculos se necesitan políticas y capitales pacientes que fomenten una transición lenta, pero constante1. Como ocurre con la energía, los sistemas alimentarios podrían tener que volverse más locales y dependientes de las renovables. Del mismo modo, los gobiernos y los inversores deben considerar el impacto sobre la estabilidad alimentaria y la nutrición derivado del aumento del número y la gravedad de los desastres naturales. La COP15 sobre la naturaleza que celebrará la ONU antes de finales de año se centrará en cómo revertir la pérdida de biodiversidad antes de 2030 y cómo conseguir una recuperación total de la naturaleza en 2050, lo que debería mejorar la resiliencia alimentaria y aliviar los efectos del cambio climático.

Interés inversor

Más de la mitad del PIB mundial —alrededor de 45 billones de dólares— depende del medio natural y la agricultura es uno de los sectores a los que probablemente más afecte la pérdida de naturaleza. Como inversores, nosotros buscamos desplegar capital de formas que sostengan la transición hacia una alimentación sostenible, a menudo mediante innovaciones revolucionarias, y mitigar los riesgos de los sistemas convencionales.

El potencial está ahí. No solo las técnicas de agricultura sostenible parecen relativamente económicas en un mundo con fertilizantes más caros y rendimientos menguantes; un giro a gran escala a lo largo del tiempo también podría liberar en beneficio de las poblaciones locales una parte de los 12 billones de dólares que según los cálculos de la ONU se destinan cada año a pagar los costes ocultos de los alimentos, desde el transporte hasta los fertilizantes. También podría generar nuevas oportunidades de negocio por valor de 4,5 billones de dólares anuales de aquí a 20302 (como acuicultura, proteínas alternativas y mediciones) y eliminar un gran porcentaje de las emisiones agrícolas, que, junto con la transformación de alimentos, suponen alrededor de un tercio de las emisiones de GEI del planeta3.

Dialogamos con las empresas de todas las cadenas de valor sobre la reducción de sus emisiones y la prevención de la pérdida de naturaleza, centrándonos en la ternera, la soja, la madera y el aceite de palma, donde el riesgo de deforestación es elevado y se necesitan nuevos enfoques. Fidelity también participa en diversas iniciativas colaborativas para abordar problemas relacionados con la agricultura y la biodiversidad, como FAIRR y Finance for Biodiversity Pledge.

Pero los inversores no pueden resolver el problema ellos solos. Como actores del sector financiero, estamos limitados por el sistema en el que nos desenvolvemos. Por lo tanto, instamos a las autoridades a que creen los marcos, los incentivos y los vehículos para compartir riesgos adecuados que permitan desplegar el capital a gran escala y con rapidez. La COP27 es crucial para este esfuerzo y puede ayudar al mundo a mantenerse en el camino hacia las cero emisiones netas, a pesar de las múltiples crisis que afrontamos.

Abordar la seguridad alimentaria, sobre todo en el denominado “sur global”, es vital para alcanzar este objetivo en 2050.